- La cuenta regresiva de este diario está en marcha, pero la realidad no ofrece un buen pretexto para ponerle fin, pese a la producción y distribución de las vacunas.
FERNANDO MARTÍ / CRONISTA DE LA CIUDAD
CANCÚN, Q. ROO.- CUARENTEMAS / Hace unas semanas, a principios de diciembre, anuncié en este diario que había iniciado la cuenta regresiva del Diario del coronavirus, una manera artificiosa de decir que el tema se estaba agotando y que el interés de los lectores apuntaba hacia otros temas, quizá menos deprimentes y frustrantes que el ataque sostenido del bicho.
La realidad me contradijo de manera brutal. Los contagios se dispararon a finales de año, no sólo en México sino en todo el mundo. Primero en Europa, luego en América, el número de infectados y de decesos se disparó, hasta alcanzar cifras que hicieron ver chaparros los picos de primavera y verano. En nuestro país, el promedio de agosto de 5 mil nuevos casos por día brincó a 12 mil en diciembre, y a 20 mil en enero, mientras el número de muertes (oficiales) superó las 160 mil, lo cual nos colocó en el tercer lugar mundial en número de víctimas, sólo detrás de Estados Unidos y Brasil.
Más inquietante que eso (o más polémico, o más periodístico, o más llamativo, me cuesta trabajo encontrar el vocablo exacto) fue el caos que se generó en torno a la producción y la distribución de las vacunas. Después de correr como locos para encontrar una solución terapéutica, una vacuna capaz de inmunizar a la gente, las mayores farmacéuticas del mundo fueron incapaces de cumplir con sus cuotas de producción y con sus plazos de entrega. Pfizer, Astra-Zeneca, Moderna, la rusa Gamaleya, todos sin excepción tuvieron retrasos e incumplimientos, lo que vino a complicar en forma dramática los planes de vacunación masiva de cada gobierno.
El caso de México fue un tanto patético porque no había plan, sino un diario de buenos propósitos (el personal médico antes de febrero, los adultos mayores antes de marzo, los demás después), que todo mundo sabía que no se iba a cumplir. En efecto, en pleno febrero aún no concluye el turno del personal de primera línea (médicos y enfermeras), pero el villano se llama Pfizer, que apenas pudo surtir 600 mil dosis, mismas que ya se acabaron.
Para tranquilizar a quienes recibieron la primera dosis, dio la cara el propio López-Gatell, quien aseguró que lo ideal es poner la segunda inyección a los 21 días, pero no pasa nada si se aplica antes de los 42 (¿?).
En cuanto a la vacuna rusa, la Sputnik V, recibió amplia publicidad la noticia de que la revista británica The Lancet publicó un artículo de pares médicos en donde se asegura que sí es efectiva y que no es peligrosa, tras lo cual algún crédito habría que darle al gobierno de la 4T, que se apresuró a comprar 20 millones de dosis en medio de un torrente de críticas. Qué bueno que lo hizo así, pues tras la publicación la fila para adquirir el fármaco va a ser muy larga y el plazo de espera puede ser infinito.
Aun con la buena puntería al cerrar ese trato, la primera remesa de Sputnik llegará a México los primeros días de marzo, en cantidad desconocida, pues el canciller Marcelo Ebrard prefirió reservarse la cifra (quizás porque la ignora). Ojalá lleguen muchas, pues el gobierno federal requiere 15.4 millones de ampolletas (una por persona) para inocular en marzo a todos los adultos mayores de 60 años, aunque para llegar a esa meta sería necesario inyectar medio millón de personas al día, cifra que sólo han superado dos países en el mundo, Estados Unidos y China (en Europa, únicamente Reino Unido se acerca, con 400 mil, y el promedio diario de la mayoría de países anda por debajo de los 100 mil). Dado que el promedio actual de México es de 5 mil, no se ve cómo la 4T pueda multiplicar por cien los piquetes.
