- En todo el mundo parece estarse dando el mismo escenario: los destinos están listos, pero los turistas no.
Diario del Coronavirus
FERNANDO MARTÍ / CRONISTA DE LA CIUDAD
CANCÚN, Q. ROO.- CUARENTEMAS / Primera semana de salir a la calle. No mucho, y con la idea de obedecer todas las precauciones que marca el protocolo (y con el santo pavor de conocer al bicho). El tapabocas, de rigor y de tiempo completo. El gel, con 70 por ciento de alcohol, al alcance de la mano. Y desde luego la sana distancia, que quizá es una medida imposible de implementar.
La primera escapada, el súper. Está bastante lleno, en las cajas hay colas de cinco o seis personas. Como desconozco la etiqueta, espero con paciencia a que una señora escoja sus verduras, antes de acercarme por las mías. Cuando estoy en eso, otra señora invade mi espacio vital (el sanitario, me refiero). Se acerca a pocos centímetros, cala que tan madura está cada pieza. Si no se convence, la deja en su lugar después de sobarla. Obvio, si es portadora, habrá dejado algunos millones de coronavirus sobre la piel de jitomates y cebollas. ¿Qué hacer? ¿Lavarlos con agua y jabón? Los tomates, de acuerdo, porque tienen piel, pero, ¿las lechugas?, ¿las papas?, ¿las zanahorias? En fin, todo pasará por el matabichos.
Segunda escapada: una caminata por la ciclopista del Bulevar Kukulcán. Hay poca gente, quizás por la hora, las tres de la tarde, que coincide con el cambio de turno en los hoteles. Los empleados abandonan el centro de trabajo con su tapabocas, pero se lo quitan apenas recuperan la libertad. Parece lógico: ocho horas con ese parche en la cara tiene que resultar asfixiantes. Mientras esperan el camión, los grupos platican a distancia normal, ajenos al riesgo. Paso por un hotel en construcción junto a Playa Tortugas. Todos los albañiles tienen tapabocas, pero lo traen como collar, al cuello. Un grupo de taxistas espera a las puertas de un hotel. Otra vez, todos tienen tapabocas, pero está en el asiento o cuelga del espejo retrovisor. De seguro se lo pondrán si sale un cliente, pero no se lo ponen mientras juegan cartas, en la espera.
Tercera salida: cita de trabajo en una imprenta. Aquí todo está en orden: cada quien con su tapabocas, incluido el dueño. Platicamos a larga distancia, pero me cuenta que el día anterior fue a un restaurante argentino, sobre la Avenida Bonampak. El local se pulió con las medidas de seguridad: acrílicos para separar las mesas, cero contacto con los meseros, todo muy sanitizado. ¿Poca gente? Al contrario, llenísimo, había hasta cola en la entrada.
Fin de semana: comida adelantada del Día del Padre, en sábado. Sólo tres parejas, todas enclaustradas desde hace siglos, pero eso sí, con hijos y nietos. En total unas veinte personas, menos de las cincuenta que marca como límite el manual, pero suficientes para olvidarte del distanciamiento social, sobre todo a la hora de la carne asada. Todos estos encuentros cercanos, con toda seguridad inofensivos, te van dando confianza, una sensación reconfortante de que no pasa nada, o de que es difícil que pase.
La gente ya está en la calle, muy cerca de hacer su vida normal. Y a nadie le importan las estadísticas que dicen que en Cancún estamos mal (96 contagios en un día, 44 decesos en la semana), pero en México estamos peor (6 mil contagios en un día, 2 mil 600 muertos en los últimos siete días). Mas esos son los datos oficiales y, la verdad, ¿quién le va a creer al gobierno?
DOMINGO, 14 DE JUNIO
Reunidos en el pueblo de Dolores Hidalgo, cuna de la Independencia, los nueve gobernadores del PAN se congregan para defender una causa justa: la distribución de los recursos fiscales. Ya se sabe, desde siempre, que la Federación se lleva la tajada del león y reparte migajas entre estados y municipios, para colmo a como le viene en gana.
La propuesta tiene seriedad y alcance, pero los mismos gobernadores se encargan de boicotearla. En lugar de dar cifras, de demostrar con números el abuso, lanzan una proclama política en la cual aseguran que “la República padece una asechanza a sus instituciones”, que “la democracia no debe ser ignorada” y que “no hay lugar para una República Monárquica”.
Como ninguno de los presentes se ha distinguido por ser un demócrata en sus propias entidades, como controlan sin pudor y con dinero a sus Congresos y a la prensa local, como son panistas trastocados en priistas en la práctica política, la intención de la reunión es inequívoca: todos van contra López Obrador.
López Obrador les contesta en los mismos términos: eso es politiquería, dice. Además, se hace el ofendido: “exijo respeto a la investidura presidencial”, declara. Del pacto fiscal, ni siquiera ofrece revisarlo.
