Entre la euforia del Mundial de Futbol y el testimonio de El Mayo Zambada sobre sobornos y complicidades en México

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Rodolfo, El Negro Montes

El calendario, ese tirano de papel y tinta, ha dictado una nueva postergación. No es la primera y, si me permiten un pequeño escalofrío en la espina dorsal, me atrevería a decir que tampoco será la última. Hablamos de Ismael Zambada García, “El Mayo” para la prensa fácil y los corrillos de Culiacán, esa figura espectral que ha caminado entre las sombras y las luces de la corrupción binacional con una parsimonia casi insultante.

El Juez, en la fría majestad de su toga y su estrado en Brooklyn, ha movido la fecha. Un simple golpe de martillo: 13 de abril de 2026. Ese es el día en que la justicia de Estados Unidos dará a conocer la sentencia contra el líder del Cártel de Sinaloa.

¿Qué tiene de particular el estío de 2026? Ah, la pregunta es casi una burla. El mundo estará, para entonces, sumido en una fiebre global. Una masa humana, ebria de cerveza y patriotismo televisado, se habrá volcado a contemplar el ceremonial más grande de nuestro tiempo: el Mundial de Futbol. Un espectáculo que se celebrará, ironía suprema, en los mismos patios de recreo donde el Mayo Zambada cimentó su imperio: Estados Unidos, México y Canadá.

Mientras millones gritarán un gol, el eco de una voz, largamente silenciada, podría resonar en una corte a miles de kilómetros. Es una yuxtaposición grotesca que sólo la realidad, en su infinita crueldad dramática, podría concebir: la euforia del gol frente a la severidad de un testimonio en voz del poderoso narcotraficante mexicano.

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Dicen, susurran en los pasillos de poder en Washington y en los desayunos con café con leche de la élite de la Ciudad de México, que el Mayo tiene un archivo. Un expediente que no es de papel, sino de memoria. Una memoria de elefante, entrenada durante décadas en el arte del soborno y la complicidad.

Imaginemos, si se me permite la licencia periodística, el menú de esta futura y postergada declaración:

  • Los Militares: Esos hombres de honor, de rostro pétreo y uniforme impecable. ¿A cuántos les deslizó sobres debajo de la mesa? ¿Qué rutas se abrieron, qué checkpoints se disolvieron con el simple tintineo de un millón de dólares?
  • Los Políticos y Gobernantes: La flor y nata de la democracia, esa farsa bien representada. Desde las cúpulas de los partidos hasta los despachos presidenciales. La lista debe ser un quién es quién de la decencia pública vendida al mejor postor. Nombres y apellidos que, hasta ahora, sólo existían en el panteón del rumor, listos para ser arrojados a la luz del mediodía.
  • Los Policías: Los peones del juego, los que se mancharon las manos por necesidad o por avaricia, formando el esqueleto operativo de la impunidad.

La sentencia del Mayo Zambada, prevista para un momento en que el mundo debería estar hipnotizado por el Mundial, amenaza con ser el verdadero espectáculo. El clímax dramático no ocurrirá en el césped sagrado, sino en el frío cubículo de un tribunal estadounidense.

¿Podrá la algarabía de un estadio repleto ahogar la verdad de un hombre que lo ha visto todo? ¿Podrá un gol, gritado a pleno pulmón, ser más ruidoso que el sonido de una confesión que destruye carreras, legados y, quizá, el último vestigio de fe en la justicia?

El Juez ha optado por el 13 de abril de 2026. Es una fecha calculada para el drama. Es la calma antes de la tormenta, el preludio de un vendaval que, si se desata, hará que el ruido de las vuvuzelas en el Mundial se sienta como un eco lejano e irrelevante.

El mundo gritará ‘¡Gol!’. Y El Mayo, en un acto final de lucidez o venganza, podría estar gritando: ‘¡Corrupción!’