En medio de esta confusión, pero aún convencido de que el tema empieza a aburrir, a fines de diciembre decidí que el Diario acabaría cuando se vacunara el primer cancunense, ya que si bien ese no es el fin de la pandemia, de alguna manera puede calificarse como el principio del fin. El problema fue que cuando tuvo lugar el primer piquete, yo ni me enteré, pues el receptor fue algún héroe de primera línea (médico, enfermera, camillero, ambulante, vaya usted a saber), y la información no se hizo pública (entre paréntesis, en enero 13 fue inoculada la enfermera Juana Álvarez, de 48 años, en ceremonia clínica que presidió el gobernador, pero eso sucedió en… ¡Chetumal!, lo cual no sirve para coronar un diario de Cancún).
Decidí entonces esperar a que se vacunara el primer cancunense común y corriente, un ciudadano como cualquier otro, pero otra vez, cuando sucedió tal cosa tampoco me enteré, pues resulta que más de un millonario nativo, ya sea porque ostentan doble nacionalidad, ya sea porque tienen recursos sobrados para saltarse la lista de espera, se fueron a los Estados Unidos y se pusieron la inyección. No quiero dar nombres, puesto que ellos lo presumen en privado mas no en público, pero me pareció anticlimático liquidar el Diario con base en esos piquetes semiclandestinos.
Eso me deja como último recurso esperar a que me vacune yo. Para darle credibilidad a esa opción, con más paciencia que el santo Job, tras unos cincuenta intentos logré introducir mi CURP al sitio mivacuna.salud.gob.mx y obtuve mi registro, de modo que sólo resta esperar a que me llamen, lo cual puede ocurrir entre el año 2067 (según Ruiz-Healy) y 2093 (según Loret de Mola), fecha en que es de suponer que todos mis lectores, aún los más fieles (y quien esto escribe), habremos muerto por una causa distinta al coronavirus. Mal plan: la prudencia indica que es hora de sepultar el Diario del coronavirus, antes de que el Diario del coronavirus nos sepulte a todos.
RECUENTO DE DAÑOS
Hablando de Ruiz-Healy y Loret de Mola, tengo que confesar que una de las tareas más pesarosas en la elaboración del Diario es la lectura cotidiana de la prensa nacional. Ese tormento proviene de que nuestros medios, más que informar, más que opinar, están empeñados en descalificar al gobierno de López Obrador, en lapidarlo a pedrada limpia, en machacarlo con mortero, todo eso en nombre de la objetividad y de la libertad de expresión.
No digo que Andrés Manuel no sea responsable de lo que pasa. Durante sus dos años de gestión ha dedicado buena parte de las mañaneras a denostar a la prensa que lo critica, a llamarlos fifís y chayoteros, a insultarlos sin elegancia (“pasquín inmundo”, le dijo a Reforma), a tacharlos de manipuladores y mentirosos. La respuesta que ha recogido es proporcional. En vez del análisis, en vez de la investigación, en vez de la reflexión, los comentólogos se han refugiado en la difamación y en el rumor, atizando el mal humor de los estratos sociales que no pueden ver a Andrés Manuel ni en pintura. El odio y el rechazo que les produce el presidente, aunque se declaren imparciales, nubla casi todos sus comentarios. Para muestra, un rosario de perlas recogidos para este diario la semana pasada.
• El lunes, en el programa La hora de opinar, el excanciller Jorge Castañeda acusó de “estúpido” al gobierno, porque compró un lote de vacunas Sputnik V que, al provenir de “una dictadura”, no se puede estar seguro que se trata de un fármaco, y no de ampolletas “llenas de agua”. Es admirable que la política exterior del país haya estado en manos de un personaje que se atreve a esparcir al aire ese avieso rumor.
• En la misma emisión y sobre el mismo tema, el escritor Héctor Aguilar Camín calificó de “criminal” que el gobierno pretendiera vacunar con la Sputnik V a los mexicanos, pues eso podría provocar “cientos de miles de muertes”. Cuando la revista The Lancet dio a conocer sus conclusiones, Aguilar porfió: la fase III fue hecha en moscovitas blancos, en otras “etnicidades” (los morenos mexicanos, hay que asumir) el resultado puede fallar hasta en 75 por ciento.
