Por KUKULKÁN
TELEVISA, esa catedral del entretenimiento con vocación de poder político, vuelve a ser noticia. Pero esta vez no por su rating, ni por su telenovela de las 9. No, ahora es protagonista de un thriller digno de Netflix: espionaje, guerra sucia, noticias falsas y operaciones digitales desde la comodidad de sus propias oficinas. Y todo gracias al ya célebre Televisa Leaks.
MÁS DE 5 terabytes de filtraciones (sí, 5 terabytes, no se lo gasta ni el SAT en expedientes) nos dejan ver que en lo más profundo de Chapultepec no sólo se hacen melodramas, también se manufacturan campañas de desprestigio, se tuercen verdades y se juega con la opinión pública como quien mezcla escenas en una cabina de edición.
EL NOMBRE del batallón secreto: Palomar. Un equipo de élite no para hacer televisión, sino para jugar a la KGB con presupuesto de televisora. ¿Su misión? Crear y dirigir campañas de difamación, inventar denuncias, proteger a aliados poderosos y dinamitar a los críticos con una precisión que haría sonrojar al mismísimo Joseph Goebbels.
¿Y QUIÉNES eran los blancos de esas campañas? Hay de todo y para todos. Desde ministros de la Suprema Corte hasta el empresario más rico del país, pasando por periodistas incómodos, medios contestatarios y todo aquel que se atreviera a no bailar al son del canal de las estrellas.
POR EJEMPLO, ahí está Arturo Zaldívar, el expresidente de la Corte, quien al parecer no necesitaba agencia de relaciones públicas, porque Palomar ya le hacía el trabajo sucio: bots, páginas falsas, elogios a granel y defensas a prueba de trending topics. Todo con recursos del Poder Judicial, según dicen los documentos. Porque claro, ¿quién necesita ética cuando tienes una tropa digital a tu servicio?
¿Y DON Carlos Slim? También fue cliente involuntario del Palomar Club. Resulta que el pecado de don Carlos fue competir con Televisa en el mundo de las telecomunicaciones. Ahí nomás. Por eso, le armaron campañas, lo envolvieron en la tragedia de la Línea 12 y lo pintaron como villano sin que mediara juicio ni evidencia. ¿Para qué el debido proceso si tienes miles de bots bien entrenados?
PERO lo más preocupante no son los nombres, sino el método. Porque no hablamos de rumores de pasillo ni de teorías conspirativas. Hablamos de estrategias documentadas, organizadas y financiadas para manipular la conversación pública, influir en decisiones políticas y moldear la percepción social con bisturí de propaganda. Todo mientras se juega a la neutralidad informativa desde los noticiarios de horario estelar.
Y ES QUE en México el espionaje no es una excepción, es casi una tradición. Lo que sorprende no es que Televisa espiara y manipulase: lo sorprendente es que todavía nos sorprenda. Desde los tiempos del “compadre” que sabía todo en Gobernación, hasta los Pegasus de sexenios pasados, espiar ha sido la manera favorita del poder para resolver problemas. Con Palomar, lo único que cambió fue la interfaz: ahora es con bots, hashtags y community managers entrenados en lodo digital.
POR SUPUESTO, Televisa guarda silencio. Fiel a su estilo, habla sólo cuando produce, y calla cuando expone. ¿Por qué negar lo que puede evaporarse con el ciclo de noticias de 24 horas? Mientras tanto, los filtradores de Televisa Leaks han hecho lo que pocos: quitarle el maquillaje al monstruo, revelar la mano que mueve el noticiero.
EN MEDIO de todo, lo que queda claro es que el poder mediático, cuando se junta con el poder político y empresarial, no informa: controla. No comunica: domestica. Y en este México donde las pantallas mandan y los likes engañan, Palomar es apenas el nombre elegante de una práctica añeja: el espionaje como estrategia, la mentira como herramienta y la opinión pública como campo de guerra. Y en esa guerra, el público –usted, yo, todos– somos apenas el botín.
