Édgar Félix
Laura Beristain Navarrete se ha convertido en el termómetro político del gobernador Carlos Joaquín González. No por la falta de oficio de la alcaldesa de Solidaridad ni por ser de Morena ni porque los separen asuntos personales o de índole casero. No. Sino porque el municipio lo conoce muy bien el gobernador del Estado cuando lo administró hasta obtener o lograr varios reconocimientos internacionales. Sabe, Carlos Joaquín González, por dónde van los vientos políticos en este vasto y hermoso territorio de Quintana Roo y, por supuesto, las necesidades inmediatas que enfrenta.
Hay quienes lo ven como pugnas o como pleitos entre Laura Beristain y el gobernador, pero es, para decirlo muy rápido y suavecito, la consecuencia de aquella frase popular del “déjate ayudar” a una persona resistente al consejo y la orientación. La alcaldesa peca de cierta soberbia y la falta de oficio político la ha hecho tropezar en terreno liso. Son rasguños innecesarios pero esta posición de aislamiento de algunos alcaldes en el país es parte del fenómeno del 2018 con la llegada del huracán tabasqueño en la Presidencia de la República. Muchos, la mayoría, de quienes son ahora autoridades en este 2020, llegaron a un lugar donde les ha faltado el manejo fino y el trabajo político. No tenían idea y muchos siguen así.
Ahora con la visita del presidente Andrés Manuel López Obrador a Quintana Roo y el acto celebrado en Playa del Carmen, con la presencia de Laura Beristain, se desataron algunos vientos adelantados del wayeb maya. Más que pleitos o zipizapes se trató como un reacomodo o un golpe en la mesa para trabajar por la entidad cuando Carlos Joaquín dijo que “nuestra gente no entiende de división de poderes ni órdenes de gobierno; la gente quiere soluciones a sus problemas”, y lo acentuó con conocimiento de causa.
Un gobernador ex priista que llegó con las banderas del PAN y del PRD, que remó a contracorriente y que escucha con ahínco el presidente López Obrador. A la clase política mexicana le queda clara la buena relación entre López Obrador y Carlos Joaquín porque a eso se le llama oficio político. Bien pudo adherirse a la autopista de la confrontación de los gobernadores panistas que se han despistado de curva en curva.
Las palabras del presidente de que “estamos muy agradecidos con el gobernador de Quintana Roo, nos llevamos bien con el gobernador Carlos Joaquín”, son el presagio de lo que deberían ser las relaciones de una República. Las giras presidenciales por varias regiones del país han demostrado qué tanto los gobernantes están dispuestos a sobreponer asuntos de Estado por encima de las tripas. Es lamentable lo que pasa en Aguascalientes, Baja California Sur, Guanajuato, Jalisco y Nuevo León donde la incapacidad de los ejecutivos estatales se sobrepone al interés de la ciudadanía. A eso se refiere el gobernador Carlos Joaquín también cuando invita a solucionar los problemas de la gente.
Beristain Navarrete debería aprender, sin afán de hacerle al consejero político, con la misma humildad con que el gobernador tiene la capacidad de escuchar, opinar y actuar en las convocatorias del presidente López Obrador o de cualquier otro dirigente aunque sea de un partido distinto o con ideologías opuestas. En eso se encuentra la base de una democracia. Por eso, los discursos del Presidente, del Gobernador y de la Alcaldesa en la reunión en Playa del Carmen alcanza mayor valor cuando se viven en la incipiente democracia mexicana. Así ha ocurrido en la vieja España del PSOE y del PP; en el Chile democrático posterior a Pinochet y al ejercicio con Bachelet en la Presidencia; y a muchos países que siguen evolucionando para sumar propósitos al final del camino.
De ahí que para entender lo que pasó en la pasada gira presidencial por Quintana Roo hay que salirse del escenario local, verlo de más arriba, porque sólo podemos quedarnos con las diferencias cuando la intención es abrir cauces a la democracia.
Si entendemos en ese escenario las dos frases del gobernador Carlos Joaquín, de que el municipio de “Solidaridad tiene el gran desafío de volver a ser la estrella de México, el destino turístico privilegiado del Caribe, el lugar envidiable para el turismo mundial; no hay que destruirlo con mezquindades ni con pretextos”, es un llamado al entendimiento, al igual que “asumamos con madurez nuestros tiempos, será el mejor regalo que le podemos hacer a nuestra gente. Necesitamos más hechos que relatos, y más vocación de servicio y calidad de gestión que retórica“. Eso se llama oficio político y hay que estar a tono.
Alux: Mara Lezama se fue de viaje con engaños. Metió la mano y escondió la bolsa del mandado, se robó las jícamas y las papayas y salió corriendo rumbo a Canadá con todo y familia. Dijo que estaba en la Ciudad de México en asuntos de gobierno y de seguridad como si se tratara de ir a comprar papitas y pingüinos a la tiendita de la esquina, pero se fue al supermercado por unas caguamas para irse de fiesta. Qué poca. La acción tiene el mismo sentido, el mismo engaño, la misma forma de tratar de verle la cara al otro. ¿Por qué no optó por informarlo? Los gobernantes tienen derecho al descanso, entendemos. Bien dicen por ahí que no hagas cosas malas que parezcan buenas ni buenas que parezcan malas, pero Mara se voló la barda: engañó y le jugó a la bruja digital tratando de vendernos el cuento de que andaba trabaje y trabaje en la Ciudad de México. Hay que tener sangre fría para crear escenarios falsos cuando eres un funcionario público.
Así que el engaño es corrupción y la corrupción debe enjuiciarse cuanto antes por el cabildo. Los síndicos deben exigir a la Legislatura local esclarecer el engaño; actuar en consecuencia, porque de otra manera están coludiéndose en torno a un acto de corrupción y eso es muy grave. No es un juego. El gobierno no es ese juego en el que la conductora de televisión ha convertido el ejercicio público en Cancún. No te comportes como un payaso para que no te traten como tal, pero Mara insiste en ponerse la nariz roja. El Poder Legislativo tiene la última palabra para proceder.
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