• El miércoles, el columnista Raymundo Riva Palacio publicó en su columna de Milenio: “La noche del lunes para amanecer el martes, López Obrador había tenido una crisis por el coronavirus”. Más adelante agrega: “al sufrir el presidente un momento de alto riesgo donde un equipo de médicos… trabajó muy bien para estabilizarlo y evitar que aquello se convirtiera en tragedia”. Sin ponerlo con todas sus letras, esa redacción atiza el rumor de que Andrés Manuel estuvo a punto de morir, una especie que circuló en redes sociales toda la semana, incluyendo una supuesta toma de las instalaciones del Hospital Español para revivir a un mandatario agónico. Cuando el presidente apareció en un video el viernes, sin trazas de haber estado en el umbral de la muerte, Riva Palacio no dio su brazo a torcer: “nos mintieron y ocultaron verdades”, dijo, y añadió: “la enfermedad del presidente paralizó al gobierno”.
• El columnista financiero Darío Celis, quien por cierto es casi nativo de Cancún, interpretó la cancelación de los vuelos hacia México por el gobierno de Canadá como una crisis mayor: “La decisión de cerrar sus fronteras a los mexicanos no es gratuita, es una tácita reprobación a la desastrosa gestión de la pandemia”. En su furor, el comentarista se fue de bruces: Canadá no cerró las fronteras, sólo suspendió los vuelos. Puede ser que una cosa provoque la otra, pero la información está distorsionada.
• Loret de Mola: “El viernes pasado regresó a lo que mejor sabe hacer, incluso enfermo: vender ilusiones”.
• Ruiz Healy, refiriéndose a la política de cielos abiertos de México: “Otra mala decisión de los charlatanes que controlan a AMLO”.
• Leo Zuckermann: “¿A qué estamos jugando? ¿Quién es el responsable de este desmadre?”
• López Dóriga, Pablo Hiriart, Denise Dresser, Macario Schettino, Víctor Trujillo Brozo…
Una ruidosa minoría, pero más que capaz de hacer un escándalo mayúsculo, un ruido atronador, sin dejar espacio para el entendimiento. El problema de tanto exabrupto es que no sirve para comprender la realidad. No voy a cuestionar las motivaciones personales de cada autor, esas son lo de menos, pero en conjunto el estruendo le hace tanto mal a la democracia como los excesos del presidente.
Esa no es la prensa que yo quiero leer. Tengo que hacerlo, pero lo hago de malas, pues de antemano sé lo que voy a encontrar: un lenguaje inflamado, un tono histérico, y en ocasiones una arrogancia mayúscula, que se presenta como la conciencia del país. En resumen, un discurso aburrido, reiterativo y mecánico, que me hace recordar el genial apotegma de otro comentarista político, el periodista americano Walter Lippmann: “Cuando todos piensan igual, es que nadie está pensando.”
LA VIDA SIGUE
Un viernes de diciembre del lejano 2005, la periodista Adriana Varillas llamó a mi oficina con un mensaje perturbador: “Acaban de detener a Lydia Cacho, se la llevaron los judiciales. ¡Hay que hacer algo!”
El año anterior, Lydia había publicado su libro “Los demonios del Edén”, donde denunciaba las redes de prostitución y pornografía infantil que existían en la ciudad, dando el nombre del principal implicado, el empresario de origen libanés Jean Succar Kuri. Aparte de describir las repugnantes hazañas sexuales de ese señor y narrar el vía crucis legal que tuvieron que recorrer sus víctimas, Cacho identificó una serie de cómplices poderosos, entre quienes se encontraban el político veracruzano Miguel Ángel Yunes y el empresario poblano Kamel Nacif Borge, conocido por el sobrenombre de rey de la mezclilla. La detención de Lydia, descrita por ella misma como un “secuestro legal”, fue producto de las maquinaciones de Nacif Borge con su protector y aliado, el gobernador en turno de Puebla, Mario Marín Torres.
