Por KUKULKÁN
DURANTE su Primer Informe de Gobierno, la presidenta Claudia Sheinbaum soltó un llamado que sonó más a exigencia disfrazada de convocatoria: “México requiere de empresarios todavía más activos y visionarios y profundamente comprometidos con el futuro de la nación”. Dicho en Palacio Nacional, entre cifras de crecimiento y proyectos de polos de desarrollo, sonó a lo que siempre se dice en los informes: un “échenle ganas” con tintes republicanos.
Y, CLARO, los capitanes del dinero escucharon con gesto solemne, como si hubieran recibido un mandato divino. Porque los empresarios mexicanos —esos que se indignan de dientes para afuera con las políticas populares de la 4T— han perfeccionado el arte del doble discurso. Frente a la tribuna presidencial, sonríen, aplauden y aceptan el Plan México con aplomo; tras bambalinas, la chequera se queda cerrada, la inversión privada nacional sigue en pausa y la cautela se vuelve su mejor negocio.
TAN DESCARADA es la contradicción que raya en lo cómico: mientras la inversión extranjera sigue apostando al país, los empresarios de casa mantienen la cartera bajo llave, alegando “incertidumbre institucional”. Claro, incertidumbre para arriesgar, pero no para cobrar. Porque si de ganancias hablamos, los números desnudan la hipocresía. Ahí están los bancos, esos templos modernos del capitalismo financiero. Durante el gobierno de la 4T han registrado utilidades históricas, muy por encima de lo que amasaron en el llamado “periodo neoliberal” que tanto extrañan.
LOS BALANCES no mienten: más ganancias, más dividendos, más bonanza para los accionistas. Y aun así, las quejas son el pan de cada día: que si el Estado invade demasiado, que si la regulación es incierta, que si los contrapesos institucionales desaparecen. Pobrecitos, multimillonarios en desgracia. Eso sí, cuando se trata de aparecer en la foto, los empresarios corren.
EL FLAMANTE “Consejo Asesor de Desarrollo Económico Regional y Relocalización” es la prueba: ahí están todos, tomados de la mano del gobierno, presumiendo “alianzas estratégicas” y “visión de futuro”. Pero cuando toca levantar la voz contra, por ejemplo, la eliminación de organismos autónomos como el INAI o la Cofece, a pesar de estar en contra, en lo individual el gremio prefiere hacerse de la vista gorda. Ni una palabra fuerte, ni una protesta seria. ¿Por qué? Porque la prudencia paga, y más cuando el que reparte contratos e incentivos se sienta en Palacio Nacional.
LA ESTRATEGIA empresarial es simple: criticar en privado, aplaudir en público. Y para no desgastarse, trasladan las quejas a sus voceros de siempre: Coparmex, cámaras de comercio y asociaciones de traje y corbata que cumplen con la ingrata tarea de decir lo que los magnates no se atreven a soltar. Así nadie se ensucia las manos, pero el mensaje circula.
MIENTRAS tanto, Sheinbaum insiste en que los empresarios se sumen al Plan México, con más inversión productiva e innovadora. Habla de polos de desarrollo, del Corredor Interoceánico, de parques industriales. Todo un catálogo de proyectos que, sobre el papel, suenan atractivos. En la práctica, el empresariado responde con el mismo libreto de siempre: “vemos con optimismo el esfuerzo del gobierno”, “hay disposición de colaborar”, “confiamos en la certeza jurídica”. Traducción: sonríen, pero no sacan la chequera.
LA IRONÍA es que, con toda esa “desconfianza”, las utilidades empresariales siguen rompiendo récords. Y mientras las ganancias crecen, la narrativa empresarial sigue pintando un país al borde del colapso institucional. Es el viejo juego del “sí, pero no”: aliados visibles en lo público, silenciosos cuando se trata de defender al Estado de derecho, y profundamente comprometidos… con sus balances trimestrales.
ASÍ QUE cuando Sheinbaum habla de empresarios visionarios, tal vez olvida que la visión que más les importa es la que aparece en el estado de resultados. Y en esa pantalla, la 4T ha sido más rentable que cualquier sexenio anterior. El problema no es que falte visión, sino que sobra astucia para seguir ganando sin comprometerse demasiado.
AL FINAL del día, el empresariado mexicano ha demostrado que puede convivir con un gobierno cargado a lo popular y con políticas que se venden como sociales, siempre y cuando la ganancia no deje de fluir. Y si hay que posar para la foto del Plan México, se posa. Si hay que aplaudir en Palacio, se aplaude. Y si hay que quejarse, que lo hagan otros, desde las cámaras empresariales.
BAJO este panorama, el llamado presidencial suena más a eco que a mandato. Empresarios activos, sí, pero en sus balances. Visionarios, sí, pero de su propio bolsillo. Y profundamente comprometidos… con seguir cobrando en pesos, dólares y dividendos. Lo demás, pura pose para el informe.