Pardo Rebolledo: entre la melancolía y las sombras de Lomas Taurinas

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Por KUKULKÁN

LA ÚLTIMA sesión de la Primera Sala de la Suprema Corte tuvo un sabor agridulce. Entre aplausos, discursos nostálgicos y citas de Cerati, los ministros se despedían como si dejaran atrás un templo sagrado. El ministro Jorge Mario Pardo Rebolledo —voz entrecortada y gesto solemne— se llevó la ovación más intensa. “Nos retiramos con la dignidad y la vocación intactos”, dijo, como quien quiere convencerse a sí mismo de que así es. Pero entre el eco de esas palabras, resurgió un viejo expediente que nunca terminó de cerrarse en la memoria colectiva: el caso Colosio.

ANTES de ser ministro y figura venerada por colegas, Pardo fue Juez Segundo de Distrito en Materia de Procesos Penales Federales. Y en 1996 tomó una decisión que reescribió, para bien o para mal, la narrativa oficial de aquel magnicidio en Lomas Taurinas: absolvió a Othón Cortés Vázquez, acusado por la PGR de ser el “segundo tirador” y parte de una acción concertada para asesinar a Luis Donaldo Colosio.

CON ESTA sentencia, Pardo derrumbó la hipótesis del complot y dejó en pie la versión del asesino solitario. Así, el caso dejó de apuntar hacia posibles intereses de alto nivel, alejando de la línea de fuego a los Salinas de Gortari, a quienes muchos, fuera de los tribunales, señalaban como los verdaderos autores intelectuales. Para los salinistas, fue una victoria procesal. Para sus detractores, una absolución que borró cualquier posibilidad de vincular a su grupo político con el crimen. Con el fallo, el móvil político se evaporó como agua en comal caliente, y el expediente quedó en manos de la historia oficial: un asesino solitario, un acto aislado, un país que debía seguir adelante.

EN AQUEL entonces, Pardo fue visto por algunos como un héroe judicial: el hombre que expuso las torturas y las trampas de la procuración de justicia noventera, capaz de fabricar culpables con la misma facilidad con la que firmaba comunicados. Othón Cortés denunció haber sido golpeado y presionado para autoinculparse, y el juez consideró que las pruebas eran inconsistentes, que los testigos se contradecían y que el peritaje balístico no sostenía la teoría del segundo disparo. Pero la pregunta incómoda nunca dejó de flotar: ¿hizo justicia Pardo Rebolledo… o favoreció a los Salinas?

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PORQUE, en el México político de 1996, el juicio de Othón Cortés no era sólo un proceso penal: era un campo de batalla entre el presidente Ernesto Zedillo y su antecesor, Carlos Salinas de Gortari. Cada resolución podía inclinar la balanza, y el fallo de Pardo, por más técnico que fuera, tuvo consecuencias políticas innegables. Hoy, mientras se despide de la Primera Sala —desaparecida por la reforma judicial que transformará a la Corte en un Pleno de nueve ministros electos—, Pardo parece cargar con una doble historia: la del juez garantista que no se deja intimidar por expedientes políticos, y la del funcionario cuya decisión cerró la puerta a una de las líneas de investigación más explosivas de nuestra historia contemporánea.

EN 2024, cuando el caso volvió a tocar las puertas de la Corte por un recurso relacionado con Mario Aburto, Pardo se declaró impedido para participar. Tal vez por ética procesal, tal vez por prudencia política, tal vez porque volver a ese expediente era como abrir una caja de Pandora que ya había sellado hace casi tres décadas. Ahora, en la melancolía del adiós, los discursos de despedida resaltan la defensa de derechos humanos, la independencia judicial y la vocación de servicio. Pero para quienes no olvidan, el legado de Pardo no se mide sólo en jurisprudencias, sino en esa sentencia de 1996 que, según la perspectiva, fue un acto de justicia o una jugada que benefició al poder.

Y MIENTRAS Pardo se retira “intacto”, como él mismo asegura, queda claro que en la memoria política mexicana no hay inmunidad: la absolución de Othón Cortés seguirá siendo tema de debate cada vez que se hable de Colosio, de Salinas y de los hilos invisibles del poder. Al final, entre los aplausos y las lágrimas discretas, Pardo deja la Corte como llegó: con un perfil serio, con discursos impecables… y con un capítulo que ni el paso del tiempo ni la melancolía institucional han podido cerrar del todo. Y es que en México, los jueces también hacen historia, pero a veces esa historia se cuenta con más preguntas que respuestas.

@Nido_DeViboras

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