¿Héroes o villanos?: El bloque conservador y sus “traidores”

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Por KUKULKÁN

EL DICHO popular “los villanos de unos son los héroes de otros” nunca había cobrado tanta vigencia en la política mexicana como hoy. La reforma judicial de la 4T, aprobada el pasado 15 de octubre, se ha convertido en una obra épica de lealtades y traiciones, digna de un guion shakespeariano. En este teatro de pasiones desbordadas, aquellos que decidieron no respaldar las ambiciones del bloque conservador han sido rápidamente rebautizados: para unos, son los traidores de la “democracia”, para otros, encarnan a los nuevos defensores del “pueblo”.

PARA la derecha, la traición comenzó en el seno del Instituto Nacional Electoral, con el “atrevimiento” de Guadalupe Taddei Zavala como consejera presidenta de validar el resultado de la contienda presidencial que dio la victoria a Claudia Sheinbaum, lo cual, para los opositores, fue nada menos que un “asalto a la democracia”. La inercia de derrotas se trasladó al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, donde su presidenta Mónica Soto Fregoso hizo lo propio y se convirtió en otro objetivo de la indignación conservadora al confirmar la victoria de Sheinbaum, pese a la avalancha de impugnaciones que los opositores lanzaron como si fueran confeti en fiesta patriótica.

CADA resolución en favor de la morenista fue sumando una capa de “traición” ante los ojos de la derecha, que veía en cada funcionario a un Judas institucional. La estrategia conservadora se ancló en la posibilidad de que la bancada de Morena no alcanzaría la mayoría calificada en el Senado, pues apenas sumaban 83 escaños y necesitaban completar 86 para reformar la Constitución. La apuesta parecía segura, hasta que los senadores del PRD, Araceli Saucedo Reyes y José Sabino Herrera Dagdug, al pisar el Senado, lo hicieron ya portando playera guinda. Con esos dos escaños, la 4T llegó a los 85 votos, y la oposición todavía confiaba en que, sin el voto número 86, su bloque resistiría. Pero en política nada es seguro, y menos en el Senado.

EL GRAN número 86 vino de donde menos lo esperaban: el exgobernador panista de Veracruz, Miguel Ángel Yunes Linares, quien entró al Senado de última hora en reemplazo de su propio hijo, Miguel Ángel Yunes Márquez. El joven Yunes pidió licencia “por unas horas” y dejó a su padre con la misión de hacer lo que él mismo no pudo o no quiso. En un acto digno del mejor prestidigitador, Yunes padre sumó el voto crucial a Morena, y el bloque conservador se quedó atónito, contemplando cómo el suelo se les desmoronaba bajo los pies.

EL COMPLEMENTO de esta tragicomedia, lo aportó la misteriosa ausencia del senador de Movimiento Ciudadano, Daniel Barreda, el día de la votación, aduciendo un “problema familiar” que, casualmente, favoreció a la 4T en el conteo final. ¿Casualidad o destino? Como en cualquier buena historia de intrigas, nunca lo sabremos. Lo cierto es que su inasistencia también fue vista como una “traición” por el bloque conservador, que veía cómo su lista de traidores se alargaba sin remedio. Ya sin capacidad de impedir la reforma en el Senado, la oposición depositó su última esperanza en la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Ahí, sólo necesitaban convencer a ocho ministros para declarar inconstitucional la reforma.

PERO como si de una última ironía se tratara, el ministro Alberto Pérez Dayán se negó a respaldar el proyecto de su compañero Juan Luis González Alcántara. Su argumento: la Constitución no da facultades para que la Corte intervenga en reformas constitucionales. La respuesta de la derecha fue convertir mediáticamente a Pérez Dayán como el traidor final en la epopeya conservadora, el último héroe para la 4T. Lo paradójico es que el conservadurismo, que tantas veces ha defendido la independencia judicial, ahora acusa al ministro de traición por seguir precisamente lo que marca la ley. Pero claro, cuando la marea política cambia, las reglas también parecen ajustarse al libreto que convenga.

@Nido_DeViboras