Como no es posible suponer que los integrantes del GOAN sean tan ingenuos, la lectura obvia es que ya empezó la campaña electoral para el 2021. Los gobernadores no las tienen todas consigo y temen, sobre todas las cosas, que Andrés Manuel arrase en las elecciones, gane la mayoría de los quince estados en disputa, conserve el control del Congreso y se anime a transformar su “dictablanda” en dictadura.
En ese escenario de pesadilla, las proclamas de viva el federalismo (que nunca ha existido) y viva la democracia (que nadie practica), suenan huecas y nada convincentes. Si esa es la propuesta de la oposición, Morena va a ganar de calle.
A mi juicio, el gran problema que tiene la oposición son los ¿50?, ¿60?, ¿70? millones de pobres que hay en este país. Para asegurar su lealtad, Andrés Manuel adoptó la más populista de las estrategias, suicida en lo económico e inaceptable en lo político, pero muy rentable en lo electoral: dinero fácil (aunque sea poco), a través de dádivas directas, los llamados programas sociales.
Esa es la pregunta que tienen que contestar los oponentes; ¿qué le van a ofrecer a los pobres de Andrés Manuel?
¿Democracia? ¿Federalismo? Por favor, un poco de seriedad…


LUNES, 15 DE JUNIO
La milenaria China, cuna mundial del coronavirus hasta donde sabe la Organización Mundial de la Salud, anuncia un rebrote de la pandemia, esta vez en la capital del país, Pekín.
Como el gobierno chino no se anda con cuentos chinos, manda clausurar ipso facto el mercado mayorista de Xinfadi, que en términos mexicanos equivaldría a la Central de Abasto de la Ciudad de México, mientras 20 barrios completos son puestos en cuarentena total y se suspenden hasta nuevo aviso las clases en las escuelas.
China reportó el primer caso de Covid-19 el pasado 31 de diciembre, hace cinco meses y medio. Entre esa fecha y el 1 de mayo acumuló 4 mil 633 muertes, pero su estrategia de aislamiento obligatorio y forzoso, con medidas militares incluidas, dio resultado: en todo mayo y lo que va de junio sólo se registró un deceso.
Habrá que ver cómo evoluciona el rebrote en la capital china, pero una cosa parece quedar clara: un mes sin muertos (y casi sin contagios) no significa que hayan domado al virus. ¿Alguien está tomando nota?


MARTES, 16 DE JUNIO
Voy a usar tres datos suaves, llamados así porque no puedo revelar la fuente ni son fruto del periodismo de investigación. Son comentarios, o más bien confidencias, que recogí entre empresarios que están viendo negro el futuro, y van a proceder en consecuencia.
Uno: un amigo, abogado y notario, me cuenta que va a reducir su planta laboral de 40 a 15 trabajadores, recorte efectivo en julio. “Me di cuenta que no necesito tanta gente, y además, no tenemos trabajo”, explica.
Dos: el dueño de una fábrica calcula que este año venderá el 30 por ciento de lo que facturó en 2019. “Tengo que cambiar mi chip mental, saber que vamos a tener un par de años de sequía, quizá con cero utilidades”, apunta. Luego me dice que va a elaborar sus proyecciones financieras con ese 30 por ciento como meta de ventas, y que va a recortar todo lo demás: locales, prestaciones, salarios, y sin duda, puestos de trabajo.
Tres: el dueño de un negocio grande estima que se equivocó en la estrategia de reducir salarios, como lo pidió el gobierno. “Hay que liquidar a la gente, eliminar ese costo para sobrevivir”, subraya. En este caso, estamos hablando de cientos de empleos que se sumarán a los ochenta mil despedidos en los meses pasados. “Si no actúo con decisión” afirma, “en tres meses me quedo sin liquidez”.
Los datos son suaves, pero de una dureza atroz: ya tenemos encima la otra pandemia, la económica. Y contra esa no hay tapabocas que valga.


MIÉRCOLES, 17 DE JUNIO
España tiene algo más de experiencia en materia de turismo que México. El sector se consolidó después de la II Guerra, cuando los países aliados aislaron el régimen fascistoide de Francisco Franco y los viajeros nórdicos se convirtieron en la principal fuente de divisas. A partir de ahí creció una industria que no ha dejado de expandirse: el año pasado fue el segundo país más visitado del mundo, con 83 millones de viajeros.
Esa es sólo una parte de la película. La otra cara son las cadenas hoteleras españolas, que son propietarias u operadoras de 670 mil habitaciones hoteleras a escala global. Una sola firma, Sol Meliá, tiene un registro de 80 mil cuartos, casi tantos como los que existen en Quintana Roo, y reporta ingresos anuales por tres mil millones de euros.
Todo esto viene a cuento porque el señor Jorge Marichal, que despacha como presidente de la Confederación Española de Hoteles y Alojamientos Turísticos, compareció ante el Congreso de los Diputados y declaró en tono quejoso: “es injusto que siempre se le esté tratando al sector turístico en este país de la manera que se le trata.”
