- La académica Marina Alonso recoge historias alrededor de la erupción del volcán chiapaneco del Chichonal en 1982, visibilizando la tragedia.
ÉRIKA P. BUCIO / AGENCIA REFORMA
CIUDAD DE MÉXICO.- Pobladores de Esquipulas Guayabal, en el Municipio de Chapultenango, Chiapas, discutían en asamblea el 28 de marzo de 1982 el caso de Filiberta Domínguez, viuda de un ejidatario a quien se le había “revelado” que el volcán Chichonal haría erupción, y ella quería salir con sus hijos y pertenencias hacia San Antonio Las Lomas.
Las autoridades acordaron que ni ella ni persona alguna se iría, y menos Filiberta, que además pretendía llevarse sus bienes cuando, como viuda, no tenía derecho a ningún tipo de patrimonio, al ser las mujeres, según los sistemas tradicionales, excluidas de la transmisión de herencias.
En la cancha de basquetbol, donde esperaba una camioneta que la llevaría con muebles, madera, costales de maíz y unos cuantos animales, los pobladores, entre gritos e insultos ante la osadía, entablaron violentas discusiones. Ella respondió que repartiría machetazos a quien intentara detenerla.
En su apresurada salida con sus hijos hacia San Antonio Las Lomas, Filiberta dejó atrás algunas pertenencias, por las que creyó que volvería al día siguiente.
En Esquipulas Guayabal ya caía ceniza del volcán en erupción, y los temblores de tierra eran tan fuertes que era difícil mantenerse en pie, contaban. Muchos creyeron que era una señal del fin del mundo y organizaron una fiesta, mataron animales para comer y se emborracharon.
Y no fueron los únicos: los choles de Salto del Agua, lejos de la zona que terminaría en devastación, también lo creyeron al ver que el cielo, cubierto de grisura, no amanecía, así que decidieron sentarse a beber y esperar la muerte.
La historia de Filiberta, como otras tantas, fue recabadas por Marina Alonso, en el libro Microhistorias de los zoques bajo el volcán. Las erupciones del Chichonal y las transformaciones de la vida social, que, resultado de su tesis de doctorado, será presentado mañana bajo el sello de El Colegio de México (Colmex).
Conoció la zona años atrás como estudiante de la Escuela Nacional de Antropología, y por muchos años la recorrió y recogió las vivencias de la comunidad, sobre todo al alrededor de la tragedia.
“Son historias trágicas, terribles, de cómo un fenómeno natural, justo por la condición de vulnerabilidad y riesgo en el que se encuentran (las personas), ocasiona una catástrofe social”, dice en entrevista.
Si con la erupción del 28 de marzo, la lluvia de ceniza provocó caída de techos y la muerte de una veintena de personas, las siguientes erupciones, de los días 3 y 4 de abril, tuvieron consecuencias catastróficas al devastar poblaciones.
En las crónicas y testimonios recogidos es evidente la desorganización y negligencia del Gobierno de entonces, encabezado por Juan Sabines.
La investigadora hace eco de las palabras del antropólogo Félix Báez-Jorge: “(Hubo) imprevisión e improvisación”, a pesar de que había tiempo para evacuar a la población dado que, desde noviembre de 1981, era notoria la actividad del volcán.
El Gobierno estatal tenía como asesor al ingeniero geólogo Federico Mooser, quien había asegurado que El Chichonal no era un volcán peligroso y pidió detener la salida de la gente. Sólo hasta el 3 de abril, cambió de opinión. Había hecho un recorrido con sus ayudantes y personal del INI, quienes encontraron animales muertos, árboles y yerba derribados por gases que quemaron todo a su paso.
Cuando El Chichonal volvió a hacer erupción el 3 y 4 de abril, cobró una gran cantidad de vidas, aunque la cifra total de muertos ha sido difícil de establecer, ataja Alonso; al trabajar con los censos de la época, que no eran muy precisos, se estimaron unos tres mil muertos.
Además de Francisco León y Chapultenango, resultaron gravemente afectados Ocotepec, Ostuacán, Ixtacomitán, Pichucalco y Sinuapa.
En contraste con la negligencia del Gobierno estatal, Alonso recoge también en su libro los testimonios de actos heroicos de trabajadores del INI y de la sociedad civil, como la Asociación Mexicana Japonesa y la Iglesia católica, que se metieron a ayudar.
Buena parte de los testimonios provienen de entrevistas y otros de trabajo de archivo. Un ejercicio histórico y antropológico de microhistoria que reúne voces para, en conjunto, aproximarse a lo acontecido.
“Cuando uno ve fenómenos naturales, por lo general se victimiza a las poblaciones, pero no vemos que la gente toma sus decisiones, hay un proceso de resiliencia y recuperación”, expone Alonso.
Su investigación permite darse cuenta de las migraciones y desplazamientos, o de quienes decidieron quedarse; los conflictos agrarios en que El Chichonal actuó como catalizador y de desencuentros familiares, unos nuevos y otros ya existentes.
El Chichonal marcaría un antes y aún después.
El libro será presentado mañana a las 17:00 horas a través del YouTube del Centro de Estudios Históricos del Colmex.
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