Por KUKULKÁN
¿QUIÉN dijo que la democracia era un asunto de principios? ¡Por favor! En la geopolítica de la hipocresía global, los principios son como los trajes de gala: se sacan solo cuando conviene a la ocasión. Ahí está el más reciente ejemplo del tropical Mesías de la derecha mundial: Nayib Bukele, ese joven cool, con lentes oscuros y discurso de TikTok, que ha decidido convertirse, sin despeinarse, en presidente vitalicio de El Salvador. ¿Y qué ha dicho la prensa internacional, el Departamento de Estado y los gurús del “orden liberal”? Pues lo han visto casi como una curiosa modernización institucional. Que si Bukele es popular, que si “El Salvador ahora sí funciona”, que si la gente duerme sin miedo (aunque no pueda opinar sin riesgo). Todo muy ordenado. Muy limpio. Muy democrático… pero solo porque es de derecha.
IMAGÍNESE usted -respire hondo- que eso mismo lo hubiera intentado hacer Andrés Manuel López Obrador en México. ¡Madre mía, las alertas rojas en Washington hubieran pitado como si Putin invadiera Sonora! Los tanques de CNN estarían transmitiendo desde el Zócalo mientras titulaban: “El populismo autoritario amenaza la región”. Y claro, habría un tsunami de “analistas” recordando que la reelección inmediata es el primer paso hacia el infierno bolivariano. Porque, claro está, la reelección solo es peligrosa si la promueve un gobierno de izquierda. Si viene adornada de marketing digital libertario y bendecida por Silicon Valley, entonces se llama “estabilidad institucional con respaldo popular”. Ironías del libre mercado de la moral.
SEGÚN los académicos serios -esos que no hacen TikToks ni cobran del BID- la reelección inmediata e indefinida siempre erosiona la democracia. Torrico Terán y varios otros han estudiado casos desde 1945 y llegan a la misma conclusión: lo único que fortalece es la silla presidencial… no las instituciones. Pero ahí está Bukele, cambiando la Constitución como quien cambia la biografía de Instagram, y todo el mundo mirando para otro lado, o peor, aplaudiendo.
DE HECHO, el Congreso salvadoreño ya eliminó la segunda vuelta, extendió los mandatos y permitió la reelección indefinida. Y como si fuera poco, lo hizo sin debate, sin consulta popular y con un aparato judicial y mediático completamente disciplinado. Lo que en Venezuela fue “dictadura”, aquí es eficiencia ¿Recuerda usted cuando Juan Orlando Hernández en Honduras forzó su reelección? Silencio sepulcral. Pero cuando Evo Morales buscó lo mismo en Bolivia, la OEA entró con sirenas, y la región casi se va a pique. La doble moral huele peor que el sobaco de un diputado en campaña.
LOS ACADÉMICOS hablan de rendición de cuentas horizontal, de delegative democracy, de cómo el presidencialismo sin límites deriva en autocracia. Pero ese debate solo aparece cuando la reelección la impulsa alguien con discurso social o pelo largo. Cuando es un outsider cool que se sacó la corbata para gobernar, entonces no hay de qué preocuparse. Es “una nueva forma de liderazgo”. ¡Por favor! Y no se trata de defender a nadie. Ni a AMLO, ni a Evo, ni a Ortega, ni a ningún otro redentor en campaña eterna. La reelección indefinida, venga de donde venga, debilita contrapesos, aplasta oposiciones y perpetúa liderazgos sin control. Punto. Lo demás es cuento de relaciones públicas.
PERO ahí vamos, latinoamericanos como siempre: la izquierda es autoritaria por naturaleza, la derecha es eficiente por convicción. La misma movida política, pero dos etiquetas distintas. Todo depende de quién sostenga el marcador y en qué idioma se impriman los comunicados de prensa. La reelección no es buena ni mala. Lo que sí es ridículo es que, dependiendo del color político, se vista de democracia o de dictadura. En el circo de la geopolítica, el trapecista puede volar sin red… siempre que lleve la camiseta correcta.