José Réyez
En los últimos años, las Fuerzas Armadas Mexicanas han enfrentado un dilema: mientras el país se debate entre priorizar la seguridad interna y proyectar una imagen de fortaleza militar ante el mundo, su capacidad para cumplir ambos roles muestra grietas profundas.
Bajo la administración del presidente Andrés Manuel López Obrador, la modernización de estas instituciones ha quedado relegada, según un análisis técnico del experto Iñigo Guevara Moyano, especialista en seguridad internacional. Su evaluación, basada en diez categorías clave, revela un panorama de avances aislados, obsolescencia tecnológica y oportunidades perdidas.
Vigilancia e intercepción aérea: Cobertura fragmentada, ya que México opera sólo cuatro radares militares en el sureste, cubriendo apenas el 32% de su espacio aéreo. Un plan de 2015 para instalar cinco radares adicionales —que elevarían la cobertura al 72%— nunca se ejecutó.
Aunque se han desarrollado sistemas locales como el radar Tzinacan (74 km de alcance) y el TPS Camazot (220 km), el 68% del territorio sigue “al descubierto”. La capacidad de interceptación depende de aviones de combate obsoletos y turbohélices armados, insuficientes ante el creciente uso de drones por parte del crimen organizado.
Movilidad aérea: Logística bajo presión: La Fuerza Aérea Mexicana (FAM) cuenta con tres aviones C-130 Hércules modernizados y cuatro Boeing 737 para transporte estratégico, pero su flota de largo alcance es limitada. La pandemia evidenció esta fragilidad: los recursos se saturaron en labores humanitarias. Aunque helicópteros como el UH-60M y aviones tácticos C-27J están bien mantenidos, la falta de inversión en mantenimiento especializado amenaza su operatividad a futuro.
ISR aéreo: Tecnología moderna, pero insuficiente. La FAM y la Armada cuentan con plataformas de vigilancia como el EMB-145AEW&C y drones tácticos, pero su alcance es reducido. Modernizar el radar Erieye AEW —para ampliar su cobertura de 200 a 450 km— es urgente. La Armada, por su parte, no ha podido adquirir aviones de patrulla marítima adicionales, lo que limita su capacidad de monitoreo en aguas lejanas.
Capacidad naval: Un barco no hace flota. La ARM Benito Juárez, única fragata con misiles y capacidad antisubmarina, es la joya de la corona, pero el resto de la flota opera como una guardia costera. Las patrullas oceánicas carecen de sistemas avanzados, y los buques anfibios —clave para despliegues internacionales— datan de los años sesenta. El Proyecto SIVISO, que equipó una patrullera con sonar variable, es un avance prometedor, pero aislado.
Blindados y artillería: Obsoletos y vulnerables. El Ejército y la Armada dependen de vehículos blindados ligeros (SandCat, DN-XI), diseñados para resistir armas pequeñas, no para enfrentar a cárteles con armamento antimaterial. La artillería es aún más crítica: obuses de campo de la Guerra Fría y cañones sin retroceso móviles dominan un arsenal que no se moderniza desde hace décadas.
Ciberdefensa: Avances lentos, cooperación fragmentada. El Centro de Operaciones Cibernéticas (COC) de la Sedena sigue en fase de desarrollo, con fondos insuficientes desde 2018. Aunque la Marina lanzó su Estrategia Institucional del Ciberespacio 2021-2024 y capacitó a 232 especialistas, falta doctrina conjunta y recursos para contrarrestar amenazas como el espionaje o ataques a infraestructura crítica.
Experiencia en combate: Limitada fuera de fronteras. México mantiene una presencia simbólica en misiones de paz de la ONU, con decenas de observadores en Malí o el Sáhara Occidental. Sin embargo, la experiencia real de combate proviene de operaciones contra cárteles, donde las Fuerzas Especiales han librado batallas cercanas a guerras urbanas. Esta experiencia, aunque valiosa, no sustituye el entrenamiento en escenarios internacionales complejos.
¿Hacia dónde mirar?
Las Fuerzas Armadas Mexicanas están atrapadas en una encrucijada. Su priorización en tareas de seguridad interna —como la lucha contra el narcotráfico— ha desviado recursos y atención de su modernización estratégica. Mientras países vecinos como Colombia o Brasil invierten en flotas aéreas y ciberdefensa, México parece conformarse con parches tecnológicos y alianzas internacionales limitadas.
La falta de voluntad política para ejecutar planes de largo plazo —como la ampliación de radares o la renovación de la flota naval— no sólo debilita la defensa nacional, sino que limita su papel en el escenario global. Si el objetivo es convertir a estas instituciones en un pilar de soberanía y proyección internacional, urge un debate serio sobre presupuestos, transparencia en adquisiciones y una estrategia integral que trascienda sexenios. De lo contrario, seguirán siendo un gigante con pies de barro.