El mercado del arte ha cambiado mucho

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  • Mary-Anne Martin, promotora del arte mexicano y latinoamericano en Nueva York ha visto como desde los años noventa a la fecha, el mercado de piezas latinoamericano ha ido cambiando.

ERIKA P. BUCIO / AGENCIA REFORMA


CIUDAD DE MÉXICO.-Mary-Anne Martin, promotora del arte mexicano y latinoamericano en Nueva York, portaba unos aretes Frida Kahlo como amuleto en la subasta del cuadro Diego y yo, vendido la noche del martes en una cifra récord para el arte latinoamericano de 34.9 millones de dólares en Sotheby’s.

La carrera de esta galerista, en buena medida, ha estado ligada a esa obra; la adquirió en 1990 por un millón 430 mil dólares, cuando por primera vez una pieza latinoamericana rebasaba el tope del millón. Treinta años después, esa marca palidece.

Desde su galería en Nueva York, Martin cuenta en entrevista que ella la adquirió en aquel año con ayuda de un socio, y reunió el dinero para pagar. Entonces las subastas de un millón eran mucho dinero para una sola pieza.

Recuerda que 10 minutos después de adjudicarse el Kahlo, otro coleccionista adquirió Los desastres del misticismo, de Roberto Matta, también en el orden del millón de dólares. Aun conserva el catálogo de aquella venta.


“Ese fue el principio de toda una nueva era de apreciación y revaloración de la obra de Frida y de artistas latinoamericanos”, señala.

Yo tuve ese cuadro (Diego y yo) en mi galería, lo renté para algunas exposiciones y, eventualmente, menos de un año después de aquella subasta, lo vendí a un coleccionista privado. Aquí estamos ahora: este cuadro por el que pagué más de un millón de dólares se subastó por 31 veces más (de aquel precio)”.

El mercado del arte, subraya, ha cambiado mucho.

Pero algo que destaca la galerista neoyorquina es que, fuera de subasta, se ha enterado de dos operaciones privadas en que cuadros de Kahlo se han vendido por más de los 34.9 millones de dólares pagados en Sotheby’s de Nueva York, tras ser adquirido por el empresario y coleccionista argentino Eduardo Constantini, de quien Martin posee una buena opinión.

“El cuadro va a una buena persona, alguien que apoya al arte”.

Diego y yo (1949) irá al acervo privado del coleccionista, fundador del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA). El empresario pujó vía telefónica a través de Anna di Stasi, la directora de Sotheby’s para América Latina.

Martin refiere que había un segundo interesado, quien ofrecería una suma mayor, pero al final cambió de opinión. Cree que, de haber habido otro coleccionista en la puja, el cuadro habría alcanzado una cifra mayor.

El precio de martillo fue de 31 millones de dólares que, más la comisión de Sotheby’s, alcanzó los 34.9. La obra había sido tasada en un mínimo de 30 millones y un máximo de 50.

Constantini había pagado ya por Autorretrato con chango y loro (1942), también de Kahlo, 3.2 millones de dólares, un récord para el arte latinoamericano en 1995. Y en 2016 desembolsó 15.7 millones por Baile en Tehuantepec, (1928) de Diego Rivera, en una venta privada.

Martin considera ocioso comparar el récord impuesto por la artista mexicana con la cotización de la obra de Rivera, quien, hasta el martes, ostentaba la marca en subasta con Los rivales, por 9.7 millones de dólares.
“No hay que hacer una competencia entre la esposa y el esposo”, ataja Martin.

ANTES DE FRIDA


Martin fundó su propia galería en 1982, Mary-Anne Martin/Fine Arts, pero antes, a finales de los años 70, había creado el departamento de Arte Latinoamericano en Sotheby’s. Un viaje a México en 1974 le abrió los ojos: pudo apreciar los murales de Rivera y visitó la Casa Azul; vio algunas obras de Kahlo cuando aún no se le conocía simplemente como Frida, y se entrevistó con algunos clientes.

“Fue el principio de más viajes, mayor publicidad y un mayor interés en las obras que ofrecíamos”.

En 1976 incluyó un número de obras de artistas mexicanos en una subasta de arte moderno, y logró vender la totalidad, con mejor fortuna que los artistas europeos. Y en 1977 organizó la primera venta de arte mexicano en los Estados Unidos.

Decidió dejar Sotheby’s para establecerse por su cuenta y, desde su galería, se ha dedicado a promover a creadores latinoamericanos, como Leonora Carrington, Miguel Covarrubias, Mathias Goeritz, Wilfredo Lam, Carlos Mérida, José Clemente Orozco, Alice Rahon, David Alfaro Siqueiros, Rufino Tamayo, Francisco Toledo, Joaquín Torres García, Remedios Varo y, por supuesto, Kahlo y Rivera.

Aunque admite que fue difícil en el principio, Christie’s, rival de Sotheby’s, no tardaría en sumarse a la competencia.
Furor que también vio como coleccionista.

Uno de los Kahlos que adquirió, por ejemplo, fue también La venadita (1946), por el que pedía 75 mil dólares, aunque le llegaron a decir “Pero Mary-Anne, si es muy pequeño”. Aquella pintura, dice, se acabaría vendiendo en 10 millones de dólares.

“Cuando comencé, la obra de Kahlo aún no era declarada Monumento Artístico (en México); era la esposa de Rivera”, dice.

La declaratoria que menciona, mediante decreto presidencial, que prohibe la salida del País de la obra de Kahlo para su comercialización, se hizo hasta 1984.

El contraste, después de tres décadas de que tuvo en sus manos Diego y yo, es notable. “Entonces tenía un solo libro (sobre la pintora), ahora hay una biblioteca entera”, dice. Sin contar todas las mercancías asociadas. “Ahora hay hasta imanes para el refrigerador, y yo me puse (la noche de la subasta) mis aretes Frida Kahlo para la buena suerte”.

Diego y yo fue dedicado por la pintora a Sam y Florence Arquin, quienes lo consignaron para su venta en 1990. Martin, recuerda, viajó a Chicago, donde residía la pareja, para verlo, y les hizo una oferta, pero ellos querían más dinero. Fue entonces que terminó en subasta y cruzó la frontera del millón de dólares, muy lejos del actual mercado que elevó su valor más de 30 veces.

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