Brexit. Gran dilema

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En junio del 2016, fuimos testigos de uno de los fenómenos políticos más sorprendentes de la era moderna.

 

Por: Rebeca Rodríguez Minor

 En junio del 2016, fuimos testigos de uno de los fenómenos políticos más sorprendentes de la era moderna. Los ingleses votaron a favor de que Reino Unido se saliera de la Unión Europea (UE). Contrario a todas las tendencias a favor de la globalización, la apertura comercial y la integración regional, los habitantes de las islas dieron preferencia a un esquema de aislamiento, renunciando a todos sus privilegios −y obligaciones− como miembros del bloque económico más progresivo y avanzado que existe en el mundo.

 

Las reacciones no se hicieron esperar. Una vez anunciados los resultados del referéndum, la libra esterlina tuvo una caída estrepitosa del 10 por ciento, mientras el Fondo Monetario Internacional pronosticaba, de entrada, una baja en el crecimiento económico global durante al menos dos años, debido al Brexit. Hoy, ya a casi tres años del plebiscito, vemos cómo esas previsiones son una realidad. Las negociaciones del Brexit han sido un verdadero dolor de cabeza, no sólo para Reino Unido, sino para la UE y para el mundo entero.

 

Después de dos largos años de negociación entre el gobierno inglés y el bloque europeo, y de haber finalmente llegado a un acuerdo sobre cómo proceder para la salida del país isleño, el propio Parlamento londinense rechazó rotundamente la propuesta a tan sólo unas semanas de que se venza el plazo para la salida definitiva de Reino Unido (29 de marzo). El meollo de la disyuntiva entre el gobierno de Teresa May y los legisladores británicos radica en la frontera que divide la República de Irlanda con Irlanda del Norte, siendo esta última parte del Reino Unido y la primera una nación independiente que forma parte de la Unión Europea. Lo que quiere evitarse, es que con el Brexit, esa línea divisoria, apenas perceptible hoy en día y a la que le costó tanto esfuerzo llegar a ser una zona de paz, se convierta nuevamente en una frontera física y dura que despierte las tensiones tan dolorosas y violentas que predominaron en ese territorio durante décadas.

 

El acuerdo al que llegó Teresa May con Bruselas propone que sólo en esa frontera se mantenga la unión aduanera hoy vigente dentro de la membresía al bloque, para mantener el libre intercambio de mercancías y los aranceles externos comunes correspondientes, mientras se llega a una negociación comercial entre el bloque y Gran Bretaña, una vez que ésta haya salido oficialmente del bloque. Sin embargo, de lo que tienen miedo los euroescépticos es de que dicha unión aduanera se mantenga perennemente y no se logre un real divorcio entre las partes. Se teme que el Reino Unido quede imposibilitado de firmar acuerdos comerciales con otras naciones, ya de manera independiente.

 

La UE argumenta, con razón, que las cartas ya están echadas. Ellos ya cumplieron con trabajar, proponer y crear de mutuo acuerdo una propuesta de salida conveniente a ambas partes. Quienes no se están pudiendo organizar son los propios británicos y eso, ya no le corresponde a Bruselas. El tiempo apremia; las enmiendas replanteadas por May para lograr una vez más la aprobación de sus diputados al acuerdo no parecen surtir efecto. El bloque europeo no está dispuesto a repensar sus posturas y la tensión, por ende, se eleva día a día entre los británicos. Todo parece indicar que Reino Unido tendrá que solicitar una extensión de tiempo para darse un respiro e intentar, en unos dos meses, alcanzar una resolución definitiva interna.

 

Aun con lo reacio que ha sido el Ejecutivo y partidos políticos como el laborista, sobre la posibilidad de aplicar un segundo referéndum en la ciudadanía sobre el Brexit, esto ya se percibe como una alternativa muy plausible. Se dejaría de lado la democracia, por dañar lo menos posible el futuro económico del país. Si esto sucede, seguramente el arrepentimiento del voto inicial o de simplemente no haber ido a votar en su momento, se haría evidente. Sería una victoria aplastante del NO al Brexit, tratando de escapar de este callejón sin salida que no ha hecho más que golpear la economía, desgastando palpablemente las funciones gubernamentales, que han tenido que centrarse en este tema tan espinoso. El daño ya está hecho, ¿quién recoge los platos rotos?

 

* Rebeca Rodríguez Minor es catedrática e investigadora en la Universidad Anáhuac Cancún.