Llegan informes con sonrisas en tribuna, pero con aprobación de 48.5% en la mochila

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Por KUKULKÁN

CADA septiembre se repite la misma liturgia. Gobernadores y gobernadoras, enfundados en trajes de gala y discursos largos, rinden cuentas a sus gobernados. La diferencia es que ahora llegan con un espejo estadístico nada halagador: apenas 48.5 por ciento de aprobación en promedio nacional. Ni siquiera alcanzan la mitad más uno. Si esto fuera una elección, la mayoría se quedaría en la banca. Aunque en la política mexicana, ese número se traduce en discursos de “cercanía con el pueblo” y en fotografías sonriendo como si la luna de miel con la ciudadanía siguiera intacta.

ARRIBA del pódium de los bien librados están Mara Lezama en Quintana Roo, Clara Brugada en la Ciudad de México y Ricardo Gallardo en San Luis Potosí. Todos ellos superan el 53 por ciento y, aunque el mérito no es menor, conviene matizar: en política, tener a la mitad de la población de tu lado no significa que la otra mitad te adore en silencio. Más bien es un recordatorio de que la silla del poder siempre se balancea sobre un terreno frágil.

EN EL OTRO extremo, personajes como David Monreal en Zacatecas, Américo Villarreal en Tamaulipas y Javier May en Tabasco llegan con números que harían sudar frío a cualquier estratega. Con aprobaciones por debajo de 44 por ciento, sus informes de gobierno se parecen más a un examen de recuperación que a una celebración de logros.

SON COMO los alumnos que llegan a septiembre con el “extraordinario” bajo el brazo, y que todavía deben convencer al jurado ciudadano de que merecen otra oportunidad. Mientras tanto, los gobernadores opositores presumen, con cierta soberbia disimulada, que consistentemente están por arriba en las encuestas frente a los afines a Morena. La diferencia no es enorme, pero suficiente para que en el Nido de Víboras uno pueda decir: ahí están los números, aunque se les atraganten a quienes insisten en que todo marcha viento en popa.

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Y COMO si el escenario no fuera ya lo suficientemente complicado, entra en escena un actor inesperado: Donald Trump. Desde su habitual trinchera de frases rimbombantes, volvió a declarar que en México los cárteles son los verdaderos gobernantes. Un diagnóstico simplón que suena bien para agitar multitudes en campaña, pero que acá no pasa de ser otro manotazo desde el vecino del norte.

LA RESPUESTA mexicana no se hizo esperar: 30 estados firmaron su adhesión al Sistema Nacional de Seguridad, un esfuerzo conjunto para reducir índices de violencia y, de paso, mandar un mensaje político: no, señor Trump, no son los cárteles quienes gobiernan, aunque los números de homicidios y desapariciones sigan siendo una piedra en el zapato. Con todas sus diferencias partidistas, los gobernadores decidieron en esta ocasión tomarse la foto en bloque. Una postal de unidad que pocas veces se logra en un país acostumbrado a los jaloneos y a la grilla perpetua.

CLARO QUE la ironía no se puede omitir: mientras los mandatarios estatales firman compromisos y posan con solemnidad, en muchas regiones la violencia sigue dictando la agenda diaria. La adhesión al Sistema Nacional de Seguridad puede ser un paso importante, pero no deja de ser un aviso de que la cooperación entre niveles de gobierno es un remedio que se receta tarde, después de que la herida ya supura.

ASÍ QUE los informes de este septiembre se pintan con doble cara. Por un lado, los gobernadores de alto rango en el ranking que presumen cifras de aprobación apenas decentes, y por el otro, los que cargan con el peso de un repudio ciudadano evidente. En el fondo, todos buscan algo más que aplausos en el Congreso local: quieren mostrar músculo frente al discurso de Trump y probar que, aunque la aprobación sea moderada, el control político sigue en sus manos.

LA REALIDAD es que la gente de a pie no vive de discursos ni de rankings. Vive de salir a la calle sin miedo, de tener servicios públicos funcionando y de ver resultados palpables en su entorno inmediato. Mientras esa ecuación no cambie, las cifras de aprobación seguirán flotando alrededor del 48 por ciento, como un recordatorio incómodo de que los ciudadanos no están tan convencidos como sus gobernadores quisieran.

@Nido_DeViboras

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