Por KUKULKÁN
LAS LLUVIAS no habían terminado de caer cuando los voceros de la derecha ya estaban chapoteando entre los escombros mediáticos, buscando entre el lodo político una oportunidad para culpar al gobierno de la Cuarta Transformación hasta de que el cielo se haya desplomado. Los mismos que durante décadas convirtieron al FONDEN en su piñata dorada, hoy exigen con aire de nostalgia su regreso, como si aquel fondo fuera el santo grial de la eficiencia y la transparencia.
PERO NO, señoras y señores de cuello almidonado: el Fondo de Desastres Naturales fue, durante veinte años, un barril sin fondo donde se evaporaron miles de millones de pesos. Lo dicen las auditorías, no la mañanera. La Auditoría Superior de la Federación documentó irregularidades por más de 7 mil 500 millones de pesos sin comprobar, además de fraudes con tarjetas clonadas y contratos que se esfumaron entre papeles y complicidades. Aquello no era ayuda: era negocio con el dolor ajeno.
SIN EMBARGO, los carroñeros de la desgracia humana han encontrado en cada tormenta un micrófono. Con cada huracán o deslave, aparecen los mismos rostros de siempre, reclamando que “antes sí se atendía a la gente”, como si las casas reconstruidas con dinero del FONDEN no hubieran terminado hundidas, y los damnificados, endeudados. Son los mismos que ahora fingen indignación porque ya no pueden cobrar comisiones por mover un costal de despensas o firmar un contrato de “urgencia” sin licitación.
EL ESPECTÁCULO reciente ha sido grotesco. Desde el Senado, PAN y PRI alzaron la voz para exigir el regreso del FONDEN, ese fondo que ellos mismos manejaron con discrecionalidad de casino. Su argumento es que “los apoyos directos no alcanzan”, porque claro, ya no hay intermediarios que los repartan a discreción. Lo que les duele no es el destino de los damnificados, sino la pérdida de su antiguo modelo de negocios.
Y MIENTRAS los partidos de la oposición montaban su velorio por el FONDEN, el empresario Ricardo Salinas Pliego, siempre dispuesto a exhibir su empatía multimillonaria, lanzó desde su trono digital un comentario que pasará a la historia del cinismo: “Disfruten lo votado”, les dijo a los afectados por las lluvias. Lo escribió sin una gota de vergüenza, como si las tragedias naturales fueran plebiscitos y los damnificados, culpables por elegir mal. No fue sarcasmo; fue desprecio puro, ese que sólo puede brotar de quien nunca ha tenido que esperar una despensa ni limpiar su casa con el agua a la cintura.
CLARO que el gobierno actual tiene mucho que mejorar en la entrega de ayudas, pero a diferencia del pasado, ahora los apoyos llegan directo a las manos de los afectados, sin pasar por el filtro de los operadores políticos que lucraban con la necesidad. Se acabaron las comisiones, las listas amañadas y los moches disfrazados de “gestión humanitaria”. Esa es la verdadera raíz del enojo opositor: ya no pueden hacer negocio con el sufrimiento ajeno.
EL DISCURSO de “que vuelva el FONDEN” es tan hipócrita como pedirle a un ladrón que administre el banco que asaltó. Porque, seamos claros: el fondo no desapareció por capricho presidencial, sino porque era un pozo séptico de corrupción con olor a billete mojado. El gobierno de López Obrador lo sustituyó por un sistema de atención directa que, con todo y sus tropiezos, evita que los políticos metan la mano donde sólo debería haber solidaridad.
LOS MISMOS que lloran por el FONDEN nunca levantaron la voz cuando se robaron el dinero de los damnificados de los sismos, ni cuando las tarjetas de ayuda se vaciaron misteriosamente en cajeros de otro estado. Hoy, con la tragedia reciente, regresan como buitres de ocasión a revolotear sobre el dolor ajeno, esperando que de la desgracia caiga algún voto o contrato.