Rodolfo El Negro Montes
A menos de un año para el silbatazo inicial de la Copa Mundial de la FIFA 2026, que por primera vez albergarán conjuntamente Canadá, Estados Unidos y México, la euforia deportiva se mezcla con una inédita e intensa preocupación por la seguridad. El evento, que se desarrollará en un clima geopolítico tenso, se perfila no sólo como el más extenso en sedes, sino también como el más vigilado de la historia contemporánea.
Las autoridades de los tres países han intensificado la coordinación trilateral, con un enfoque que trasciende la seguridad tradicional para incluir amenazas tecnológicas como los drones, e incluso escenarios de alto riesgo que antes parecían exclusivos de zonas de conflicto.
Fuentes extraoficiales y el análisis de expertos en seguridad global sugieren que el protocolo de protección que se implementará en los estadios de las tres naciones podría replicar la filosofía de “alerta máxima” observada en eventos deportivos altamente sensibles a nivel internacional.
Un claro precedente que resuena en los círculos de inteligencia es la estricta seguridad desplegada en recientes partidos que involucran a la selección de Israel, como el encuentro clasificatorio en Europa, donde se reportó la presencia de francotiradores en los techos de los estadios, formando un cinturón de seguridad perimetral para contrarrestar cualquier amenaza de atentado terrorista.
Bajo este espejo, se anticipa que las administraciones de la Presidenta de México, Claudia Sheinbaum, y del Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en colaboración con las autoridades canadienses, desplegarán operativos de seguridad sin precedentes, por lo que no se descarta ver en los complejos deportivos y sus inmediaciones a francotiradores de precisión, personal experto en desactivación de bombas, y revisión exhaustiva a la afición previo a cada partido.
Pronto los tres gobiernos involucrados en la organización del Mundial de Futbol, nos confirmarán de la implementación también de vigilancia aérea avanzada, incluyendo sistemas antidrones que se han discutido en cumbres trilaterales de seguridad, buscando contrarrestar el uso de aeronaves no tripuladas por parte del crimen organizado o células terroristas.
Sin embargo, no toda la tensión se centrará en amenazas externas. En Estados Unidos, donde se jugará la mayor cantidad de partidos, el Mundial se ha convertido en un punto de inflexión para el debate migratorio.
La sombra del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) es percibida por organizaciones civiles como una amenaza directa a la naturaleza inclusiva del futbol. Declaraciones de funcionarios estadounidenses sobre el incremento de la presencia de agentes de ICE en eventos masivos —con la supuesta intención de controlar la inmigración irregular— han encendido las alarmas.
Organizaciones pro-migrantes y activistas sociales ya preparan una serie de manifestaciones masivas en las ciudades sede en suelo estadounidense. El Mundial, un evento que celebra la unidad global, corre el riesgo de ser escenario de una protesta contundente en contra de las políticas migratorias de la administración Trump, buscando utilizar la visibilidad mundial para denunciar acciones de deportación y la separación de familias.
La FIFA, presionada por grupos civiles, se enfrenta al desafío de garantizar que los aficionados, sin importar su estatus migratorio, puedan asistir a los estadios sin temor. El dilema es claro: mientras el balón rueda, una parte de la población intentará convertir el escaparate global en una tribuna de derechos humanos, haciendo de este Mundial 2026, además del más grande, el de la máxima tensión social y de seguridad de la era moderna.




