Rodolfo, El Negro Montes
Uruapan se ha convertido en el epicentro de la vida nacional. El asesinato del presidente municipal michoacano, Carlos Manzo, se ha dado en plena celebración cuando las ánimas regresan y se encienden velas para guiar su camino. En ese mismo camino iluminado, ha caído abatido a balazos ese político. Ha sido un ataque directo, a pesar de todo el despliegue de efectivos de la Guardia Nacional.
Manzo no era un político de escritorio. Su gestión se caracterizó por una participación activa y desafiante en el combate a la criminalidad, una postura que le valió múltiples amenazas en una de las zonas más asediadas por el crimen organizado en México.
El edil se puso al frente de operativos para la detención de narcomenudistas, ladrones, homicidas y secuestradores. Su blanco más notable, y quizás el que selló su destino, fue el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), uno de los grupos criminales más violentos del país.
Pero el secretario de Seguridad, Omar García Harfuch aún no se atreve a señalar al líder de esa estructura criminal, Nemesio Oseguera Cervantes, “El Señor de los Gallos” a quien Manzo Rodríguez daba uno y otro golpe, capturando a ‘El Rino’, identificado como el segundo al mando del CJNG en Uruapan. Este acto de valentía, en el corazón de un territorio disputado, fue un claro desafío a la hegemonía del cártel.
Uno de los momentos más reveladores de su gestión ocurrió en junio pasado, cuando el alcalde denunció la existencia de campos de entrenamiento del narco en su municipio, señalando que estos eran encabezados por extranjeros. Según sus declaraciones, en esos parajes se adiestraba a mercenarios provenientes de países como Colombia y Venezuela, una escalofriante muestra de la internacionalización y la sofisticación paramilitar alcanzada por el crimen organizado en Michoacán.
Esta denuncia no fue un simple rumor; fue una advertencia y una petición de ayuda. En aquella ocasión, Manzo hizo un llamado desesperado al gobierno federal para que enfrentara de manera más frontal al crimen organizado.
Consciente del riesgo que corría, y tras los recientes asesinatos de otros alcaldes michoacanos, Carlos Manzo no se hizo ilusiones. En una entrevista concedida el 19 de junio, reconoció que estaba expuesto a ser víctima de homicidio, al igual que millones de mexicanos. Sin embargo, su filosofía era clara: “mi mayor blindaje es no involucrarme con ninguna actividad ilícita o estar del lado de algún grupo criminal”.
Y con ese lema esperanzador, se retiró de un evento público, el Festival de las Velas, pero regresó para un último acto de cercanía: tomarse fotos con los niños de su ciudad. Fue en ese momento de “vulnerabilidad”, de servicio a su gente, que los sicarios del crimen organizado lo emboscaron. ¿Qué mandos fallaron en ese relajamiento?
El ataque, calificado como directo por el fiscal estatal Carlos Torres, terminó con la vida del alcalde en el hospital. Un sicario, joven, muy joven, fue abatido por su seguridad y dos más fueron detenidos.
La muerte de Carlos Manzo es más que un asesinato político; es un recordatorio, una señal brutal del precio que se paga por decir la verdad: colusión de autoridades con el crimen organizado. Su lucha contra el CJNG y su denuncia sobre los campos de adiestramiento extranjeros deben resonar como un urgente llamado a la acción. Uruapan ha perdido a su alcalde, pero su ejemplo de combate frontal queda como una luz, por pequeña que sea, encendida en medio de la oscura Noche de Muertos.
Ya los suyos, sus gobernados han desatado su rabia en contra de instalaciones del Palacio de Gobierno de Michoacán; ya le han abofeteado a su gobernante de apellido Bedolla.
Las denuncias realizadas por el alcalde de Uruapan, Carlos Manzo Rodríguez, sobre la existencia de campos de entrenamiento del crimen organizado (atribuidos al CJNG) con adiestramiento de colombianos y venezolanos, tuvieron consecuencias directas e indirectas, principalmente en términos de seguridad, respuesta institucional y el aumento de su propio riesgo.
La denuncia generó una reacción inmediata de las autoridades estatales, pero no necesariamente de apoyo. Pronto emitieron declaraciones de escepticismo y de desmentidos que ahora se tornan negligentes, cómplices: La Secretaría de Seguridad Pública de Michoacán y otras autoridades inicialmente negaron o desestimaron las afirmaciones de Manzo, alegando que “no han sido detectados campos de adiestramiento paramilitares” o que “no existen antecedentes claros ni denuncias que reporten la existencia de dichos sitios”.
Funcionarios como el Secretario de Gobierno de Michoacán, Carlos Torres Piña (posteriormente fiscal y quien reportó la muerte de Manzo), solicitaron al alcalde no “mediatizar” el tema y presentar la denuncia formal ante el Ejército o la Marina. Manzo respondió que al asegurar el campamento y poner a disposición de la Fiscalía lo encontrado (ropa táctica, cartuchos, videos), la denuncia legal estaba automáticamente registrada.
Esta ejecución ha llegado hasta Palacio Nacional. Ahora más y más gente de a pie sabe que Manzo se dirigía a la presidenta de México, Claudia Sheinbaum y a su secretario de Seguridad, Omar García Harfuch, respaldando sus dichos con evidencias como el aseguramiento de un campamento en la Meseta Purépecha, en la comunidad indígena de Capácuaro, tras un operativo para buscar a un ciudadano privado de la libertad. Encontraron ropa táctica, cartuchos (incluyendo calibre .50 y AK-47) e información en video que mostraba el adiestramiento paramilitar con presencia de extranjeros.
Posteriormente, Manzo reportó la detención de individuos, incluyendo venezolanos y colombianos, que formaban parte de la célula criminal que comandaba alias “El Rino” (el segundo al mando del CJNG en Uruapan, también detenido después). Esto corroboró la participación de extranjeros en las filas del cártel, tal como había denunciado.
Hasta el presidente de Colombia, Gustavo Petro, ratificó y confirmó la existencia de operativos donde se aseguraron personas con nacionalidad colombiana y venezolana, e incluso mencionó la presencia de militares en activo y exmilitares de su país en la zona.
Por eso han matado a Manzo, el líder del Movimiento de los Sombreros. Y todo a punta que su ejecutor es el Señor de los Gallos.




