Por KUKULKÁN
EN MÉXICO tenemos un dicho chusco, popular y vigente: “para qué discutir lo que puedes arreglar a madrazos”. Y vaya que antier en el Senado de la República se honró la tradición nacional. Alejandro “Alito” Moreno, presidente del PRI y experto en supervivencia política, decidió que no había mejor argumento para Gerardo Fernández Noroña, flamante presidente de la Mesa Directiva, que un buen golpe. Nada de citas a la Constitución, nada de mociones parlamentarias: directo al cachetazo legislativo.
DESDE la mañanera de Palacio Nacional, Claudia Sheinbaum, salió a condenar la trifulca como ejemplo del “autoritarismo del PRIAN”. Nada nuevo bajo el sol: cada quien aprovecha los madrazos ajenos para darle cuerda a su narrativa. Morena, con esa disciplina militar que los distingue, cerró filas con Noroña, mientras éste anunció denuncias y recordó que el desafuero de Alito sigue pendiente.
EL PAN, por su parte, no se puso de acuerdo ni para reaccionar: Jorge Romero pidió respeto, Margarita Zavala culpó al propio Noroña y Lilly Téllez prefirió la elegante táctica del silencio. ¿Y los ciudadanos? Pues, entre la indignación y la carcajada, porque lo cierto es que ver a los senadores a punto de trenzarse a golpes confirma lo que ya sabíamos: que el Congreso se parece menos a un parlamento europeo y más a una pelea de barrio en domingo por la tarde.
PERO OJO, México no está solo en esto de sustituir el debate por los puñetazos. El fenómeno es global. En Ucrania, comunistas y nacionalistas se agarraron en 2014 como si el hemiciclo fuera ring de box. En Georgia, apenas el año pasado, un líder opositor le soltó un derechazo al jefe del partido oficialista en medio de un debate sobre una ley de “agentes extranjeros”. En Italia, durante la votación de una reforma, un diputado empujó una bandera en la cara de un ministro y acabó siendo sacado en silla de ruedas. Serbia también tuvo lo suyo: pancartas, insultos y trompadas tras el colapso de una estación de tren.
Y SI HABLAMOS de América Latina, Venezuela lleva la delantera. En 2013, once diputados opositores salieron heridos después de un pleito con oficialistas; en 2017, colectivos armados entraron al Palacio Legislativo y dejaron un saldo de doce legisladores golpeados. Brasil tampoco se queda corto: en marzo de este año dos diputados se fajaron en pleno, mientras en 2023 los bolsonaristas asaltaban los tres poderes en Brasilia como si se tratara de un carnaval violento. Y Perú, con sus legendarios pleitos: desde el puñetazo de Javier Diez Canseco a un fujimorista hasta los diputados que lanzaron monedas a un colega acusado de traidor.
SIN EMBARGO el premio a la creatividad lo tiene Taiwán. Allá, los legisladores han usado todo: puños, sillas, agua, vísceras de cerdo y hasta robos de proyectos de ley para impedir votaciones. Una verdadera tragicomedia que les ha ganado titulares y hasta un premio Ig Nobel. Ahora bien, para los académicos esto no es un simple arrebato. La London School of Economics documentó 375 casos de violencia legislativa en 80 países entre 1980 y 2018. Su conclusión: las peleas son más frecuentes en democracias intermedias, con parlamentos divididos y mayorías frágiles.
EL LIBRO Making Punches Count lo resume con crudeza: los golpes no son berrinches, son estrategia. Los diputados saben que las cámaras están encendidas y que un madrazo en el Congreso vale más que mil discursos aburridos. Se trata de mandar un mensaje a la base, de demostrar fuerza, de recordarle al electorado que “aquí no nos rajamos”. Así que no nos espantemos. Lo que vimos antier en el Senado no es un desliz, ni mucho menos un “error humano”. Es parte del guion. Un guion que repite la lógica del viejo barrio: el que no pega primero, pierde.
EL PROBLEMA es que detrás de la anécdota chusca, del meme y de la risa amarga, queda un daño mayor: la degradación del debate político, la normalización de la violencia y el mensaje de que, en México y en buena parte del mundo, la política ha dejado de ser el arte de convencer y se ha convertido en el arte de golpear. Al final, Alito y Noroña nos recordaron que los congresos ya no son espacios de diálogo, sino arenas de gladiadores. Y mientras los ciudadanos seguimos esperando leyes, soluciones y acuerdos, nuestros legisladores se entrenan en lo único que parecen dominar: los madrazos.
Y PARA que nadie se confunda, lo que vimos en el Senado no fue un desahogo de testosterona ni un calentón del momento: fue política en su versión más primitiva. Así que, mexicanos, vayamos acostumbrándonos: el futuro no será de debates brillantes ni de discursos memorables. Será de puños, codazos y gritos. Porque como dicta el sabio dicho popular —y los senadores acaban de ratificar—, para qué discutir… si lo puedes arreglar a madrazos.