- Prestigiosas diseñadoras mundiales como Isabel Marant y Carolina Herrera han sido acusadas de plagio de bordados indígenas mexicanos.
FELIPE VILLA
CIUDAD DE MÉXICO.- En el corazón de México, entre colores, texturas y tradiciones, se encuentra un legado cultural inigualable, resguardado por las comunidades indígenas y afromexicanas. Este patrimonio, construido durante siglos, no solo refleja su cosmovisión y habilidades artesanales, sino también su resistencia frente a un mundo que frecuentemente los invisibiliza. Sin embargo, detrás de cada bordado zapoteca o diseño huichol, hay una historia de lucha: el despojo sistemático de su propiedad intelectual.
Durante la sesión más reciente en el Senado, la legisladora Rocío Corona Nakamura del Partido Verde alzó la voz contra el saqueo cultural que han sufrido estas comunidades. En su exhorto a la Secretaría de Economía, la senadora recordó que estas prácticas van más allá del simple plagio: representan una afrenta al alma misma de estos pueblos, que ven sus tradiciones utilizadas como mercancía sin recibir reconocimiento ni beneficios.
En México, donde residen al menos 71 pueblos indígenas que hablan 68 lenguas distintas, según datos del INEGI, esta problemática afecta a más de 25.7 millones de indígenas y 1.3 millones de afromexicanos. La riqueza cultural de estas comunidades, que incluye textiles, cerámica, gastronomía y música, se ha convertido en un blanco fácil para empresas nacionales y extranjeras.

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El ejemplo de Isabel Marant, una diseñadora francesa, es un recordatorio reciente de este problema. En 2015, Marant fue acusada de plagiar un diseño tradicional de la comunidad mixe de Oaxaca para una de sus colecciones, presentándolo como una creación original en el mercado europeo. Aunque la presión mediática llevó a la diseñadora a reconocer la autoría de los artesanos, el daño ya estaba hecho: la comunidad no obtuvo ninguna compensación económica.
Otro caso resonante es el de Carolina Herrera, cuya colección 2020 incluyó motivos que replicaban bordados tradicionales del Istmo de Tehuantepec y de Tenango de Doria, Hidalgo. Aunque la firma describió la colección como un “homenaje”, los artesanos, cuyas técnicas se transmiten de generación en generación, quedaron fuera de la narrativa y de los beneficios económicos.
Problema estructural
A pesar de que México cuenta con leyes que sancionan el plagio cultural, incluyendo multas de hasta 10 millones de pesos, estos casos continúan ocurriendo. La senadora Corona Nakamura subrayó que, aunque existen avances legales, estos resultan insuficientes sin una aplicación estricta y una verdadera coordinación interinstitucional. “El usufructo y la rentabilidad que genera este patrimonio deberían beneficiar a las comunidades que lo resguardan”, enfatizó.

El robo de propiedad intelectual no es un hecho aislado; es una manifestación de las condiciones de discriminación y desigualdad que enfrentan estas comunidades. Sus derechos, aunque reconocidos en la Constitución, han sido históricamente relegados al discurso político sin resultados tangibles. En muchos casos, las comunidades carecen de recursos legales y financieros para defender lo que les pertenece.
El exhorto presentado en el Senado busca no solo reforzar las medidas de protección, sino también devolver a estas comunidades el control sobre su patrimonio. Se trata de reconocer que estas expresiones culturales no son sólo artesanías, sino parte de la identidad y dignidad de quienes las crean.
“Es hora de que México reconozca plenamente la valía de sus comunidades indígenas y afromexicanas, no solo en discursos, sino en acciones concretas que aseguren su protección y desarrollo”, concluyó la senadora.
En un mundo donde la cultura se mercantiliza fácilmente, la lucha por la propiedad intelectual colectiva no es solo un acto de justicia, sino un paso esencial para preservar la diversidad y el espíritu de un país que aún debe saldar su deuda histórica con quienes han resguardado su esencia más pura.
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