Por KUKULKÁN
NO HAY PEOR pesadilla para la derecha mexicana que un tribunal que no se doblega ante sus pataleos jurídicos. Esta semana, la Suprema Corte de Justicia de la Nación, ya con su nueva alineación menos proclive al cóctel de toga y whisky de los conservadores, les cerró la puerta en la cara a los que juraban que con un amparo bajo el brazo podrían frenar la reforma minera de la Cuarta Transformación. Pero no: el tren de la 4T sigue su marcha y los deja viendo polvo, con toga arrugada y un nudo en la corbata.
DESDE 2023, cuando López Obrador impulsó la nueva Ley Minera, los empresarios del subsuelo —que siempre creyeron que el país era su mina particular— emprendieron una guerra judicial. Amparos por aquí, suspensiones por allá, todo bajo la misma cantaleta: que si se violó el proceso legislativo, que si se atentó contra la libre competencia, que si la patria se les escurría entre los dedos de oro. En realidad, lo que no soportaban era que alguien les pusiera límites.
LA REFORMA redujo las concesiones mineras de 50 a 30 años y estableció reglas más estrictas para el uso del agua y la protección ambiental. Pero eso era lo de menos. Lo que los tenía con urticaria era que, por primera vez en décadas, el Estado recuperaba voz y voto en el manejo del subsuelo, ese botín que durante los gobiernos neoliberales fue saqueado con bendición judicial y complicidad política.
ASÍ QUE cuando llegó la hora de la verdad, se lanzaron a los tribunales convencidos de que la vieja fórmula seguía funcionando: mover palancas, seducir magistrados, sobreactuar como víctimas del autoritarismo. Pero la nueva Suprema Corte, con Lenia Batres Guadarrama como ministra ponente, les dio una cucharada de su propia medicina: “infundados los argumentos”, “carecen de legitimación”, “no acreditaron afectación”. En resumen: no se hagan bolas.
LA CORTE les recordó lo obvio: que no se puede reclamar un daño cuando ni siquiera se aplica la norma que tanto dicen sufrir. Sus concesiones seguían vigentes, sus minas seguían operando, y sus abogados seguían cobrando. ¿Dónde estaba, entonces, el agravio? En el bolsillo, tal vez, o en el orgullo herido de quien estaba acostumbrado a truquear leyes desde la sala de juntas.
EL FALLO no sólo niega un amparo, sino que entierra toda una estrategia jurídica diseñada para frenar al gobierno desde los juzgados. Porque la derecha mexicana, incapaz de ganar en las urnas o en las calles, quiso ganar en los tribunales lo que perdió en la política. Un ejército de despachos, asociaciones “independientes” y opinadores de traje caro se lanzaron contra la reforma, con la esperanza de que la vieja Corte —la de los guiños y los acuerdos en lo oscurito— los cobijara.
PERO el tablero cambió, y con él, las reglas del juego. Por eso hoy los vemos, descompuestos y desangelados, clamando por el “estado de derecho” mientras lloran sobre sus propios contratos caducos. La misma derecha que calló durante los años en que las mineras extranjeras devastaban ecosistemas y comunidades indígenas, hoy pretende posar de mártir jurídico. Una tragicomedia que ni Netflix podría producir.
Y ES QUE detrás de tanto discurso sobre “libre competencia” lo que realmente se escondía era el miedo a perder privilegios: menos años de concesión significan menos margen de maniobra, menos control del agua significa menos poder de chantaje, y más vigilancia ambiental significa menos ganancias fáciles. Todo lo que les duele, pues.
MIENTRAS tanto, el gobierno de la 4T se apunta una victoria política y simbólica. No sólo consolidó su reforma, sino que demostró que puede blindar legalmente su proyecto ante la ofensiva judicial de los grupos empresariales. La decisión de la Corte se convierte, además, en un precedente que podría replicarse en otras batallas, desde el litio hasta la energía.
EN CONTRASTE los conservadores están que se los lleva el tren. El del Istmo, el Maya o el que sea, pero se los lleva. No entienden que el país ya no les pertenece, que el subsuelo ya no es su caja fuerte, ni que los jueces ya no son sus cómplices naturales. Y mientras ellos siguen escarbando en busca de un resquicio legal, la maquinaria de la transformación sigue cavando más hondo, pero no para sacar oro, sino para enterrar el viejo régimen.