Por KUKULKÁN
HAY DESPEDIDAS que son conmovedoras, otras, solemnes, y unas más que terminan siendo un monólogo ante un auditorio con notables ausencias. Tal fue el caso de Norma Piña, ministra presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, quien en su segundo y último informe anual de labores ocupó su tiempo no para reflexionar sobre los claroscuros del Poder Judicial, sino para lanzar dardos, entre dolidos y moralinos, contra la reforma judicial y sus impulsores. Eso sí, olvidó —de manera muy conveniente— hablar de los privilegios presupuestarios y los escándalos que, en buena medida, la llevaron a este incómodo momento.
SI ALGO quedó claro en esta ceremonia, fue la soledad política de Piña. Mientras en otros años los informes de la Corte eran eventos llenos de reflectores, asistentes de todos los colores y altos funcionarios haciendo acto de presencia, esta vez las butacas vacías hicieron más ruido que sus palabras. Claudia Sheinbaum no se molestó en asistir y mandó, como si fuera un trámite, al subsecretario de Derechos Humanos, César Yáñez. Los líderes del Congreso, quienes solían llegar puntuales y hasta sonrientes, simplemente no aparecieron. Si Norma Piña buscaba dar un mensaje de fuerza entre iguales, la ausencia del Ejecutivo y del Legislativo fue más simbólica que cualquier frase pronunciada durante su discurso.
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PIÑA dedicó buena parte de su informe a cargar contra la reforma judicial, la misma que, según ella, no es más que una venganza personal del expresidente Andrés Manuel López Obrador por no haber podido imponer al ministro en retiro Arturo Zaldívar como líder del Poder Judicial. La ministra denunció una “campaña dolosa” que, según su visión, logró engañar a las mayorías, las mismas que hoy creen, casi como dogma, que la corrupción y los privilegios existen en los juzgados y tribunales de este país. En otras palabras, Piña no sólo se defendió, sino que también les dio un coscorrón a los mexicanos por “vivir engañados”. Qué curioso, porque si algo demostró la audiencia que no asistió al informe fue, precisamente, que no todos son tan ingenuos como la ministra supone.
PERO aquí viene lo interesante: Norma Piña eligió cuidadosamente de qué hablar y qué ignorar. No mencionó, por ejemplo, las jugosas prestaciones de las que gozaban jueces, magistrados y ministros antes de la reforma. Nada dijo sobre los sueldos insultantes, los seguros médicos privados, los bonos de retiro ni los fideicomisos multimillonarios que, por décadas, funcionaron como cajas de ahorro VIP, con dinero público, claro está. Tampoco hubo una sola línea sobre las decisiones judiciales que han permitido la liberación de delincuentes potenciales con argucias legales o las sentencias que han protegido a grandes empresarios para que sigan sin pagar impuestos. Ahí sí, la ministra prefirió el silencio.
Y MIENTRAS ella defendía la supuesta pureza del Poder Judicial y criticaba a un gobierno que, según sus palabras, busca someter a los jueces, los ministros en retiro que sí acudieron —como Margarita Luna Ramos, Guillermo Ortiz Mayagoitia y Eduardo Medina Mora— observaban en silencio, como queriendo recordar mejores épocas, aquellas donde los informes eran celebraciones de un poder que parecía intocable. Más allá de las palabras de Norma Piña y de sus lamentos sobre las mayorías “engañadas”, lo cierto es que la Corte, con sus sentencias y privilegios, cavó el hoyo en el que hoy se encuentra. La reforma judicial, nos guste o no, es la consecuencia de años de excesos, abusos y desconexión de un poder que, en teoría, debe servir al pueblo, pero que muchas veces ha servido a intereses particulares. Si la ministra presidenta esperaba que la ovacionaran por sus críticas, tal vez no entendió que las ausencias no fueron por casualidad: fueron un mensaje claro de que el divorcio entre la Corte y los otros poderes ya es oficial.