Y, créanme, sólo una de esas dos palabras es capaz de incendiar un país. El mundo, en el fulgor de aquel abril de 2026, será una aldea global rendida a la pantomima deportiva. Un juego de niños magnificado a escala planetaria. México, Estados Unidos y Canadá, anfitriones del Mundial, habrán gastado fortunas en césped impecable y estadios relucientes. Pero en un frío y sobrio tribunal de Nueva York, lejos del rugido de la fanaticada, se estará jugando el partido más sucio y trascendental de todos. Y la pieza clave, el as bajo la manga que amenaza con derrumbar el tablero de la decencia pública, es Ismael Zambada García.

El aplazamiento de su sentencia hasta el 13 de abril de 2026 no es un error burocrático, sino una maniobra maestra. Es el telón que se levanta justo en el pico de la distracción colectiva. ¿Qué mejor momento para arrojar una bomba fétida de verdad que cuando la nariz de la humanidad está congestionada con el aroma de la victoria y el sudor de la camiseta?

El Mayo, ese espíritu viejo y silencioso que durante medio siglo ha sido el arquitecto invisible del poder fáctico en México, ya ha roto el hielo. Ha confesado que sobornó a policías, militares y políticos. Pero esa palabra, “políticos”, es una catedral gótica levantada sobre mentiras. Y el rumor, ese fiel compañero de la verdad no contada, sugiere que la confesión tiene pisos aún más altos.

No se trata sólo de sobornos a gobernadores de provincias polvorientas o a comandantes de aduanas que miran hacia otro lado. No, la verdadera obra maestra, el clímax narrativo de la vida del Mayo, es el financiamiento de las campañas a cargos de elección popular que podrían alcanzar a manchar una que otra campaña presidencial.

Imagínese la escena: un Maletín de Terciopelo negro, repleto de billetes húmedos que huelen a humedad de la sierra y a cocaína recién empacada, se desliza bajo la mesa de un despacho discreto. El candidato, el futuro señor gobernador o señora gobernadora, el o la alcalde, con la mano en el pecho y la mirada en las encuestas, acepta la dádiva del diablo. A cambio, la promesa, no escrita, de una pax narca sexenal.

  • Los Elegidos: ¿Quiénes eran los intermediarios? ¿Los jefes de campaña de traje a medida? ¿Los asesores de imagen que lavaban el dinero con la misma eficacia que un sastre lava una mancha de vino tinto? El Mayo, si decide cooperar a fondo, puede nombrar a los financistas encubiertos, a los operadores políticos que vendieron el alma de la nación al mejor postor.
  • La Atmósfera de la Revelación: Será un acto de striptease político. Mientras los comentaristas de televisión gritan el nombre de un delantero que acaba de anotar un gol, la noticia, fría y quirúrgica, cruzará el Atlántico: “Zambada nombra al financiador de la campaña de X. Y.” El ruido del estadio será momentáneamente silenciado por el clic de miles de cámaras fotográficas. Y luego están los hombres de uniforme, esos centinelas de la soberanía. Los Generales con medallas y el mentón alzado. El testimonio del Mayo no se detendrá en el policía de crucero. Se irá a la cúpula, a los despachos con aire acondicionado de algunas ¿varias? Oficinas de gobierno.

Él no sólo compró el silencio; compró estrategia. Los Pases Libres: ¿Qué rutas aéreas y terrestres fueron liberadas? ¿Qué operativos militares fueron cancelados con una llamada telefónica y la promesa de un “extra” de Navidad? La confesión puede detallar los montos exactos, las fechas y los rangos de los hombres que cambiaron el honor por la opulencia. El testimonio será una autopsia a la columna vertebral de la seguridad nacional.

Y la verdad que el Mayo Zambada guarda, si el Juez Cogan lo presiona lo suficiente, es la radiografía de un Estado donde la democracia era una fachada y el verdadero poder residía en el hombre canoso y silencioso de la sierra.

Cuando el árbitro pite el final del partido y los fuegos artificiales estallen sobre el estadio, el verdadero drama, el que dejará cicatrices permanentes, estará a punto de comenzar en una sala de audiencias en Brooklyn. El silencio de un hombre es, a veces, el grito más fuerte.

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