ROBERTO BECERRA
En la penumbra de un amanecer roto, Los Ángeles despierta bajo el rugido de botas militares. ¿El motivo? Donald Trump, con la audacia de un emperador, ha desatado una tormenta en la ciudad de las estrellas. No es un guion de Hollywood, es la cruda realidad: 4,700 efectivos, entre Guardia Nacional y Marines, patrullan las calles, sofocando protestas contra redadas migratorias.
El telón se levantó el 7 de junio de 2025, cuando ICE irrumpió en un Home Depot, arrestando a trabajadores migrantes en una operación que parecía coreografiada para provocar. La respuesta fue inmediata: miles de angelinos, furiosos, tomaron las calles. En tres días, las protestas escalaron a enfrentamientos. La policía disparó 600 balas de goma; los manifestantes, con banderas mexicanas y barricadas improvisadas, paralizaron autopistas. Trump, desde Washington, vio su oportunidad. “Liberaré Los Ángeles”, prometió, mientras firmaba el despliegue de 2,000 tropas iniciales, sin el aval del gobernador Gavin Newsom, quien calificó la movida de “dictatorial”.
Los números son fríos, pero hablan: 239 migrantes detenidos en mayo en Los Ángeles, según ICE, apenas una fracción de los 1.6 millones de deportaciones anuales prometidas por Trump en campaña. La ciudad, donde el 34% de la población es nacida en el extranjero, es un polvorín. Cada redada aviva la chispa. “Esto no es gobernar, es provocar”, me confiesa anónimamente un asesor de Newsom. “Trump quiere el caos para justificar su mano dura”.
El análisis es implacable: Trump no sólo reprime, orquesta. Al invocar la Guardia Nacional sin consentimiento estatal, roza los límites constitucionales. Veteranos militares advierten: “Esto politiza al ejército, un precedente peligroso”. La Casa Blanca, en cambio, defiende la jugada. Steven Chung, director de comunicaciones, tuitea: “Newsom llora por la democracia mientras deja arder Los Ángeles”. La estrategia es clara: pintar a los manifestantes como “insurrectos” y a California como un estado rebelde. El 60% de los estadounidenses, según una encuesta de Rasmussen Reports, apoya el uso de tropas federales en disturbios urbanos. Trump lee el pulso y actúa.
Pero hay otro ángulo, más oscuro. Su campaña recauda millones con correos que llaman a las protestas un “ataque a la patria”. Es el Trump de siempre: transformar crisis en oro. Mientras, Newsom contraataca con demandas legales, alegando violaciones a la soberanía estatal. En las calles, la alcaldesa Karen Bass pide calma en vigilias, pero la tensión no cede. Los Ángeles está en jaque, y el país observa.
¿Y qué sigue? Trump promete intensificar las redadas. “Golpearemos más duro”, advirtió el 9 de junio. Las protestas se extienden a Austin y San Francisco. Texas ya prepara su Guardia Nacional. Esto no es sólo sobre inmigración; es una prueba de fuerza. Trump apuesta a que el miedo consolide su base, pero subestima el costo: una nación fracturada, al borde del abismo.
Trump no busca gobernar, busca reinar. Ha convertido Los Ángeles en su tablero de ajedrez, sacrificando peones para salvar al rey. Pero cuidado, el pueblo no olvida, y las urnas castigan.
Moraleja Política: Quien siembra tormentas, cosecha revoluciones.