POR KUKULKAN
¡ALBRICIAS! Por fin, cinco siglos después, un funcionario español ha dicho en voz alta lo que muchos pensaban en voz baja: que aquello de la Conquista no fue exactamente una visita cordial con tapitas de jamón serrano y vino tinto. Y como era de esperarse, las declaraciones del Ministro de Asuntos Exteriores de España, José Manuel Albares, no sólo provocaron una ceja levantada en Palacio Nacional, sino un auténtico terremoto político en la madre patria.
EL PECADO del canciller Albares fue decir, durante la inauguración en Madrid de la exposición La mujer en el México indígena, que “hubo dolor e injusticia hacia los pueblos originarios” y que “justo es lamentarlo porque es parte de nuestra historia compartida”. ¡Horror! ¡Un español pidiendo perdón por la Conquista! ¿Qué sigue? ¿Ofrecer chocolate mexicano sin azúcar en las cortes de Castilla?
PARA CLAUDIA SHEINBAUM, presidenta de este México tan acostumbrado a que le ignoren las heridas históricas, las palabras del ministro cayeron como música de mariachis en una noche de elecciones. No dudó en calificar el gesto como “histórico” y, cómo no, lo interpretó como el primer paso hacia la tan soñada —aunque nunca pedida con claridad— “reparación del agravio histórico”. Porque si algo le gusta a nuestro país es que le reconozcan los traumas, aunque nadie sepa muy bien qué hacer con ellos después.
PERO del otro lado del Atlántico, el gesto fue recibido como si Albares hubiera propuesto reeditar la independencia de México con fuegos artificiales en la Puerta del Sol. Miguel Ángel García Martín, portavoz del Gobierno de la Comunidad de Madrid, no tardó ni medio café en exigir la renuncia del ministro, al que tildó —sin ahorrar adjetivos— como “el peor Ministro de Exteriores que ha tenido nuestro país”. Porque claro, nada mancha más el honor patrio que reconocer un poquito de verdad histórica.
PARA García Martín, Albares no sólo “no conoce la historia”, sino que además “habla mal de España”. Porque ya se sabe que la historia verdadera de la Conquista, esa que enseñan en ciertas academias madrileñas, incluye flores, civilización y buenas intenciones. ¿Dolor, injusticia? ¡Pamplinas!
MIENTRAS en Madrid se rasgan las vestiduras, en la exposición organizada en el marco del Año de la Mujer Indígena, una muestra de dignidad mexicana desfiló con silenciosa contundencia. Las protagonistas no fueron ni Albares ni Sheinbaum, sino las mujeres indígenas, portadoras de una memoria que no necesita permiso europeo para existir. En el prólogo de la exposición, escrito por la presidenta mexicana, se subraya su papel como guardianas de la espiritualidad y la resistencia cultural. Pero ese detalle, claro, pasó a segundo plano frente al espectáculo diplomático.
LA ESCENA resulta tragicómica. Una declaración que, en otros tiempos, hubiera pasado desapercibida entre discursos protocolarios, hoy provoca reacciones dignas de un culebrón político. En México, el gesto se celebra con solemnidad casi religiosa. En España, se condena como si se hubiera propuesto abolir el Día de la Hispanidad.
Y ASÍ, en pleno siglo XXI, los ecos de la Conquista siguen provocando tormentas. España, que alguna vez se enorgulleció de no pedir perdón por nada, ahora se ve dividida por una frase tímida, casi diplomática, que apenas roza la superficie de una herida abierta. México, por su parte, celebra con bombo y platillo un reconocimiento simbólico que no cambia mucho, pero que sirve de combustible para el discurso presidencial.
QUIZÁ la verdadera moraleja de este episodio no esté en la historia misma, sino en cómo decidimos seguir peleándola. Porque si algo nos une —más allá de la lengua, la comida y los memes de Hernán Cortés— es nuestra inagotable capacidad de discutir por asuntos del pasado como si el presente no tuviera suficientes problemas.
PERO bueno, si con eso logramos que alguien más reconozca que aquí hubo algo más que intercambio cultural, pues bienvenida sea la polémica. Al menos, mientras discutimos de la Conquista, no hablamos de los conquistadores modernos: los que nos saquean hoy, con corbata y sin barcos.




