Por KUKULKÁN
LA POLÍTICA internacional tiene sus códigos, y uno de los más interesantes es el que Estados Unidos ha mantenido con férrea disciplina: sus ceremonias de toma de posesión presidencial son eventos de política interna. Traducido al español llano, esto significa que no invitan a mandatarios extranjeros a la fiesta. Pero, como suele pasar cuando Donald Trump entra en escena, las tradiciones son para romperse. En esta ocasión, ha armado su propio club de invitados VIP, y no hablamos de cualquier grupo.
ENTRE los seleccionados para asistir a su investidura están nombres que suenan a la sinfonía neoliberal de sus sueños: Javier Milei, el rockstar libertario de Argentina; Nayib Bukele, el enfant terrible del autoritarismo digital en El Salvador; Viktor Orbán, el eterno guardián de las fronteras de Hungría; Giorgia Meloni, la líder que quiere devolverle el “orden” a Italia; Jair Bolsonaro, exiliado de Brasil, pero siempre listo para el show; y Nigel Farage, el apóstol del Brexit. Una alineación que haría las delicias de cualquier foro conservador.

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LO CURIOSO de todo esto es el uso que la oposición mexicana ha hecho de esta ruptura de protocolo. Desde sus tribunas de siempre, han aprovechado la ausencia de la presidenta Claudia Sheinbaum en la lista de invitados para señalarla como un fracaso diplomático. ¿La razón? No fue convocada a un evento al que, históricamente, ningún presidente mexicano ha asistido. Si hacemos memoria (o simplemente repasamos el protocolo), las tomas de posesión en Estados Unidos no son eventos de jefes de Estado extranjeros.
EN LA INVESTIDURA de Joe Biden en 2021, la embajadora Martha Bárcena estuvo presente; lo mismo pasó en 2017 con Carlos Sada Solana durante la primera coronación de Trump. No hubo reclamos, no hubo berrinches. Era parte de las reglas del juego. Sin embargo, ahora, con Trump rompiendo el molde y abriendo la puerta a algunos líderes internacionales, los críticos de Sheinbaum han encontrado una nueva bandera. Qué conveniente olvidar que nunca, ni priistas ni panistas, estuvieron en ese evento. Pero claro, en política todo es un pretexto para el golpeteo.
MÁS ALLÁ de los dardos locales, lo interesante aquí es el mensaje que Trump está enviando al mundo. Con su lista de invitados cuidadosamente seleccionada, deja claro que su próximo mandato buscará rodearse de aliados ideológicos que comulguen con su visión de un mundo donde los derechos humanos son negociables y las democracias se moldean a su gusto. Los nombres en la lista no son casuales. Trump está trazando una línea clara entre los “amigos” y los que no están dispuestos a bailar al ritmo que marca su trompeta dorada. Para quienes no se someten a sus caprichos, la puerta está cerrada. México, fiel a su tradición de política exterior independiente (y protocolo de por medio), no necesita de esas invitaciones para mantenerse firme en su relación bilateral con Estados Unidos.
MIENTRAS tanto, en México, la oposición sigue perfeccionando el arte del berrinche. Ignorando la historia y el protocolo, buscan convertir la ausencia de Sheinbaum en la lista de Trump en una afrenta personal. Pero la realidad es que no hay tal desaire, sino simplemente una reiteración de que Estados Unidos organiza sus fiestas a su manera. Quizá en lugar de buscar reflectores en las listas de invitados de Trump, valdría la pena recordar que las relaciones internacionales no se construyen con invitaciones de cartón dorado, sino con diplomacia seria. Pero claro, eso no vende titulares ni calienta las gradas del eterno espectáculo político mexicano. Ahí está Trump, rompiendo protocolos; ahí está la oposición rompiendo argumentos. Y en medio de todo, un mundo que sigue girando.
