Por KUKULKÁN
EL DEPARTAMENTO de Justicia de Estados Unidos acaba de anotarse la que quizá sea su victoria más jugosa contra el crimen organizado. Y no, no hablamos de una redada espectacular, ni de la captura cinematográfica de un capo en chanclas. Hablamos de la caja registradora que acaba de sonar con la declaración de culpabilidad de Ismael “El Mayo” Zambada, el mítico patriarca del Cártel de Sinaloa, quien aceptó entregar nada más y nada menos que 15 mil millones de dólares.
SÍ, LEYÓ BIEN: quince mil millones. Una cifra que hace palidecer a cualquier tesorero municipal y que convierte al Mayo en el campeón olímpico de las confiscaciones. Supera con holgura al que hasta hace poco ostentaba la medalla de oro: el botín digital de Silk Road, aquellos 69,370 bitcoins que sumaban unos 4,400 millones de dólares. En comparación, lo de Juan García Ábrego, que entregó 350 millones, o lo de Osiel Cárdenas Guillén, que dejó caer 30 milloncitos y un par de helicópteros, parecen limosnas de narcocorridista.
INCLUSIVE el escandaloso caso del Bank of Credit and Commerce International (BCCI), aquel monstruo financiero acusado de lavar dinero a diestra y siniestra, que terminó soltando 550 millones de dólares, luce ahora como propina olvidada en la mesa del restaurante. Con su renuncia a 15 mil millones, El Mayo, ha redefinido el ranking mundial del “Crimen que más aporta al erario gringo”. Y lo hizo sin el barniz de cooperación, sin el teatrillo de “arrepentimiento” ni los cantinfleos de testigo protegido. Según su defensa, no hubo delación, no hubo colaboración, solo un seco y contundente: “sí, soy culpable, y ahí les va el cochinito”.
Y AQUÍ ES donde la ironía se vuelve venenosa. Porque el mismo gobierno de Estados Unidos que presume buscar justicia contra décadas de tráfico, asesinatos y corrupción, en realidad parece llevar la contabilidad como si se tratara de un negocio muy rentable. No hay que ser ingenuos. En Washington saben que encarcelar capos da prestigio, pero incautarles la fortuna es lo que realmente paga las cuentas. Y vaya que las paga: ese dinero se canaliza al famoso Asset Forfeiture Fund, una especie de alcancía federal que financia operaciones futuras, compensa víctimas (cuando conviene) y, de paso, engrasa la maquinaria burocrática.
EL PROBLEMA es que el sistema de confiscaciones en EE. UU. arrastra un historial de abusos dignos de un guion de sátira. Ahí está el caso de Tenaha, Texas, donde policías locales despojaban a conductores —en su mayoría latinos y afroamericanos— de su dinero y vehículos, bajo amenaza de acusarlos falsamente o incluso quitarles a sus hijos. Con ese dinero, se compró desde una máquina de palomitas hasta se organizaron premios para oficiales. Justicia a la texana.
O TAMBIÉN el programa aeroportuario que hasta 2024 permitía a la DEA confiscar dinero a pasajeros sin presentar cargos. ¿El resultado? Abuelitas perdiendo sus ahorros, comerciantes privados de sus pagos en efectivo, y el gobierno embolsándose miles de dólares bajo el pretexto de “sospecha”. Tanto se abusó, que el programa fue suspendido tras la lluvia de denuncias.
Y MIENTRAS tanto, la doble moral gringa sigue floreciendo. Cuando Ovidio Guzmán aceptó cooperar, lo presentado ante la opinión pública fue un acto de colaboración que “fortalecía la justicia” y de paso le costó 80 millones de dólares. Pero lo del Mayo, sin cooperación ni teatro, se vende bajo otro eufemismo: “renuncia de fondos”. Una narrativa que deja a Ovidio como el niño aplicado que entrega la tarea y al Mayo como el viejo terco que paga la multa sin decir palabra.
AL FINAL, la pregunta no es si Estados Unidos busca justicia o dinero. La respuesta es obvia: busca las dos cosas, pero el dinero siempre entra primero en la fila. Porque en el imperio del dólar, incluso la justicia necesita financiamiento. Lo cierto es que el gran capo sinaloense no solo será recordado por haber sobrevivido décadas como fantasma en la sierra, sino también por convertirse en el mecenas involuntario más generoso del Departamento de Justicia. Un título que lo coloca, irónicamente, en el podio de los mayores contribuyentes a la seguridad estadounidense.
QUIÉN DIRÍA: el Mayo Zambada, el narco que nunca pisó una cárcel en México, terminó haciendo historia en EE. UU. no por sus crímenes… sino por su aportación récord al fisco gringo. En el Nido de Víboras lo decimos claro: cuando se trata de “justicia”, el Tío Sam nunca pierde. O encierra al capo… o se queda con la chequera. Y en el mejor de los casos, con las dos cosas.