Por KUKULKÁN
DICEN que en apetitos se rompen paladares, pero cuando se trata de terrenos y propiedades, los políticos mexicanos parecen tener un gusto uniforme: grande, lujoso y bien ubicado. Aquí no hay partidos ni colores que dividan la ambición, porque la tierra, como la corrupción, no discrimina ideologías. Lo mismo da si vienes de derecha, izquierda o centro: la relación de los políticos mexicanos con la tierra es tan vieja como la política misma, algunos la acumulan con un apetito moderado, casi frugal; otros, en cambio, parecen no tener llenadero. De ranchos modestos a extensiones que harían sonrojar a terratenientes del siglo XIX, nuestros líderes han demostrado que no hay nada como una buena porción de hectáreas propias.
LA LISTA la encabeza Vicente Fox, el expresidente que pasó de pastor de botas polvosas a terrateniente de guante blanco. Su “modesta” propiedad, conocida como Rancho San Cristóbal, abarca más de 300 hectáreas, el equivalente a medio Parque Chapultepec. ¡Nada mal para un hombre que alguna vez predicó la austeridad y el cambio! Pero eso sí, Fox le supo dar su toque emprendedor: convirtió su finca en hotel boutique y la puso en renta en plataformas como Airbnb. No cualquiera puede dormir en su cama king size, disfrutar del jacuzzi o pasear por sus jardines; pero si traes más de 200,000 pesos por noche, la estancia es toda tuya. Eso sí, desayunito incluido, porque la decencia empresarial primero.

LUEGO viene Samuel García, el joven gobernador de Nuevo León que en lugar de pequeños caprichos se da banquetazos inmobiliarios. Primero fue su terreno de 17.6 hectáreas en San Pedro, donde la palabra “exclusividad” palidece frente a sus millones. Pero Samuel no conoce límites: ahora se reveló que adquirió un rancho de 700 hectáreas en Tamaulipas. El hombre construye casas, áreas sociales, salas de trofeos —porque, claro, no hay rancho sin un buen zoológico disecado— y hasta un helipuerto. El detalle es que Samuel no llega en carreta ni caballo, llega en helicóptero, escoltado por patrullas de Fuerza Civil. Él asegura que todo es legal, que no compró, sino que le “dieron” terrenos como pago por servicios jurídicos. Lo interesante es que los notarios favoritos del gobernador, aparecen más veces en sus escrituras que las promesas de campaña en sus discursos. Negocios son negocios, y si el resultado es un rancho cinegético de lujo, pues un tanto mejor.
CASO aparte es el de Alejandro “Alito” Moreno, exgobernador de Campeche, quien decidió que uno o dos terrenos no bastan: lo suyo es una colección. De entrada, tiene una playa privada de 30.5 hectáreas, adquirida a centavos por metro cuadrado. Si a esto le sumamos su mansión en Lomas del Castillo, con cantina sobre un Cadillac y mesa de billar montada en un Mustang del ‘65, queda claro que Alito no tiene llenadero. Y por si quedara alguna duda, también cuenta con terrenos de lujo en Campeche Hills. Todo esto con precios de adquisición que harían llorar de risa a cualquier comprador honrado.
SIN EMBARGO, no todos los políticos tienen un apetito tan voraz. Andrés Manuel López Obrador, presidente de la austeridad republicana, parece ser el miembro “frugal” del club. Su rancho “La Chingada”, en Palenque, abarca 1.3 hectáreas, heredadas de sus padres. Allí no hay lujos ni helipuertos, apenas árboles maderables y un pequeño estanque. AMLO eligió este lugar para disfrutar de su retiro, leyendo y escribiendo. Comparado con los otros capitanes de la adicción inmobiliaria, lo suyo parece un antojo más que un banquete. Pero no nos confundamos: aunque unos tengan mansiones desbordadas y otros fincas más modestas, el apetito inmobiliario es el mismo. Los políticos mexicanos aman la tierra como pocos: la poseen, la presumen y, en algunos casos, hasta la disfrazan de “donaciones” o “pagos simbólicos”.
A FIN DE CUENTAS, no hay ideología que resista un buen lote o un terrenito bien ubicado. Así funcionan nuestras élites: mientras el ciudadano común apenas puede pagar su predial, ellos acumulan ranchos, playas y mansiones. Porque aquí, el amor por la tierra es directamente proporcional a la ambición y si hubiera un torneo de acumuladores, nuestros políticos estarían en la cima, con trofeos hechos de escrituras y jardines perfectamente podados. Los colores de los partidos se diluyen cuando de hectáreas se trata: Fox, Samuel, Alito, AMLO… todos con su cachito de México, grande o chico, pero siempre propio. Y mientras ellos disfrutan de sus propiedades, a nosotros los mortales sólo nos queda una certeza: la tierra es de quien la trabaja… o de quien sabe comprarla a precio de ganga.
