Por KUKULKÁN
LA PLAZA de la República habló, y habló fuerte. No era sólo el eco de una multitud emocionada, ni el bullicio de una concentración cualquiera. Era el grito de un país que aprendió la lección tras más de 30 años de saqueo, de sumisión y de gobiernos que se hinchaban de orgullo al ser bien portados ante los gringos mientras aquí entregaban la nación en pedazos. “¡No estás sola!”, clamaron miles, en un estruendoso mensaje de respaldo a Claudia Sheinbaum. Pero, en el fondo, ese grito era más que eso: era un “¡No estamos dispuestos a regresar al pasado!”.
PORQUE SÍ, ahí estaban los de siempre: las generaciones que conocieron de primera mano lo que fue el neoliberalismo en su máximo esplendor. Los que vieron cómo se vendieron los ferrocarriles, cómo se remataron los bancos, cómo se privatizó todo lo privatizable y, de paso, cómo la pobreza se multiplicaba como si fuera peste. Los que recuerdan cómo nos decían que la modernidad venía en forma de tratados de libre comercio, pero que la única modernidad que vieron fue la de unos cuantos volviéndose obscenamente ricos mientras la mayoría apenas sobrevivía.

Y POR ESO, cuando los conservadores se frotaban las manos esperando que Trump le pasara por encima a Sheinbaum, cuando sus voceros en los medios preparaban la narrativa de una “humillación histórica” y cuando sus analistas de siempre ya escribían el epitafio del gobierno de la 4T, la realidad les escupió en la cara. Trump no sólo no humilló a la presidenta, sino que terminó cediendo. Con datos y diplomacia, México le dio una lección de dignidad. Y entonces, el desastre que tanto anhelaban los neoliberales no ocurrió.
CLARO, la desesperación del bloque conservador fue un espectáculo digno de ver. De inmediato salieron con sus ya conocidas teorías de conspiración: que si Trump estaba de buenas, que si fue puro teatro, que si en realidad México sí salió perdiendo. Nada nuevo bajo el sol. Los mismos que se agacharon cuando Calderón se dedicó a limpiarles las botas a los republicanos, los mismos que no chistaron cuando Peña Nieto recibió a Trump en Los Pinos en plena campaña de insultos contra los mexicanos, son los que ahora están indignados porque el país fue tratado con respeto.
EL PROBLEMA es que cada vez menos gente les cree. El pueblo se ha dado cuenta de que no sólo tiene memoria, sino que también tiene voz y poder. Y por eso, en la Plaza de la República, no se trataba sólo de un apoyo a la presidenta. Era un mensaje contundente: México ya no es el país sumiso de antes, ya no es el patio trasero de nadie. Y lo más importante, es que esta vez, la historia no la están escribiendo los de arriba, sino los de abajo.
QUIENES alguna vez fueron ignorados, hoy están organizados. Los que alguna vez fueron engañados, hoy están informados. Y los que alguna vez creyeron que nada podía cambiar, hoy están en las calles, gritando que la Cuarta Transformación no es un discurso, sino una realidad que se construye día a día. Así que, para los nostálgicos del neoliberalismo, los que sueñan con volver a los tiempos en que los presidentes mexicanos pedían permiso hasta para respirar, los que esperaban con ansias un golpe de Trump que nunca llegó, sólo queda una cosa por decirles: sigan esperando. Porque el pueblo de México ya despertó, y no está dispuesto a volver a dormirse.
