- Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura 2010, y último gran representante del Boom Latinoamericano, falleció ayer en Lima, Perú.
ISRAEL SÁNCHEZ / AGENCIA REFORMA
CIUDAD DE MÉXICO.- Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura 2010, y último gran representante del Boom Latinoamericano, deja huérfana a una copiosa legión de lectores.
Fallecido ayer en Lima, Perú, es recordado por un brillante corpus literario que conjugó ficción, historia y política.
Iniciado en el “placer supremo” de las letras desde sus lecturas infantiles de Alejandro Dumas y Víctor Hugo, y con William Faulkner como uno de sus primeros modelos, Mario Vargas Llosa gozaba de los relatos que cautivaran más allá de lo racional.
“Es fundamental que el elemento intelectual, cuya presencia es inevitable en una novela, se disuelva en la acción, en las historias que deben seducir al lector no por sus ideas, sino por su colorido, por las emociones que inspiran, por su elemento sorpresa y por todo el suspenso y misterio que son capaces de generar”, consideró alguna vez el escritor peruano para The Paris Review.
“En mi opinión, la técnica de una novela existe esencialmente para producir ese efecto: para disminuir y, si es posible, abolir la distancia entre la historia y el lector. En ese sentido, soy un escritor del Siglo 19. Para mí, la novela sigue siendo la novela de aventuras”, afirmaba el Premio Nobel de Literatura 2010 y último gran representante del Boom latinoamericano.
Al darse a conocer este domingo la noticia de su fallecimiento en Lima, donde vivía retirado de la vida pública desde el año pasado, Vargas Llosa sería reconocido por una copiosa legión de seguidores como el brillante autor de un corpus literario que conjugó ficción, historia y política, y que para tantos de ellos representó el inicio de su propia aventura por las letras.
Leerlo, en palabras del sociólogo peruano Fernando Tuesta Soldevilla, es recorrer no sólo la geografía del Perú, sino “sus heridas más hondas”.
“Es sentir el peso existencial de preguntarse ‘¿En qué momento se jodió el Perú?’, en Conversación en La Catedral; es explorar el fanatismo religioso en La guerra del fin del mundo, las entrañas de las dictaduras en La fiesta del chivo, o el dolor adolescente en La ciudad y los perros. Su literatura nos educó, nos conmovió, nos sacudió. Y, sobre todo, nos hizo mejores”, compartió.
“Cuánto hay que agradecer la sutil construcción de sus tramas, sus personajes inolvidables, su arquitectura clásica pero también osada, innovadora, su prosa nada barroca: precisa, riquísima y transparente”, le había dedicado el historiador Enrique Krauze hace sólo unos días con motivo de su cumpleaños 89, cumplidos el 28 de marzo pasado.
La fórmula, como dijo en 2019 a propósito de su novela Tiempos Recios, era adicionar la investigación con una buena dosis de fantasía, de imaginación, “que es a lo que tienen derecho los novelistas; eso es la superioridad que les da sobre los historiadores”.
“Gigante de las letras universales”, a decir del autor Jorge F. Hernández, y “uno de los más extraordinarios narradores e intelectuales hispanoamericanos”, para la poeta Malva Flores, Vargas Llosa partió de este mundo rodeado de su familia y en paz, de acuerdo con el comunicado difundido por sus hijos, Álvaro, Gonzalo y Morgana.
“Su partida entristecerá a sus parientes, a sus amigos y a sus lectores alrededor del mundo, pero esperamos que encuentren consuelo, como nosotros, en el hecho de que gozó de una vida larga, múltiple y fructífera, y deja detrás suyo una obra que lo sobrevivirá”, externaron, adelantando que los restos del autor serían incinerados y que no habría ninguna ceremonia pública.
Aunque nacido en 1936 en Arequipa, un pequeño pueblo sureño al pie de los Andes peruanos, Vargas Llosa creció los primeros años de su vida en Cochabamba, Bolivia, debido al divorcio de sus padres.
Fue hasta 1945 que volvió a su tierra, donde asistió a la Academia Militar Leoncio Prado, lo cual supuso “una experiencia extremadamente traumática” que, en varios sentidos, marcó el final de su infancia al descubrirle una sociedad violenta, compuesta por facciones sociales, culturales y raciales en total oposición, el germen de su literatura; “eso despertó en mí la gran necesidad de crear, de inventar”, diría.
“Hasta ahora, ha sido prácticamente igual con todos mis libros. Nunca tengo la sensación de haber decidido escribir una historia de forma racional y fría. Al contrario, ciertos acontecimientos o personajes, a veces sueños o lecturas, se imponen de repente y exigen atención”, compartió a Susana Hunnewell y Ricardo Augusto Setti en el otoño de 1990.
Formado en Derecho en la Universidad de Lima, al terminar sus estudios se exilió voluntariamente del Perú -por primera vez- durante 17 años, durante los cuales trabajó como periodista y conferencista. Ahí despegaría su pluma, que a la postre le granjeó el Nobel.
Era profesor invitado en la Universidad de Princeton cuando recibió la llamada de la Academia Sueca antes de las 06:00 horas. Quien contestó el teléfono fue Patricia Llosa, su segunda esposa y madre de sus hijos a pesar de ser su prima hermana; la primera fue su tía política, Julia Urquidi Illanes, con quien se casó a los 19 siendo ella 14 años mayor que él.
“Se puso pálida antes de pasarme el teléfono. Me asusté mucho al verla, y lo primero que pensé fue: ‘Una muerte en la familia’”, contó Vargas Llosa al catedrático Rubén Gallo, de los primeros en llegar ese día al departamento que alquilaba el escritor a unos pasos de Central Park.
Cuatro días después del anuncio, a la conferencia que ya tenía previamente programada en Princeton llegaron cientos de paisanos suyos que no cabían de la felicidad.
“Yo lloré, lloré, Mario, cuando vi lo del Nobel en la televisión. Lloré porque para todos los peruanos es un orgullo, es lo más bello que nos podía pasar”, le dirigió una mujer al tomar el micrófono.
“Mario, Mario, yo voté por ti”, presumió uno más, cuyas palabras refieren al paréntesis que el Nobel peruano hiciera en su ordenada agenda literaria para buscar, como candidato del partido Libertad, la Presidencia de Perú.
Tras las elecciones multipartidistas, perdió la segunda vuelta contra Alberto Fujimori el 10 de junio de 1990. Decepcionado, Vargas Llosa hizo las maletas y se marchó a España, donde unos años después se nacionalizó. Curiosamente, terminaría respaldando en 2021 a Keiko Fujimori, hija de su denostado rival, frente a Pedro Castillo.
Fue también en el 90, en un coloquio de intelectuales convocado por la revista Vuelta y transmitido en Televisa, cuando el peruano acuñó el régimen priista como “la dictadura perfecta” delante del Nobel literario mexicano Octavio Paz.
“No era tan perfecta”, comentó en 2019, entre risas, “porque finalmente la dictadura desapareció, pero lo que es terrible es que vaya a resucitar. Yo tengo un poco la impresión de que Andrés Manuel López Obrador es como la resurrección del PRI, del que formó parte en su juventud”.
Para Vargas Llosa, si bien las dictaduras militares habían sido superadas en América Latina, los estragos en la región ahora se deben a las dictaduras ideológicas, particularmente al populismo; “es la demagogia que sacrifica, digamos, el futuro en nombre de un presente muy efímero, con medidas que no tienen un sentido de la realidad”, definió.