NIDO DE VÍBORAS

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Por KUKULKÁN

BAJO el solar ardiente de Quintana Roo, donde el sol quema igual que las pasiones políticas, la figura de Andrés Manuel López Obrador ha encontrado un oasis de apoyo incondicional. No es sorpresa, pues desde hace tres sexenios consecutivos, los electores de este estado caribeño han dejado claro que AMLO es su candidato predilecto, inclusive cuando el resto del país ha oscilado entre la duda y el desencanto.

CON UNA DEVOCIÓN casi religiosa, los quintanarroenses entregaron su voto a López Obrador en 2006, 2012 y 2018, arrasando a sus contrincantes sin miramientos. Aunque en 2006 y 2012 el carismático líder no logró la victoria a nivel nacional, en este rincón de México sus adversarios fueron reducidos a meras sombras. Y en 2018, con una diferencia de votos que haría sonrojar al más optimista de los demócratas, AMLO consolidó su trono con un margen de 4 a 1 sobre Ricardo Anaya Cortés.

PERO, ¿qué es lo que mueve a esta masa de electores? ¿Será fascinación por el hombre o la fe en su proyecto de transformación? La respuesta parece ser un cóctel de ambas, sazonado con el desprestigio de una oposición que no ha sabido cómo recomponer sus piezas. Los partidos opositores, pulverizados y desacreditados, han hecho el trabajo más fácil para el movimiento de la Cuarta Transformación, que navega con viento en popa sin siquiera necesitar de un fuerte timonel.

ESTE idilio político, sin embargo, no se entiende sin mirar los números del pasado. En 2006, AMLO obtuvo 147 mil 839 votos en Quintana Roo, superando a Felipe Calderón Hinojosa con 111 mil 485. Para 2012, el tabasqueño sumó 216 mil 517 sufragios, contra los 171 mil 506 de Enrique Peña Nieto. Pero fue en 2018 cuando la avalancha se hizo irrefrenable: 488 mil 434 votos para López Obrador, mientras Anaya apenas recogía 116 mil 031.

AHORA, con Claudia Sheinbaum Pardo como la ungida para las elecciones del domingo 2 junio, las cartas parecen estar echadas. Las recientes encuestas y los rumores en los pasillos del poder apuntan a una continuidad en la preferencia de los quintanarroenses, quienes ven en Sheinbaum la heredera natural del legado de AMLO. La incógnita no es si ganará, sino por cuánto margen aplastará a sus rivales.

MIENTRAS tanto, los partidos opositores se debaten en una danza patética, tratando de recoger los pedazos de su dignidad hecha añicos. Ni unidos logran representar una amenaza tangible para los candidatos del movimiento de la Cuarta Transformación. Las derrotas consecutivas en procesos electorales más recientes, tanto estatales como federales, han dejado a la oposición noqueada y sin una estrategia clara de recuperación.

BAJO este escenario, la prospección para Quintana Roo es clara. La tendencia continuará a favor de la 4T en una trayectoria que parece sinfín, al menos mientras los partidos opositores no se sacudan de su letargo y encuentren un liderazgo que inspire algo más que lástima. Claudia Sheinbaum, con su perfil académico y su cercanía a AMLO, es vista como la figura que mantendrá la ruta del cambio prometido, una ruta que los quintanarroenses parecen dispuestos a seguir sin cuestionamientos.

LA PREGUNTA sugerente es: ¿será esta dependencia un signo de vitalidad democrática o un síntoma de un electorado sin alternativas reales? El tiempo lo dirá. Por ahora, lo único cierto es que en el caluroso y turístico estado de Quintana Roo, el nombre de AMLO y su movimiento siguen resonando con la fuerza de un huracán, arrasando con todo a su paso y dejando a sus oponentes en el polvo del olvido.

ESTA historia de lealtad política, aderezada con la incompetencia opositora, nos deja con una certeza: Quintana Roo seguirá siendo un bastión obradorista, y cualquier intento de cambio necesitará más que promesas vacías y caras conocidas. Se requerirá una revolución interna en los partidos opositores y un despertar de sus electores. Hasta entonces, la Cuarta Transformación tiene el escenario asegurado, y Claudia Sheinbaum, la antorcha encendida.

@Nido_DeViboras