Asoma apetito imperial por oro negro bajo el Golfo de México

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  • El verdadero interés detrás del “Golfo de América” de Donald Trump, está en la engañosa estrategia de apoderarse de la riqueza petrolera y gas natural del inmenso litoral.
FELIPE VILLA

CIUDAD DE MÉXICO.- La ambición de renombrar el Golfo de México como “Golfo de América” puede parecer una ocurrencia más de Donald Trump, pero detrás de esa idea hay algo más que retórica nacionalista. El Golfo de México es mucho más que un accidente geográfico: es una de las regiones más ricas en hidrocarburos del mundo y un motor estratégico para la industria energética. El interés imperialista por controlar esta zona no es casualidad, sino una jugada para asegurar el acceso a recursos que alimentan la hegemonía económica y política.

El Golfo de México alberga vastos yacimientos de petróleo y gas natural, y su importancia como región productora ha crecido exponencialmente en las últimas décadas. En los primeros cuatro meses de 2023, la Comisión Nacional de Hidrocarburos reportó 26 nuevas solicitudes de perforación en esta área, de las cuales 19 fueron presentadas por Pemex, el gigante estatal mexicano. Por otro lado, compañías internacionales también han puesto su mira en estas aguas. La petrolera italiana Eni anunció en marzo de ese mismo año el descubrimiento de un yacimiento en la costa del Golfo con un potencial estimado de 200 millones de barriles.

Esta actividad intensiva no es casualidad. La región cuenta con una infraestructura avanzada, lo que la hace competitiva frente a otras áreas petroleras mundiales como el Golfo Pérsico y el Mar del Norte. Las plataformas que operan en el Golfo, como la recién inaugurada “Argos” de BP, tienen capacidades de producción impresionantes, alcanzando hasta 140,000 barriles diarios. Esto no solo la coloca como una zona estratégica, sino también como una pieza codiciada en el tablero de la geopolítica energética.

La explotación de hidrocarburos en aguas profundas representa una inversión gigantesca, pero los márgenes de ganancia justifican el esfuerzo. La renta diaria de plataformas de perforación como la “Bicentenario” alcanza los 500,000 dólares, una cifra astronómica que refleja el valor del recurso escondido bajo el Golfo. Los avances tecnológicos han permitido que la extracción sea cada vez más eficiente, incrementando la rentabilidad y atrayendo a las principales compañías del sector energético a nivel mundial.

Los beneficios, sin embargo, no se limitan al crudo extraído. La proximidad del Golfo a mercados clave como Estados Unidos convierte esta región en un nodo crucial para el transporte y refinación de hidrocarburos. Esta cercanía reduce costos logísticos y refuerza su atractivo frente a competidores internacionales, posicionándola como una pieza central en la industria global.

La propuesta de Trump de rebautizar el Golfo de México no es una mera ocurrencia para irritar a los vecinos del sur; es una manifestación del viejo apetito imperialista que ha definido a las potencias desde tiempos remotos. Este intento de apropiación simbólica tiene un trasfondo económico: asegurarse de que el control de los recursos clave del Golfo favorezca los intereses estadounidenses.

No es la primera vez que el control de recursos energéticos guía la política exterior de Estados Unidos. Desde las invasiones en Oriente Medio bajo la administración de George W. Bush hasta las actuales disputas comerciales, el petróleo ha sido el hilo conductor de las ambiciones hegemónicas de la primera potencia mundial. Trump, con su estilo directo y provocador, simplemente pone en evidencia lo que siempre ha estado ahí: un interés voraz por dominar lo que se considera vital para mantener la supremacía económica.

Con una capacidad de producción que rivaliza con las principales regiones energéticas del mundo y una infraestructura en constante desarrollo, el Golfo de México se mantiene como una joya estratégica en el panorama energético global. La retórica de Trump y sus intenciones de reconfigurar el mapa geopolítico no son una coincidencia, sino un reflejo de cómo el petróleo sigue siendo el motor de las ambiciones imperiales.

La historia de los imperios ha demostrado una y otra vez que la riqueza de los países en desarrollo es el principal objetivo de quienes buscan dominar el mundo. Ya sea en el nombre de la religión, la civilización o la seguridad, el saqueo y la explotación han sido las constantes. El “Golfo de América” de Trump no es más que la nueva versión de una vieja narrativa: los poderosos viviendo de los recursos de los demás, mientras disfrazan su codicia de patriotismo y progreso.

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