¿Cuál era la queja del señor Marichal? Pues muy sencillo; que el gobierno no ha ratificado que extenderá los Erte (abreviatura de expediente regulador temporal de empleo), un instrumento legal que permite a los empresarios reducir las jornadas de trabajo y los salarios, e incluso despedir temporalmente a los trabajadores mientras dura la pandemia.
Muy molesto, el señor Marichal le reclamó a los diputados del Congreso que no hayan extendido la medida hasta julio, tras lo cual los cuestionó de la siguiente manera: “¿ustedes piensan que se puede manejar una empresa con tanta incertidumbre?”. Se nota que el señor Marichal es un novato en crisis…
Como sea, lo interesante del mensaje de Marichal es lo que dijo a continuación: “España está lista, pero los turistas no”. Luego añadió: “las reservaciones se han desplomado, las aerolíneas vuelan vacías, la recuperación de la confianza llevará meses, hay que dar por perdida la temporada de verano (y quizá la de invierno)”.
¿Será nuestro caso? Cancún está listo, ¿pero los turistas no?
JUEVES, 18 DE JUNIO
En el kilómetro dos y medio de la Zona Hotelera de Cancún funciona un retén policial que no funciona. A alguien del Ayuntamiento, algún día lejano, se le ocurrió montar esa barrera, tal vez para detener el tráfico de armas hacia la zona de recreo, tal vez para intimidar a los sicarios, tal vez para dificultar el tráfico de mercancía robada de la zona pobre a la zona rica.
La cosa es que ya pasaron varios años y ahí sigue. Como los engendros burocráticos tienen vida propia y una vez que echan raíces es imposible extirparlos, el retén sobrevive a pesar de su manifiesta inutilidad, como la caseta de Policía que se encuentra en el kilómetro 0.4 (esa, al menos, podría ser útil para echar la siesta).
Lo malo del retén de marras es que, para demostrar que sí sirve, algún celoso comandante ordena reactivarlo de manera por demás arbitraria, lo mismo por la mañana que por la tarde, más o menos durante una hora, en el día que le viene en gana. Se forman entonces unas tremendas colas que alcanzan más de un kilómetro y que avanzan a paso de tortuga, sometido cada vehículo al escrutinio de la autoridad policiaca.
El protocolo de ese lance suele consistir en una indicación para bajar la ventanilla, una pregunta de a dónde se dirige, otra pregunta sobre si vives o trabajas en la zona hotelera, y una amable despedida con la palabra pásele. Es posible que los policías asignados al retén, pese a su aspecto somnoliento, en realidad sean psicólogos instantáneos capaces de identificar delincuentes con tan breve diálogo. Lo cierto es que detienen pocos coches y muchas motocicletas, por no decir todas, que a la vera del camellón alcanzan alguna clase de arreglo para seguir circulando.
No creo que haya corrupción en ese lance, ya que estamos en la 4T. Si así fuera, el retén sería permanente y no dejarían que la mina de oro dejase de producir, cosa que no sucede, pues de repente los policías se van (a cambiar de turno, a desayunar, vaya usted a saber), el retén desaparece por horas y por días, y los autos vuelven a circular con desenfreno, como corresponde al país libre y democrático en el cual vivimos.


VIERNES, 19 DE JUNIO
Con tremenda pataleta, Andrés Manuel compró la bronca de su esposa, la señora Beatriz, y mandó despedir a la titular del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación, Mónica Maccise. Muy mal que el presidente tenga la mecha tan corta, y muy peor que no cuide las formas (lo decía Reyes Heroles: en política, la forma es fondo), pero, al igual que López Obrador, la gente se enteró de la existencia del Conapred a partir del escándalo.
El tema de la discriminación, con sus dosis de racismo y de clasismo, no le interesa a AMLO, ni le interesa a ningún líder en el mundo. Es un asunto soterrado, inconfesable, de raíces profundas, de prejuicios milenarios, que en la práctica resulta casi imposible erradicar (como los retenes policiacos).
El racismo florece a nivel global. Vimos en las pantallas los disturbios en los Estados Unidos, pero no vimos a los millones que piensan que los negros (y los hispanos) son inferiores. Europa, la civilizada, no puede ocultar el desprecio de los alemanes por turcos y sirios, el de los franceses por los argelinos y tunecinos (pies negros, les decían), o el de los españoles por los árabes (aún les dicen moros). Los japoneses se sienten superiores a los chinos (y a todos los demás), los judíos azkhenazi a los judíos sefaradíes, y la tribu hutu busca exterminar a los tutsis, en Ruanda.
No es necesario hablar de discriminación en México, que empieza por las mujeres, sigue con los pobres (identificados no como tales, sino como nacos), y convertida en racismo puro y duro, termina con los pueblos indígenas. Eso no puede prosperar sin un amplio consenso, de modo que hay que apuntar el dedo acusador hacia uno mismo, hacia la hipocresía que vuelve al racismo políticamente incorrecto, pero socialmente aceptable.
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