POR KUKULKAN
SI LA POLÍTICA mexicana fuera un género cinematográfico, lo ocurrido en el Congreso de la Ciudad de México sería una mezcla de lucha libre, carpa y comedia de enredos. Sólo faltó el réferi, el silbatazo final y la narración de ¡llaveo limpio! para completar el espectáculo que, dicho sea de paso, cruzó fronteras. Y es que mientras aquí discutimos si fue provocación o reacción, afuera el video ya corre con subtítulos en inglés y cara de ‘¿qué acabo de ver?’.
AHÍ ESTABAN: diputadas jalándose el cabello, diputados empujándose como en fila de tacos a las tres de la mañana, gritos, manotazos y una sesión legislativa convertida en arena de barrio. Todo en nombre del debate democrático, claro. Porque en México no debatimos ideas: las forcejeamos.
EL EPISODIO ocurrió durante la discusión sobre la reforma al órgano de transparencia de la capital. Un tema técnico, árido, de esos que normalmente no emocionan ni al asesor que lo redactó. Pero bastó que la oposición tomara la tribuna y que la mayoría decidiera “recuperarla” para que saliera a flote esa picaresca mexicana que no distingue entre cantina y Congreso.
NO TARDARON las reacciones. En casa, la oposición levantó el dedo acusador y habló de ‘vergüenza’, ‘barbarie’ y ‘degradación institucional’. Lo dijeron con tono solemne, como si en otros tiempos el Congreso hubiera sido un convento de monjas cartesianas. Del otro lado, el oficialismo minimizó el asunto: que si fue provocación, que si la toma de tribuna fue ilegal, que si ‘ellos empezaron’. En política, como en el recreo, el culpable siempre es el otro.
PERO lo verdaderamente sabroso vino de fuera. Medios internacionales replicaron el video con entusiasmo antropológico. Titulares que hablaban de legisladores mexicanos jalándose el pelo, empujándose y perdiendo la compostura en pleno recinto. Para el mundo, fue una postal más del exotismo nacional: tequila, mariachi… y diputados a golpes. Marca país, versión extendida.
EN REDES sociales, el pueblo —ese que siempre tiene el último comentario— se dividió. Unos condenaron el numerito: ‘Para eso les pagamos’, ‘Qué vergüenza’, ‘Parece mercado’. Otros, más indulgentes o más cínicos, soltaron la carcajada: memes, gifs, comparaciones con La Rosa de Guadalupe y hasta apuestas sobre quién ganaba si el pleito seguía al estacionamiento. No cabe duda de que en México, cuando la política se cae, el humor la levanta.
HUBO inclusive quienes defendieron el episodio como ‘pasión política’, como si el jalón de greñas fuera una nueva forma de argumentación parlamentaria. Tal vez estamos ante una reforma no escrita: cuando se acaban los argumentos, se permite el empujón. Lo cierto es que nadie salió bien librado. Ni quienes golpearon, ni quienes provocaron, ni quienes aplaudieron en silencio.
EL CONGRESO, ese espacio que debería ser templo del diálogo, terminó pareciendo cantina en hora pico. Y lo más preocupante no es la violencia en sí —que ya hemos visto antes—, sino la normalización. El ‘no pasa nada’, el ‘así son’, el ‘siempre ha sido igual’. Porque mientras unos discuten quién jaló primero, el mensaje que se manda es otro: que la política puede convertirse en espectáculo sin consecuencias. Que el ridículo no cuesta. Que el escándalo se diluye en el siguiente trending topic.
DESDE este Nido de Víboras lo decimos claro: no fue un hecho aislado ni un simple arranque de enojo. Fue el reflejo de una cultura política donde el poder se defiende con el cuerpo cuando ya no alcanza la palabra. Donde la picaresca sustituye a la razón y el show le gana al argumento. Y mientras el video sigue circulando en el extranjero, subtitulado y compartido como curiosidad tropical, aquí seguiremos explicando que no todos somos así. Aunque, a veces, cueste trabajo demostrarlo.




