Por KUKULKÁN
EL PRI, aquel partido que durante décadas presumía ser la columna vertebral del sistema político mexicano, hoy apenas sobrevive como una colección de siglas y de nostalgias. De ser el partido único, pasó a ser el partido huérfano… de militancia, de votos y, lo más grave, de futuro. Sus exdirigentes, antaño poderosos caciques, ahora se ven en la penosa necesidad de buscar posada en donde les abran la puerta, aunque sea en la casa del adversario que tanto criticaron: Morena.
EL CASO más reciente es el del poblano Néstor Camarillo, quien renunció a la bancada priista en el Senado argumentando que “su ciclo había concluido” y que ahora busca “una verdadera agenda ciudadana”. Traducción libre: el PRI ya no reparte nada y es hora de ver si en Morena sobra un escaño, un hueso o, aunque sea, un lugar en la foto.
LA IRONÍA es deliciosa. Los mismos que durante años se sirvieron del priismo, que colocaron a familiares, que practicaron el dedazo a nivel municipal y estatal, ahora se presentan como adalides de la causa ciudadana. ¡Ciudadanos ellos, que nunca han hecho fila más que para cobrar la dieta legislativa! Y lo peor: esperan que Morena, el partido que nació enarbolando la bandera contra la corrupción priista, los reciba como si fueran almas puras recién llegadas de la plaza pública.
EL PROBLEMA es que al interior de Morena no todos están dispuestos a tragarse ese sapo. Las bases que acompañaron a López Obrador desde los mítines interminables y las marchas bajo el sol sienten cada vez más irritación cuando ven que las candidaturas se reparten a los mismos políticos que antes combatían. “¿Para esto luchamos?”, se preguntan. Porque no hay nada más humillante que pasar del “somos distintos” al “recibimos a todos, aunque huelan a rancio”.
EN PUEBLA, la historia de Camarillo es aún más tragicómica. Bajo su dirigencia, el PRI no solo perdió elecciones, perdió la dignidad: menos de mil votos en cuatro municipios. Cualquier comité vecinal junta más firmas para pedir un semáforo. Y mientras miles de jóvenes renunciaban al partido acusando corrupción y nepotismo, él respondía con la frase clásica del político de caricatura: “En el PRI está quien quiere estar”. Pues parece que ya nadie quiere estar.
HOY, Camarillo dice que su “causa sigue siendo Puebla”. Claro, como si los poblanos no se dieran cuenta de que lo único que sigue siendo causa es su sobrevivencia política. Su salto del PRI al limbo, y probablemente de ahí a Morena, no tiene nada de agenda ciudadana: es pura agenda personal.
PULVERIZADO, reducido a cuarta fuerza en el Senado, el PRI ya no asusta ni emociona. Apenas provoca ternura, como esos dinosaurios de museo que los niños miran con curiosidad y los adultos con sorna. El problema es que esos dinosaurios no se extinguen: se reciclan. Y Morena, en su papel de nuevo partido hegemónico, corre el riesgo de convertirse en el gran zoológico nacional, donde caben de todo: fundadores idealistas, burócratas recién llegados y priistas despechados en busca de oxígeno.
LA PREGUNTA es cuánto tiempo podrá Morena mantener el equilibrio entre su militancia fundadora, que exige congruencia, y los nuevos huéspedes, que solo buscan cobijo. Porque si algo está claro en la política mexicana es que los conversos nunca llegan para sumar, sino para exigir.
NO SE TRATA solo del fin de un ciclo, es también el inicio de una comedia nacional donde los que ayer juraban lealtad eterna hoy cambian de camiseta como de corbata. Y mientras tanto, el ciudadano común observa resignado el espectáculo: los mismos de siempre, pero con diferente logo.