- Puñetazos en Parlamentos o Congresos son más comunes de lo que se piensa.
FELIPE VILLA
CIUDAD DE MÉXICO.- La agresión de Alejandro “Alito” Moreno contra Gerardo Fernández Noroña en el Senado mexicano volvió a poner en la mesa un tema que, aunque parece excepcional, ocurre con frecuencia en el mundo: los golpes, empujones y hasta sillazos dentro de los Parlamentos.
Lo sucedido generó reacciones inmediatas. Claudia Sheinbaum condenó la agresión y la atribuyó al “autoritarismo del PRIAN”. Analistas internacionales la calificaron de bochornosa y un reflejo de la degradación del debate público; mientras que Morena cerró filas en apoyo a Noroña, quien interpuso denuncias formales. El PAN, por su parte, tuvo posturas divididas entre la condena y la responsabilización del propio Noroña.
Lo cierto es que este no es un episodio aislado. De hecho, un estudio de la London School of Economics registró 375 casos de violencia legislativa en 80 países entre 1980 y 2018.
La investigación concluye que estas escenas son más comunes en democracias intermedias, con Parlamentos fragmentados y mayorías frágiles.
Además, el libro “Making Punches Count” sostiene que los golpes en los Congresos suelen ser estrategias políticas calculadas: no buscan convencer a la opinión pública en general, sino enviar señales a las bases partidistas.
Ejemplos sobran. En Ucrania, en 2014, comunistas y nacionalistas se liaron a golpes en plena crisis por las protestas pro-rusas. En Georgia, en 2024, un opositor golpeó al líder del partido oficialista en el debate sobre la ley de “agentes extranjeros”.
En Italia, también en 2024, un legislador empujó una bandera en la cara de un ministro y la trifulca terminó con un parlamentario en silla de ruedas. En Serbia, ese mismo año, la oposición y el oficialismo se enfrentaron a puñetazos tras acusaciones por negligencia en infraestructura.
América Latina tiene sus propios antecedentes. En Venezuela, en 2013, una pelea entre oficialistas y opositores dejó once legisladores heridos, entre ellos María Corina Machado. En 2017, colectivos armados irrumpieron en el Palacio Legislativo y atacaron a diputados opositores.
En Brasil, en marzo de 2025, dos legisladores se golpearon en plena sesión, y en enero de 2023, seguidores de Jair Bolsonaro asaltaron los tres Poderes en Brasilia, dejando daños millonarios.
En Perú, hay varios registros: en 1988, Rómulo León intentó golpear a Fernando Olivera y fue suspendido; en 1998, Javier Diez Canseco noqueó a un fujimorista y recibió la misma sanción; en 2000, algunos congresistas arrojaron monedas a un colega acusado de traidor. En Paraguay, en 2017, la protesta contra la reelección presidencial terminó con el incendio parcial del Congreso.
El caso más singular es Taiwán, cuya Cámara Legislativa es conocida por sus batallas campales. En 2001, un diputado mandó al hospital a una legisladora; en 2007, más de 40 se pelearon por la reestructuración del comité electoral; en 2020 lanzaron vísceras de cerdo en señal de protesta; y en 2024 un legislador intentó robar un proyecto de ley, lo que desató otra pelea.
Más allá de los puñetazos, la historia legislativa mundial también ofrece episodios chuscos: en México se han usado mantas, disfraces y piñatas como protesta; en Japón, legisladores han dormido en el pleno para evitar quórum.
El trasfondo, sin embargo, es serio. La violencia en los Parlamentos refleja la polarización política y, en muchos casos, la fragilidad institucional. Pero también deja ver cómo algunos legisladores apuestan al espectáculo, utilizando la confrontación física como parte de una estrategia política deliberada.