Elmer Ancona
Como católico practicante y creyente en Dios, se me antoja dar mi punto de vista sobre lo que está sucediendo en México y el mundo a consecuencia de la pandemia (Covid-19). Quiero destacar la visión científica, política y espiritual de los hechos.
Los especialistas en salud dirán que en estos asuntos no hay nada de ciencias ocultas o de luchas entre el bien y el mal. Nada de eso. Es pura ciencia.
Simple y llanamente, hay un virus que se expande por el mundo y requiere la colaboración de todos para detener el mal. Es una enfermedad. Punto. Se acabó. Y están en lo correcto.
Hasta ahí estoy de acuerdo. Pocos pueden refutar a la medicina, sobre todo tratándose de ciencia fundamental, por lo tanto, hay que escuchar la voz de los expertos y seguir sus indicaciones. El mensaje incluye a los políticos ignorantes que ponen en riesgo a los demás.
Si damos un pequeño brinco y nos saltamos a las causas estrictamente teológicas, nos encontramos con algo que desde hace cientos de años ha quedado claro y, por lo tanto, los creyentes en Dios debemos recordar.
Los desastres mundial
Cuando hay guerras mundiales, conflictos de gran envergadura, persecuciones y ejecuciones masivas, violencia colectiva y esclavitud, y otras tantas cosas que dañan severamente a la humanidad y le provocan gran dolor, es porque el maligno está recorriendo el mundo. La Biblia lo consigna con precisión:
“Hubo un día, los hijos de Dios vinieron a presentarse delante del Señor, y Satanás vino también entre ellos. El Señor dijo a Satanás ¿De dónde vienes? Entonces Satanás respondió al Señor: De recorrer la tierra y de andar por ella”. (Job 1:7).
Y Dios permitió al príncipe de las tinieblas andar por el mundo, pero no tocar a su siervo Job, de quien se refirió:
“No hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal”.
En otro pasaje bíblico se consigna que Jesús, lleno del Espíritu Santo, fue llevado por el Espíritu al desierto por cuarenta días (la Cuaresma), siendo tentado por el diablo.
“Llevándole a una altura, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo. Y el diablo le dijo: Todo este dominio y su gloria te daré; pues a mí me ha sido entregado, y a quien quiero se lo doy.
“Por lo tanto, si te postras delante de mí, todo será tuyo. Y Jesús le respondió: Escrito está: “Al Señor tu Dios adorarás y sólo a Él servirás”. (Lucas 5:1-14).
Hasta aquí un poco de teología básica que resume gran parte de la historia de la humanidad. Es una eterna lucha entre el bien y el mal. Fue, es, será y seguirá pasando.
Así llegaron las cruentas y dolorosas guerras mundiales, arribaron pestes mucho más malignas que el coronavirus, llegó mucha calamidad y sufrimiento a la humanidad.
Pero ante esto, hay una realidad: Dios jamás permitirá que el maligno toque a la gente que ama tanto, a la gente de bien, a sus apreciados hijos que somos todos los que así lo decidamos. No lo dejará avanzar tanto como el maligno lo ha deseado.
Con toda seguridad muchos se preguntarán porqué Dios ha permitido tantas muertes con este asunto del Covid-19, de ancianos que con toda seguridad era gente de bien.
La respuesta es: Sólo Dios sabe el porqué. Nadie más, porque Él es el dueño y propietario de nuestras vidas. Sólo Él sabe porqué se los llevó con esta pandemia. Jamás lo sabremos.
Otros también se preguntarán ¿Por qué Dios permite este tipo de flagelos para el mundo? ¿Por qué permite que el maligno se paseé tan campante por los países haciendo de las suyas? ¿Por qué castiga tanto a la humanidad?
Sólo Él sabe los porqués. Lo cierto es que no se debe interpretar esto como un “castigo divino”; sino interpretarlo como un “tú así lo has elegido, con toda libertad”.
Y en la parte política…
Las cosas en el mundo -todos lo saben-, están de cabeza: prostitución a sus máximos niveles, incluyendo la infantil, la pedofilia, la asquerosa pederastia.
Tráfico de personas, trata de blancas (nueva esclavitud), robos, asaltos, secuestros, homicidios, narcotráfico; todo eso sin contar la destrucción que a diario hacemos del planeta. Y no entendemos.
En pocas palabras: la vida está valiendo nada para los mismos seres humanos; no la valoran, la desprecian, acaban con ella; los abortos se han disparado tanto que uno ya puede ir a la tiendita de la esquina para arrancarse “el producto” que lleva dentro, “producto” que, por cierto, en la mayoría de los casos fue consentido.
Los políticos, los gobernantes de todos los colores y sabores, de cualquier bandera partidista, no se han hartado de tanto dinero sucio que se llevan a las bolsas. Muchos de ellos, por cierto, se dicen “cristianos” o “católicos”.
Sus principados, sus reinos, están coludidos con lo más bajo, lo más vil de la sociedad, con la cloaca misma; apestan, hieden, despiden olores putrefactos, todo con el único fin de “ser más”, de “tener más”, logrando el efecto contrario.
Se han olvidado de los más débiles, de los más desprotegidos, de los más abandonado. Sólo los toman de bandera política. Se entregan a ellos sólo de palabra y en ocasiones, ni eso. Los abandonan a su suerte.
¿De qué se trata?
Aquí no se trata de ver o no, de entender o no; miles de libros se han escrito al respecto. Aquí, de lo que se trata realmente, es de escuchar a nuestro corazón.
Si no escuchamos lo que Dios Nuestro Señor nos está hablando al oído todos los días, todas las noches, estamos más que jodidos.
Ante este tipo de pandemias lo único que debemos hacer es orar y rezar, encomendar nuestra vida completa a Dios y ponernos en sus manos. No tener miedo, porque eso es lo que se quiere: sembrar miedo.
Por la parte científica, hacer caso a lo que digan los especialistas, los expertos en la materia, los políticos cuerdos. No escuchar a ciertos burros que, estando en el poder, no saben ni qué decir ni hacer ante el peligro. Que hacen todo lo contrario.
Como cristianos, como católicos hagamos lo que nos corresponde; ayudémonos, seamos solidarios y misericordiosos con los demás, con quienes más nos necesitan.