Por KUKULKÁN
MIENTRAS en México se respira un aire de determinación y estrategia frente a los retos internacionales, al norte del continente, Justin Trudeau parece haberse encogido de hombros para esconderse bajo la sombra de la Reina Isabel (aunque ya esté en el más allá) y bajo el ala de Donald Trump, el flamante próximo presidente estadounidense. Sí, Canadá, con su Primer Ministro en pánico escénico, parece dispuesto a convertirse en el estado 51 de la Unión Americana, si de algún modo eso le ahorra los trancazos arancelarios.
TRUDEAU, que alguna vez fue visto como un líder fresco y carismático, hoy se tambalea como un gerente de franquicia británica, incapaz de mantener la estabilidad ni siquiera en su propio gabinete. La renuncia de Chrystia Freeland, su Viceprimera Ministra y Ministra de Finanzas, ha sido un balde de agua helada. Freeland, la figura que sostenía los hilos económicos, simplemente dijo “hasta aquí llego” con un elegante, pero venenoso: “estamos en desacuerdo sobre el mejor camino para Canadá”. Traducción: Trudeau no tiene idea de qué está haciendo.

A SU SALIDA se suman otras piezas que abandonaron el barco antes de que se hunda: Sean Fraser, Ministro de Vivienda, y Randy Boissonnault, Ministro de Empleo, quien salió envuelto en polémicas. Es como si en el gabinete canadiense se estuviera jugando una partida de pirinola política: cae uno, caen todos. Y en medio de esta crisis interna, Trump aparece en el horizonte con su conocido estilo de negociar a patadas, amenazando con imponer aranceles del 25% a Canadá si no se alinean a sus caprichos.
¿Y QUÉ HACE Trudeau? Pues en lugar de plantarse con dignidad y buscar soluciones conjuntas con sus socios comerciales, el Primer Ministro canadiense se arrastra a Washington en un desesperado intento por convencer a Trump de que “Canadá no es México”. Como si de una telenovela de sumisión internacional se tratara, Trudeau ha querido marcar una distancia con nuestro país, culpándolo implícitamente de todos los males económicos que afectan a Estados Unidos y Canadá.
EL RESULTADO de su diplomacia de rodillas ha sido predecible: Trump lo trató con su clásica frialdad. Ni lo convenció, ni lo respetó. Porque si algo ha demostrado el ex y próximo inquilino de la Casa Blanca, es que no hay mayor desprecio que el que siente por los líderes que se arrodillan antes de tiempo. Y ahí quedó Trudeau, abrazado a los pies del republicano, mientras en su propio país lo ven como un líder frágil, con una brújula política averiada.
EN CONTRASTE, si Canadá tiene a Trudeau, México tiene a Claudia Sheinbaum, quien en lugar de espantarse ante el rugido de Trump, ha mostrado temple y visión de Estado. Sheinbaum no ha corrido a mendigar excepciones; al contrario, ha planteado fortalecer las economías regionales y consolidar un bloque comercial capaz de competir contra China, en lugar de entrar en el juego del “divide y vencerás” que Trump tanto disfruta.
TRUDEAU coquetea con la idea de ser el mejor empleado del estado 51, mientras Sheinbaum propone una estrategia de integración económica con México, Canadá y Estados Unidos a la cabeza, dejando claro que nuestro país no está para jugar el papel de villano del cuento. Por el contrario, Sheinbaum, desde el sur del continente, ha sabido enfrentar las adversidades con la firmeza que un líder necesita: unidad regional, estrategia y dignidad nacional. Porque si algo es cierto, es que en este tablero de ajedrez global no hay espacio para los peones que se entregan antes de ser atacados.
