Cerro Chiquihuite: Vivir entre rocas… y riesgos

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Cerro Chiquihuite: Vivir entre rocas... y riesgos
  • A vecinos que viven alrededor del Chiquihuite los asola riesgo de deslaves, que podrían evitarse con mejor infraestructura, según expertos.
EDUARDO CEDILLO / AGENCIA REFORMA

CIUDAD DE MÉXICO.- La gente en el Chiquihuite coexiste con las rocas.

Vivir a las faldas del Cerro es habitar entre laderas, pero también entre los deslizamientos de tierra y el rodamiento de rocas.

Piedras que son arrastradas desde lo alto del Cerro se reparten, apiladas, por las calles de la Colonia Lázaro Cárdenas, afectada por el deslave del 10 de septiembre pasado, en el que fallecieron cuatro personas.

Al menos 178 viviendas comenzaron a ser demolidas tras el deslave; sin embargo, el peligro persiste para cientos más en todos los alrededores del cerro.

En la casa de Jaqueline Flores una roca de dos metros sostiene uno de los muros de la construcción. Ella y su familia intentaron partirla; finalmente cedieron.

“Esta piedra ya no se pudo mover y se quedó por el muro, igual para que pues le ayudara”, explicó Jaqueline.

Los habitantes del Cerro usan las rocas para construir bardas y escaleras. Son parte de su entorno.

El Chiquihuite pertenece a la Sierra de Guadalupe, que se extiende entre la Ciudad y el Estado de México, en 5 mil 293 hectáreas.

El Cerro se reparte entre la Alcaldía Gustavo A. Madero y el Municipio de Tlalnepantla.

Tan sólo en el lado que corresponde a la CDMX, 4 mil 500 personas habitan el Chiquihuite, de acuerdo con cifras del Inegi.

El crecimiento demográfico en la zona se remonta a hace 50 años, cuando nuevas colonias comenzaron a surgir en Gustavo A. Madero, propiciadas por el auge industrial de Vallejo y Aragón.

La expansión poblacional alcanzó a la Sierra de Guadalupe en los 60. Desde entonces, no se detuvo.

En 1990 se publicó en el Diario Oficial la declaratoria de la Sierra de Guadalupe como Zona Prioritaria de Preservación y Conservación del Equilibrio Ecológico y se le declaró como Área Natural Protegida.

La medida no bastó. Los asentamientos continuaron surgiendo en el Suelo de Conservación, incluso sin servicios como electricidad. Hasta 2016 se habían perdido mil 29 hectáreas del Suelo de Conservación en toda la Sierra.

“El crecimiento urbano de la Ciudad ha sido predominantemente informal y la informalidad desgraciadamente toma como elementos la falta de regulación”, dijo Rosalba González, especialista en desarrollo urbano.

Estos asentamientos se regularizaron en el momento en el que el Estado avaló su existencia y se empezaron a cobrar luz y agua, explicó la especialista.

“Las periferias son la zona más cercana y más barata, más barata en términos de que, pues está cerca a los centros urbanos de la Capital, pero, al mismo tiempo, la más barata y es barata porque justamente es informal”, indicó.

Según el Programa de Ordenamiento Ecológico Local de Tlalnepantla, la política en las tres secciones de la Colonia Lázaro Cárdenas es de aprovechamiento sustentable y de regularización de los asentamientos.

“Mejoramiento de la infraestructura urbana, consolidación de la imagen urbana e implementación de esquemas de movilidad urbana eficiente y regularización de asentamientos irregulares”, indica el documento.

Sin embargo, en el Atlas de Riesgo de Tlalnepantla, publicado en abril de 2019, se identificó a las tres secciones de la misma Colonia como Asentamientos Bajo Bloques Potencialmente Inestables, por lo que el Municipio identificó a mil 590 personas como población en riesgo.

Ya en 2017, el Municipio colapsó de forma controlada una piedra de 230 toneladas, la cual amenazaba a la segunda sección de Lázaro Cárdenas.

Debido a su antigüedad y a los movimientos sísmicos, este tipo de rocas se rompen y fracturan, aseguró Hugo Delgado, investigador del Instituto de Geofísica de la UNAM.

“Desde lejos se ve que las rocas están fracturadas, pero hay que hacer un estudio minucioso y definir, prácticamente bloque por bloque, la probabilidad de que cada uno de esos bloques se caiga”, apuntó Delgado.

Factores como las lluvias favorecen los desprendimientos, indicó el investigador, debido a que el agua funciona como un lubricante que corre por las grietas.

Para Delgado, las fracturas, la erosión y deslaves en el área son inevitables, pero los asentamientos en la zona de riesgo, sí podrían evitarse.

“No hay un solo desastre natural, sabemos que los desastres son socialmente construidos”, asegura.

Tres días antes del desgajamiento del Chiquihuite del 10 de septiembre, videos en redes sociales registraron la formación de cascadas de agua que descendían del Cerro en medio de la lluvia. Y el riesgo sigue latente.

El 21 de septiembre, el Gobierno federal ofreció a las familias su reubicación. Pero, para la especialista Rosalba González, dicho proyecto podría ser problemático.

“La reubicación, si no se establece con temas de participación ciudadana, está prácticamente condenada al fracaso”, apuntó.

Por lo pronto, los habitantes viven en la incertidumbre, entre el riesgo y su patrimonio.

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