Trump: un líder en el espejo de su mente

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Por KUKULKÁN

DONALD Trump regresará a la Casa Blanca el próximo 20 de enero de 2025. La imagen es casi una postal del caos preanunciado: el hombre del peinado imposible, la retórica incendiaria y las manos que gesticulan más que sus palabras, volverá a tomar las riendas de un país dividido. Pero esta vez el regreso tiene un añadido perturbador: ¿el Trump que ganó sigue siendo el mismo Trump o estamos ante un hombre en el ocaso de su propia mente?

EL ANÁLISIS no es gratuito ni producto de la especulación de sus detractores. Desde 2017, Trump ha sido el protagonista de varios diagnósticos a la distancia. La Universidad de Granada fue la primera en ponerle nombre al fenómeno: Trastorno Narcisista de la Personalidad (TNP). El estudio, encabezado por el catedrático Vicente E. Caballo, describió con precisión a un personaje que se cree “especial y único”, incapaz de sentir empatía y obsesionado con ser admirado. “Nadie es más inteligente que yo, nadie lo hace mejor que yo”, decía Trump en campaña, como si en su mundo ser modesto fuera pecado capital.

    PERO si el narcisismo fue su bandera, en 2024 los especialistas añadieron una etiqueta aún más preocupante. Vicente Garrido, criminólogo español, no se anduvo por las ramas y describió a Trump como un caso de “psicopatía extrema y pública”. Un líder que manipula, divide y polariza con la precisión de un cirujano. Porque Trump no une, Trump rompe en dos. Él mismo ha sembrado esa narrativa: los buenos son los suyos, los malos son todos los demás, incluyendo periodistas, inmigrantes, jueces, aliados internacionales o su propia sombra si lo contradice. Y lo hace sin un atisbo de remordimiento, con la misma facilidad con la que otros se toman el primer café del día.

    EN MARZO pasado vino el golpe final, cuando el psiquiatra Allen Frances, arquitecto del DSM-IV, sugirió que Trump presenta deterioro cognitivo significativo. Frances observó lo que muchos han notado con alarma: discursos incoherentes, frases repetidas hasta el agotamiento y una desconexión evidente entre pregunta y respuesta. ¿Estamos ante una personalidad grandiosa que siempre fue así o ante los síntomas de demencia temprana? Si lo segundo es cierto, los próximos años podrían ser un desastre en cámara lenta.

    RECIENTEMENTE surgió la confesión de Angela Merkel en sus memorias. La ex canciller alemana, una de las líderes más pragmáticas del mundo, admitió que su error con Trump fue tratarlo como si fuera “una persona normal”. Claro, ¿cómo podría alguien con un ego del tamaño del Empire State y una relación tan frágil con la realidad ser normal? Trump no actúa, Trump es. No necesita interpretar un papel porque ya lo lleva tatuado en el alma: se ve a sí mismo como un rey, un salvador y el centro de un universo donde todo gira alrededor de él.

    EL PROBLEMA es que ahora, con el regreso de Trump, las preguntas se multiplican: ¿es Trump realmente el “líder fuerte” que sus seguidores creen o estamos ante un hombre que combina el narcisismo extremo, la manipulación psicopática y el ocaso mental? Un cóctel que haría temblar hasta al más curtido. Después de todo, gobernar un país no es un espectáculo de reality show, aunque Trump insista en lo contrario. Y si el deterioro cognitivo es tan real como sugieren los expertos, entonces la Casa Blanca podría convertirse en el escenario de una tragedia anunciada, con un protagonista incapaz de reconocer que el problema no está afuera, sino dentro de su propia mente.

    ANGELA Merkel tenía razón: Trump no es una persona normal. Pero ahora la pregunta que todos deberíamos hacernos es si Trump todavía es Trump o si nos enfrentamos a una sombra de sí mismo que, paradójicamente, sigue moviendo masas. El 20 de enero, cuando jure el cargo por segunda vez, las alarmas no serán solo políticas. Serán mentales.

    @Nido_DeViboras