Por KUKULKÁN
EN UN MOVIMIENTO digno de los anales de la política mexicana, la presidenta Claudia Sheinbaum se animó a hacer lo que pocos líderes mundiales se atreven: escribirle una carta a Donald Trump, presidente electo de Estados Unidos, para decirle, con todas sus letras, que México no se arrodilla ante nadie. Y es que no era cualquier tema el que motivó su pluma —o más bien, su teclado—, sino las amenazas de Trump de imponer un arancel del 25% a las importaciones mexicanas. Una medida que, dicho sea de paso, tiene a las empresas temblando, a los mercados sacudidos y a la oposición afilando sus cuchillos mediáticos.
SHEINBAUM, con esa mezcla de firmeza y orgullo nacional que tanto sabe proyectar, dejó claro que México no cederá a presiones ni chantajes. “Somos un país muy grande para hincarnos”, declaró en la conferencia mañanera, como para subrayar que el espíritu de Benito Juárez sigue vivito y coleando en Palacio Nacional. La frase, contundente como pocas, logró algo raro en la política: incomodar a todos.
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EL CONTENIDO de la carta en sí, que se hizo público durante la conferencia, parece haber sido un ejercicio calculado de diplomacia con filo y subraya que México ha implementado una política migratoria integral logrando reducir el cruce irregular hacia Estados Unidos en un 75%, por lo que propuso un modelo de movilidad bilateral para abordar el tema de forma ordenada y sustentable. El texto dirigido a Trump no se limitó a las cortesías diplomáticas. Sheinbaum señaló que el consumo de fentanilo es un problema de salud pública estadounidense y destacó los resultados de México en el aseguramiento de la droga y la detención de traficantes.
ADEMÁS, propuso colaboración para frenar el flujo de precursores químicos desde Asia y, con la misma firmeza, le recordó que las armas ilegales que alimentan la violencia en México vienen desde Estados Unidos. “No es con amenazas, no es con aranceles como se resolverán estos problemas, sino con cooperación”, escribió, cerrando el mensaje con un contundente: a los aranceles les responderemos con medidas de impacto proporcional. Como era de esperarse, la oposición no tardó en aprovechar el momento para tachar la carta de “demasiado reactiva” y “poco estratégica”.
SEGÚN ELLOS, desafiar a Trump con un tono tan directo sólo sirve para avivar la narrativa de confrontación y perjudicar la ya tensa relación comercial entre ambos países. Eso, claro, sin mencionar que algunos analistas sugieren que esta postura dura podría ser más para consumo interno —léase, electorero— que para influir realmente en las decisiones del magnate estadounidense. Pero, seamos honestos, Sheinbaum no es una política que haga las cosas a medias. La carta, con todo y sus riesgos, es una muestra de arrojo en un escenario político internacional donde muchos prefieren guardar silencio o evitar enfrentarse directamente a Trump.
HAY QUE DECIRLO: no es poca cosa pararse en la arena global y plantarle cara al hombre que convirtió el proteccionismo en su sello personal. Sin embargo, no es la primera vez que México recibe amenazas de un presidente estadounidense aunque la diferencia ahora es que Sheinbaum tiene el reto añadido de manejar una economía más golpeada y una oposición interna mucho más vocal. El impacto real de esta carta dependerá de cómo reaccione Trump. Si algo nos ha enseñado la historia reciente, es que al magnate no le tiembla la mano para cumplir sus amenazas, aunque sean contraproducentes. Y mientras el gobierno mexicano intenta mantener una postura firme, sectores empresariales y financieros ya están haciendo sus cuentas sobre lo que significarían estos aranceles para sus operaciones.
POR AHORA, la carta de Sheinbaum es más un gesto que una solución. Un gesto importante, sí, pero que necesita ser respaldado por una estrategia clara y un frente unido. De lo contrario, el riesgo es que todo se quede en palabras, mientras los sectores afectados —y la oposición— continúan exigiendo respuestas concretas. En el fondo, lo que México necesita no es sólo valentía para desafiar a Trump, sino también inteligencia para navegar en un mundo donde los actos simbólicos, aunque necesarios, no son suficientes. Y ahí es donde el verdadero reto de Sheinbaum apenas comienza.