Viven día mágico en Agua Azul

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  • Ilumina Mara Lezama rostro de niños y niñas que esperaban ansiosos la llegada de los Reyes Magos.
STAFF / LUCES DEL SIGLO

LÁZARO CÁRDENAS, Q. ROO.- El reloj marcaba las 2 de la tarde, pero en Agua Azul, ese rincón escondido entre los caminos polvorientos de Lázaro Cárdenas, la magia había comenzado desde el amanecer. Un rumor había recorrido el pueblo como el canto del viento entre los árboles: los Reyes Magos llegarían ese día, y con ellos, un festín de colores, regalos y sonrisas.

Agua Azul, un ejido que vive en la sencillez de sus días, se vestía de expectación. Las niñas y los niños, con sus rostros iluminados por la impaciencia, miraban al horizonte una y otra vez, esperando que el camino de tierra se convirtiera en el sendero de un milagro. Sus preguntas resonaban en las casas, como pequeños ecos de ilusión: “¿Ya mero llegan? ¿Qué traerán? ¿Cómo serán los Reyes?”.

Y entonces, a lo lejos, un murmullo de motores rompió la calma habitual. Era la caravana encabezada por Mara Lezama, la gobernadora de Quintana Roo, quien, junto al DIF estatal liderado por Verónica Lezama, había hecho de la magia una promesa cumplida. Los pequeños corrieron, sus pies descalzos levantando polvo dorado bajo el sol, mientras los adultos seguían detrás, incrédulos de que algo tan extraordinario estuviera ocurriendo en su comunidad.

La llegada de los Reyes Magos fue un espectáculo en sí mismo. Pelotas, muñecas, bicicletas y carritos parecían emerger de un cuento fantástico, y las risas se entremezclaron con los gritos de alegría. El domo del pueblo, que antes albergaba solo recuerdos de fiestas modestas, se convirtió en un reino de juegos y convivencia, donde la rosca de Reyes y los refrescos endulzaron una tarde que parecía sacada de un sueño.

Mara Lezama, con la calidez que la distingue, no fue solo espectadora. Jugó, cantó y bailó con los niños, mostrando que el liderazgo puede tener la ternura de una madre y la fuerza de un huracán. Cuando el momento de la despedida llegó, la gobernadora tomó una escoba, barriendo el espacio con la misma pasión con la que había llegado. Los niños, contagiados por su ejemplo, la imitaron, como si aquella acción fuera un acto más de magia compartida.

El sol comenzaba a esconderse cuando la caravana partió, dejando tras de sí un pueblo transformado. Agua Azul y otras 99 comunidades del estado, que ese día vieron a más de 20 mil niños sonreír, comprendieron que la magia no está reservada a los cuentos: puede viajar en caravana, tomar forma de regalos y quedar grabada para siempre en el corazón de un niño.

En el cielo, las primeras estrellas aparecieron, como si el universo entero celebrara aquel 11 de enero inolvidable, donde un pueblo pequeño se sintió inmenso, gracias al amor y la dedicación de quienes hicieron posible ese día.

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