Por KUKULKÁN
TAL PARECE que a Donald J. Trump le pusieron el manual de “Cómo fingir ser diplomático en 48 horas”. A sólo un día de colocarse la banda presidencial y entrar oficialmente a la Casa Blanca, el empresario que pasó la campaña electoral encarnando al primo ruidoso del Tío Sam, decidió bajarle tres rayitas a su agresividad contra China. Sí, ese mismo país al que acusó de robar empleos estadounidenses, inundar el mercado con fentanilo y espiar a los adolescentes por medio de TikTok.
EL VIERNES, Trump resucitó su cuenta de redes sociales para informarnos que tuvo una “muy positiva” conversación con el presidente chino Xi Jinping. ¡Ah, qué bonito! Hasta parecía que hablaba de una primera cita romántica. “Espero que resolvamos muchos problemas juntos”, dijo Trump, como quien promete fidelidad eterna tras la primera copa de vino. Pero claro, no todo es miel sobre hojuelas. En su retórica “amable”, dejó caer los temas clave: comercio, drogas, redes sociales y, de paso, la paz mundial. No es poca cosa, pero ¿realmente esperábamos menos de un hombre que escribió El arte de vender? El business por delante.

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POR SI ESTO no fuera suficiente, el domingo anunció con bombo y platillo que uno de sus primeros movimientos como presidente sería tomar un vuelo directo a China para reunirse en persona con Xi. Porque, claro, lo que el mundo necesita es un Trump jet-setter para “arreglar” los problemas globales. En un acto de acrobacia, pasó del golpe a la caricia. No nos dejemos engañar por el tono “cordial”. Este cambio en su discurso no es un giro diplomático, sino una táctica clásica del lobo disfrazado de oveja.
TRUMP sabe que necesita a China tanto como China lo necesita a él, y el equilibrio del comercio no se ajusta con gritos desde el podio. Pero ojo, que este coqueteo no significa que el hombre naranja haya dejado de ser el bravucón de siempre. Al contrario, como buen negociante, está preparando el terreno para lanzar su próximo “trato de ensueño”. Desde el mismo flanco izquierdo, México y otros países ya están haciendo lo que deberían: blindarse ante la previsible tormenta Trumpiana.
NUESTRO vecino del norte ya amenazó con aranceles, muros y una política migratoria digna de un videojuego distópico. En respuesta, México comenzó a mover sus fichas. Por un lado, estrecha lazos con la Unión Europea para un pacto económico que funcione como chaleco antibalas frente a las medidas proteccionistas de Estados Unidos. Por otro, lidera encuentros con países latinoamericanos para enfrentar el éxodo migrante que Trump pretende devolver con intereses. La ironía de todo esto es que mientras hace su mejor imitación de un presidente “razonable”, su historial de amenazas y desplantes no desaparece. Es un cambio de tono, pero no de esencia. Como decía Maquiavelo, “el fin justifica los medios”, pero en el caso de Trump, el fin justifica los miedos.
ES CLARO que detrás de su nueva máscara de amabilidad hay una estrategia para consolidar su narrativa de “yo soy el que puede salvar al mundo”. ¿La pregunta del millón? ¿Cuánto durará su aparente cordialidad? Conociendo al magnate, lo más probable es que todo sea una tregua temporal antes de lanzar la siguiente ronda de tweets incendiarios o políticas unilaterales. No nos confiemos. Si algo ha quedado claro, es que el presidente estadounidense es tan impredecible como un niño con un martillo en una tienda de cristalería. Seguiremos caminando por la cuerda floja de la diplomacia, esquivando aranceles, migrantes y, claro, los caprichos del vecino más poderoso.
