El último bastión de los intocables

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Por KUKULKÁN

QUÉ COSAS tiene la vida democrática: unos celebran que por fin se escuche al pueblo, y otros —los de siempre— chillan como si les hubieran quitado el rancho. Y es que a la derecha mexicana no le entra en la cabeza que su etapa de dueños del Poder Judicial está llegando a su fin. El berrinche no es menor: hay llamados al boicot, gritos de “farsa”, y hasta amenazas de abstencionismo elegante, todo porque el 1º de junio, por primera vez, la ciudadanía podrá votar por jueces, magistrados y ministros.

EL MÁS ruidoso en esta telenovela es, cómo no, Ricardo Salinas Pliego, ese magnate de las pantallas que cuando no está vendiendo televisores a crédito con intereses de infarto, anda diciendo que votar es “legitimar un golpe de Estado”. Hay que reconocerle el talento para la hipérbole: convertir una elección judicial en un golpe militar requiere de mucha imaginación… o de mucho miedo.

Y NO ES para menos. El susto viene de fondo. Porque mientras pide que no se vote, el SAT le tiene en la mira por una deuda de más de 63 mil millones de pesos. ¡Con razón quiere que todo siga como antes! El régimen de consolidación fiscal le venía como anillo al dedo: jugaba a perder por un lado para no pagar por el otro. ¿Y ahora? Pues ahora quiere hacer de vocero de la legalidad mientras evade sus propios deberes.

PERO Salinas no está solo. A su lado, como buenos compadres de cantina, aparecen figuras nostálgicas como Vicente Fox, ese expresidente que parece tener más actividad política hoy que cuando estaba en Los Pinos. Fox también grita “¡farsa!” desde su cuenta de X, porque eso de que el pueblo elija a los jueces le parece un despropósito. Como si antes el dedazo no tuviera su encanto democrático.

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DETRÁS de esta ofensiva viene el verdadero drama: la derecha, desplazada electoralmente, se aferraba al Poder Judicial como al último vestigio de control institucional. Si ya no ganan en las urnas, si ya no manejan el Congreso, al menos podían contar con una Suprema Corte que les echara la mano cuando las cosas se ponían color de hormiga. El Judicial era su trinchera, su refugio, su club privado de leguleyos en toga y birrete que sabían decir “no” cuando les convenía.

AHORA el tablero cambió. La elección judicial abre la puerta a un rediseño del poder. Y eso los pone nerviosos. Ner-vio-sí-si-mos. Por eso los vemos azuzando el miedo, vendiendo la idea de que la democracia directa es un monstruo, que la gente no sabe votar, que sólo los “expertos” pueden nombrar a quienes imparten justicia. Y por “expertos”, claro, se entiende que ellos mismos.

MIENTRAS tanto, Claudia Sheinbaum lanza una advertencia con bisturí: “Va a tener que pagar los impuestos que debe”. Y aunque lo dice sin alzar la voz, a más de uno se le atragantó el desayuno. Porque si algo pone de malas a los poderosos de siempre, es que les hablen de rendición de cuentas. Están tan acostumbrados a no pagar, que se sienten ofendidos cuando alguien osa recordarles que la ley también aplica para ellos.

EN ESTE teatro, el pueblo se prepara para votar. Y ese, precisamente, es el problema para los de siempre. Que la gente participe, que opine, que decida quién debe impartir justicia, representa una amenaza directa a su viejo orden. Por eso patalean, por eso difaman, por eso sueñan con que nadie se presente en las urnas. Pero ya no es su tiempo. El país cambió. La historia, aunque les duela, no se escribe con evasión fiscal, ni con redes de poder opaco, ni con berrinches empresariales. Se escribe con votos. Y eso, señoras y señores, es lo que más les aterra.

@Nido_DeViboras

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