POR KUKULKAN
A LA DISTANCIA todo se ve más bonito, sobre todo cuando se observa desde el barrio Salamanca, en Madrid, o desde algún piso bien climatizado de Manhattan. Ahí, entre vinos caros y cortinas gruesas que impiden ver la realidad mexicana, nuestros ilustres ex presidentes neoliberales han encontrado su nuevo destino: ser opinólogos de salón.
LEJOS quedó la vergüenza —si es que alguna vez existió—. Ahora, desde su dorado exilio europeo, Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto han encontrado en la crítica al actual gobierno no sólo una catarsis, sino su nuevo deporte nacional. Mientras Vicente Fox, desde su rancho en Guanajuato, juega a ser el profeta del apocalipsis desde su iPhone, los demás se reparten roles como analistas, conferencistas o simples tuiteros nostálgicos de los tiempos donde el saqueo era institucionalizado.
EN 2025 no descansaron. Cada uno, con su estilo, salió a hablar de lo “mal que está México”, como si hubieran pasado por Los Pinos sin despeinarse, sin arrasar con la economía, sin endeudar al país, sin desaparecer estudiantes, sin militarizar la seguridad o sin convertir la política en una fiesta privada para amigos, compadres y socios.
AHORA resulta que todos tienen algo que decir. Zedillo, que entregó los ferrocarriles al mejor postor y remató al país con intereses usureros tras el Fobaproa, da cátedra en Yale sobre “transparencia”. Salinas, el arquitecto del “México moderno” que dejó un legado de desigualdad brutal y privatizaciones a modo, habla de justicia social. Peña Nieto, a quien se le desmoronó el país entre escándalos de corrupción y masacres, ahora da paseos por Madrid como si no debiera varias cuentas pendientes. Y Calderón, bueno… Calderón sigue buscando cómo desmarcarse de su “superpolicía” García Luna mientras da entrevistas en foros internacionales que fingen no saber de qué pie cojea.
PERO si hay alguien que se lleva la medalla de oro en descaro es Vicente Fox. El mismo que traicionó la esperanza de millones, que tiró por la borda el primer gran voto de castigo contra el PRI, ahora dedica su tiempo a lanzar mensajes delirantes en redes sociales. Que si los hijos del presidente, que si la DEA viene en camino, que si Sheinbaum está temblando.
PARECE más un personaje de parodia que el exmandatario de una nación, una suerte de Nostradamus con botas y gorra de golf, clamando por la intervención extranjera como si eso no lo despojara por completo de cualquier noción de patriotismo. Y sin embargo, ahí los tenemos, cada uno por su lado, pretendiendo convencernos de una narrativa compartida: que México vive un apocalipsis, que todo está peor que nunca, que ellos —oh, visionarios incomprendidos— tenían la fórmula correcta.
LA REALIDAD es que se odian entre ellos, se traicionaron, se señalaron, se espiaron… pero hoy, los une el espanto de la justicia, de la memoria y del olvido. Porque eso es lo que realmente les aterra: no tanto la 4T como el juicio de la historia y, eventualmente, el de los tribunales. Ninguno ha sido detenido, pero todos llevan en la frente las marcas de sus pecados. Y aunque intentan disfrazarlos con conferencias, asesorías internacionales o poses de abuelos sabios, no logran engañar a nadie.
HAN PASADO siete años lanzando misiles verbales contra el gobierno actual. Siete años augurando desastres que nunca llegaron. Y sin embargo, cada elección, cada encuesta, cada plaza llena, les recuerda que su narrativa se desinfla al mismo ritmo que su relevancia política. Que sigan allá, entre jamones ibéricos y tertulias nostálgicas. Aquí, el país sigue caminando, con todos sus retos, pero con memoria. Porque por más que hablen desde sus balcones dorados, lo que pesa no es lo que dicen, sino lo que hicieron.