Este Marín Torres era un pájaro de cuenta. Toda su carrera política la hizo en los sótanos del poder, como juez y como secretario particular, hasta que la suerte lo unió a un político igual de cavernoso, el inefable Manuel Bartlett, para desgracia de los poblanos, electo gobernador en las postrimerías del régimen de Carlos Salinas de Gortari, un pago postrero a las maquinaciones que condujeron a la caída del sistema tras las elecciones de 1988. Bartlett sostuvo a Marín Torres como su secretario de Gobierno durante toda su gestión, y de seguro quedó satisfecho con sus servicios, pues lo cobijó para que obtuviera la presidencia municipal de Puebla en 1999.
En el desempeño de ese cargo, una indiscreta grabadora reveló que sostenía una relación sentimental con una estudiante de 17 años, conducta que el Código Penal del estado califica como un delito de estupro. Con todo, Marín se las arregló para llegar a la gubernatura en febrero de 2005, y en diciembre del mismo año mostró el cobre ordenando detener a Lydia Cacho a más de mil 200 kilómetros de las fronteras de Puebla.
Una grabación reveló la intriga. En la misma, un eufórico Kamel Nacif felicita a Marín Torres por haber detenido a Lydia, lo llama mi “gober precioso”, y le ofrece mandarle primero una, y luego no una, sino dos botellas de cognac XO, que pudiera ser un eufemismo que en el lenguaje de esa mafia signifique dos menores de edad. Marín se implicó directamente: “Ayer le di un pinche coscorrón a esta vieja cabrona”. Cuando el audio se hizo público inició un interminable pleito legal, que casi siempre se resolvió a favor de Marín Torres. Obvio, el poderoso gobernador maquinó para imponerse en las primeras instancias, y cuando el juicio llegó a la Suprema Corte, quedó al descubierto la impudicia política de ese tribunal que negó su protección a Cacho en repetidas ocasiones, alegando que no era competente (¡!) o que la falta no había sido grave (¡¡!!).
Un papel muy lamentable jugaron en la última votación las ministras Margarita Luna Ramos y Olga Sánchez Cordero, actual secretaria de Gobernación, quienes a última hora cambiaron su postura a favor de la resolución que condenaba a Marín, y votaron en contra.
Las faltas sí habían sido graves. A Lydia la secuestraron en Cancún y la llevaron hasta Puebla por carretera, unas 20 horas en las cuales le negaron alimentos, le impidieron hablar con su abogado, la amenazaron con golpearla y con matarla, y le impidieron ir al baño. Esas son prácticas habituales de la Policía mexicana, pero en este caso la víctima, Lydia Cacho, habría de mostrar más carácter y dureza que los matones que la maltrataron, y una férrea convicción de castigar a los verdugos.
Desde su secuestro Lydia ha publicado una docena de libros, ha ganado más de 20 premios internacionales como defensora de los derechos humanos, ha impartido cientos de conferencias y ha ganado un dineral, pero la parte sustantiva de ese dineral la ha gastado en abogados, buscando que el crimen no quede sin castigo. Eso implicó otro vía crucis: cientos de amenazas telefónicas, temporadas en que tuvo que traer escoltas, estancias y viajes al extranjero cuando temía por su vida, una existencia trastocada por el miedo. Pero se impuso su determinación, gracias a la que Jean Succar Kuri purga en Cancún una condena de 112 años de prisión. De los policías que la torturaron, el comandante José Montaño Quiroz fue condenado a cinco años de cárcel, y se encuentran presos y sujetos a proceso el comandante Juan Sánchez Moreno y el agente Alejandro Rocha Laureano, en tanto el subsecretario de Seguridad Pública de Marín, Hugo Adolfo Karam, se encuentra prófugo. Prófugo está también Kamel Nacif Borge, y prófugo estaba hasta el miércoles el “gober precioso”, Mario Marín Torres, quien con esposas en las muñecas, pero en avión, recorrió el camino de la ignominia en sentido contrario, de Acapulco a Cancún, para rendir su declaración provisional.
El caso no está cerrado. Marín Torres tiene mucho dinero, puede pagar abogados eficaces, y puede tratar otra vez de corromper a la justicia, ya que cuenta con amigos bien colocados y un sistema machista que opera a su favor. Pero —quiero supone— pese a su arrogancia y su vulgaridad debe estar muy arrepentido del “pinche coscorrón” que le dio a esa vieja cabrona que se llama Lydia Cacho.
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