- Bienestar Material, Bienestar Espiritual… Felicidad
Elmer Ancona
Si en algo estoy completamente de acuerdo con el presidente Andrés Manuel López Obrador es cuando afirma que el objetivo final de todo gobierno es conseguir la felicidad de la gente.
No todos los presidentes que ha tenido México han gobernado con esa idea; quizá lo más que han llegado a pensar al inicio de su administración es lograr el bienestar general de la población, con sus propios métodos, con sus propias reglas y estrategias.
Pero el término “felicidad” va mucho más allá, es lo que realmente trasciende para cualquier ser humano ¿Quién no quiere ser feliz, de una u otra forma, en esta vida? ¿Habrá quien nazca pensando y soñando con ser triste?
Quien desea felicidad a su prójimo le desea (de acuerdo con la raíz latina felícitas) fortuna, placer, alegría, buena estrella, buen destino, fertilidad, fecundidad, productividad y abundancia. Ni más, ni menos.
También coincido con López Obrador cuando dice –y lo ha repetido– que un buen gobierno debe buscar no sólo el bienestar material de su gente, sino su bienestar espiritual.
Que un político o gobernante esté pensando en asuntos espirituales, ya es ganancia; casi todos hablan de la intelectualidad del ser humano como ente pensante. De lo material, siempre.
Casi todos piensan que la vida en este mundo comienza y termina aquí, por lo tanto, estar pensando en espíritus, en almas y no sé cuántas cosas más, podría resultar inverosímil saliendo de la boca de un político.
Es cierto, al presidente Enrique Peña Nieto se le vio haciendo fila en la Basílica de Guadalupe para comulgar, cuando estuvo el papa Francisco de visita en México. Se le vio natural, sin actuaciones ni presiones. Creo que es el primer mandatario que he visto comulgar en la vida. Vi a Vicente Fox arrodillado ante Juan Pablo II, pero hasta ahí.
Sin embargo, de comulgar en lo personal a pensar en la felicidad y el bienestar de todo un pueblo, es cosa demasiado grande, demasiado extrema. Un abismo de por medio.
Los políticos de antes cuidaban las formas, para ellos la religiosidad era una cosa y la política, otra; o estaban de un lado o estaban del otro, pero hacer la misma cosa a la vez, imposible. Eran asuntos de laicidad.
Todas las veces que he escuchado al presidente López Obrador hablar de la felicidad del pueblo y para el pueblo, le he creído; aún más, hasta cuando ha llamado a la gente, a los sectores a construir su famosa República del Amor, también le he creído.
Quizá porque me gusta incursionar en los asuntos espirituales o porque soy demasiado idílico y romántico; tal vez porque soy un soñador empedernido; pudiera ser porque soy un revolucionario encubierto. O todo a la vez.
Cuando era más joven de lo que ahora soy, me sabía al dedillo las canciones de Silvio Rodríguez; todos éramos seguidores del trovador cubano; permanentemente estábamos en las famosas peñas, en las plazas y auditorios, escuchando sus conciertos. Canción por canción, letra por letra.
Ante esto, quién era capaz de decirle no al amor, a la paz, al bienestar colectivo, a la ayuda humanitaria, a la solidaridad, a la hermandad, incluso a la Revolución (no armada, sino cultural). Nadie podía negarse ante tales sueños.
Siempre he pensado que detrás de Andrés Manuel López Obrador está un fabuloso grupo de jesuitas planeando, armándole sus estrategias, guiándolo, conduciéndolo, animándolo. No sería descabellado.
Estos hombres de Dios –y esto es lo peligroso– siempre llevan las cosas hasta el extremo; son excelentes religiosos, de lo más completo que he visto dentro de la Iglesia católica, pero su lema –podría decirse– es todo o nada. Así lo han hecho a lo largo de la historia.
El simple nombre de Morena –Movimiento de Regeneración Nacional– no es gratuito; ligado a la figura de la Virgen Morena o la Virgen de Guadalupe, el nombre de este movimiento tiene una alta dosis de religiosidad. Eso no lo piensa ni se le ocurre a cualquier publicista.
Sólo una mente religiosa es capaz de diseñar ese nombre; esos discursos; todos esos símbolos, signos y códigos que lleva a la palestra por las mañanas el presidente de la República, para convencer a los mexicanos.
Por eso el éxito
Pensar y repensar en la felicidad de la gente es lo que urge hoy en este país violentado pero no violento, amenazado por tanto crimen, por tanta delincuencia, por tanta maldad.
A los mexicanos, en cierta forma, les han arrebatado mucha felicidad no sólo los grupos criminales, sino sus propios gobernantes con tanta corrupción; aunque las encuestas nacionales y extranjeras coloquen al pueblo de México entre los más felices del mundo, la realidad es otra.
Una sociedad que no come, que no se alimenta bien, que no viste bien, que no tiene dónde dormir, estudiar o trabajar, es una sociedad desdichada. México es un país con 55 millones de habitantes pobres, la mitad de ellos viviendo en extrema pobreza. Así no se puede hablar de felicidad.
Una sociedad donde se ataca permanentemente a las mujeres, donde se secuestra permanentemente a los jóvenes, no puede decirse “feliz”. Cuanto alguien te quita la tranquilidad, dicen los que saben, automáticamente te arrebata la felicidad.
Siempre he sido un crítico del presidente López Obrador porque no estoy de acuerdo con algunos de sus métodos; sin embargo, le aplaudiré a rabiar al final de su sexenio si logra hacer de México un pueblo feliz, donde el bienestar material y el bienestar espiritual reinen.
De lograrlo, Andrés Manuel no sólo pasará a la historia como uno de los mejores presidentes que haya tenido México, sino podría alcanzar mucho más, algo que los romanos llamaban “alcanzar la Gloria”. Tarea bastante complicada.
Al escuchar su Primer o Tercer Informe de Gobierno –según como se vea– (ya dieron toda una explicación sus asesores), no me queda más que dejar correr el tiempo para ver cómo se conduce, cómo sigue gobernando.
Si sus seguidores piden darle el beneficio de la duda, pues hagámoslo. Lo dije en mi anterior columna, el presidente de la República no puede ni debe caminar solo en la construcción de esta gran nación. Necesita de todos.
Bienestar material, bienestar espiritual y felicidad es lo que esperan millones de compatriotas, dentro y fuera del país. No se puede esperar nada más de un gobierno.
Reitero, como ciudadano no estoy de acuerdo con las formas como gobierna, pero él y solamente él sabe los caminos políticos por los que anda, los métodos que utiliza, las estrategias que aplica. Apoyémoslo en su gobierno. Que siga administrando. Ya Dios dirá.
@elmerando elmerancona@hotmail.com