Quemar las naves

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Quemar las naves

P. XAVIER CASTRO

Cuando Hernán Cortés se aproximaba a la Gran Tenochtitlán, su ejército venía algo diezmado debido a las escaramuzas que tuvieron en algunas poblaciones desde que desembarcaron en tierras americanas, y sobre todo por el cansancio tras aquella gran hazaña de cruzar la Sierra de Puebla con cañones, armaduras y demás implementos. Ante la gran ciudad que tenían enfrente y el numeroso ejército que sabían tenía el Imperio Mexica, se dio un indicio de motín entre el ejército español.

Varios soldados empezaron a dudar y a murmurar de la posibilidad de éxito de aquella empresa militar sugiriendo dar marcha atrás ante el evidente desequilibrio que había entre las fuerzas españolas y el ejército azteca. La duda y el miedo se propagaron rápidamente y la idea de retirarse y volver al Viejo Continente cobraba fuerza.

Ante esta situación, Hernán Cortés llamó a algunos pocos hombres de su plena confianza ordenándoles volver a la costa y quemar las naves que habían dejado ancladas en el mar. Después de unos días, aquellos hombres regresaron informando a Cortés que habían cumplido la misión, habían quemado las naves. Enseguida Cortés reunió a su ejército y les dio la noticia, ya no había naves para volver, habría que vencer o morir.

La historia está llena de ejemplos como éste. Grandes personajes han enfrentado momentos difíciles de duda y dificultad, pero en lugar de dar marcha atrás siguieron adelante, se convencieron de que sus metas valían cualquier sacrificio y rompieron con el conformismo.

No sólo personajes militares como Cortés, Alejandro Magno, César, Escipión, sino de todos los campos de la vida humana. A Luis Pasteur muchos experimentos no le daban resultado y era la mofa de no pocas personas, pero siguió adelante con el deseo de encontrar solución a tantas infecciones y enfermedades; Miguel Ángel, de quien conservamos -además de obras maestras- muchos bocetos, que fueron intentos fallidos; los innumerables experimentos de Leonardo da Vinci que terminaron en fracaso; los aeroplanos estrellados de los hermanos Wright, etcétera, etcétera.

El nombre de cada uno de nosotros está escrito en esa lista. La vida nos trae fracasos o situaciones en que parece que aquello por lo que luchamos y soñamos, se derrumba; se nos presenta la tentación a claudicar en aquello que hemos emprendido y a conformarnos con lo alcanzado. Tristemente muchos se quedan a la mitad en el intento de alcanzar sus metas; no tanto porque no podían, sino porque claudicaron en el intento; se quedaron a la mitad del camino.

En nuestro empeño diario es importante saborear con frecuencia las metas que buscamos, renovarlas en el corazón, porque las dificultades hacen que esas metas pierdan el atractivo y se vayan diluyendo en el corazón. Cuando asoma el tedio, cuando el desánimo toca a la puerta de nuestra vida, recordémonos a nosotros mismos que vale la pena continuar luchando por nuestras metas, y que es necesario quemar las naves para reemprender el camino. La decisión de Cortés no gustó a muchos en el momento, pero dio sus frutos; logró que cada uno volviera a enfocarse en la misión que traían entre manos y cortó con la tentación de dar marcha atrás. Ante la dificultad, Cortés pudo conformarse con pasar a la historia simplemente como alguien que lo intentó; pero no perdió de vista las metas que se había propuesto y decidió quemar las naves, contagiando a los demás con su empeño y se convirtió en el conquistador de un gran imperio.

No dudemos en quemar las naves, en cortar con todo aquello que nos desanima y pueda oscurecer nuestras metas: el cansancio, la incertidumbre, los desazones. La vida no es sólo para intentar algo, sino para lograr metas; especialmente la gran meta de dejar un mundo mejor de como lo encontramos.

Dios es el primero que nos da ejemplo; no dudó en quemar las naves al hacerse hombre como nosotros, sin vuelta atrás, jugándosela por cada uno de nosotros, ¡y vaya que conoce nuestra fragilidad…! Y cada día Dios vuelve a jugársela por nosotros, a quemar las naves, porque no hay vida humana -por destrozada y herida que pueda estarque salga del radar misericordioso de la acción de Dios. Aprendamos a ver en los obstáculos y las dificultades el mejor condimento para el sabor del triunfo; porque lo que no cuesta, al final satisface poco. Pero es necesario volver a mirar las metas que Dios ha sembrado en nuestro corazón, quemar las naves y reemprender la lucha. ¡Vale la pena!

@PadreXavierLC