POR KUKULKAN
EN EL OCASO de su presidencia en el Tribunal Federal de Justicia Administrativa (TFJA), Guillermo Valls Esponda decidió despedirse comme il faut, no con la discreción de un servidor público que debía velar por la austeridad republicana, sino con el fasto y boato de un virrey ilustrado, muy al estilo de los antiguos regímenes —sí, esos del periodo neoliberal que aún cuenta con algunos ejemplares sobrevivientes replicando el viejo glamour con nostalgia y champaña.
EN SU TIERRA natal y —dicen las malas lenguas— su trampolín político, San Cristóbal de las Casas fue el escenario de un último acto digno de la realeza judicial: el XXX Congreso Nacional de Magistradas y Magistrados del TFJA. Una reunión “institucional” que, según una reciente revelación periodística, costó cerca de tres millones de pesos sólo en alimentos, bebidas y hospedaje. ¿Y eso para cuántos invitados? Solo para 210 afortunados que durante tres días vivieron lo que para el resto de los mortales sería una luna de miel financiada por el erario.
TODO esto gracias al contrato que el TFJA firmó con Creatividad y Espectáculos S.A. de C.V., empresa que ofreció de todo: hospedaje, montaje escénico, fotografía conmemorativa, red inalámbrica y hasta papelería temática. Un evento tan completo que ni el Festival Cervantino. Lo que no se escatimó fueron los detalles: los magistrados y sus acompañantes llegaron en vuelos cubiertos por el propio del tribunal, con un gasto estimado de entre 3 y 7 millones de pesos sólo en transporte aéreo. Como en los viejos tiempos, viajar ligero, pero con cargo al pueblo.
Y COMO cereza en el pastel, el gobernador chiapaneco Eduardo Ramírez —quien ya le guiñó el ojo a Valls Esponda para sumarlo a su gabinete— se dejó ver en la inauguración. Un guiño que suena más a acuerdo político que a cortesía institucional. Porque claro, un magistrado de carrera como Valls no puede quedarse sin reflectores. Entre rumores de querer ser cónsul, y otros de buscar la gubernatura de Chiapas, el ex presidente del TFJA se despide con discurso populista, pero con presupuesto de gala.
ESO SÍ, durante su intervención no faltaron los lugares comunes: “La justicia debe ser popular, democrática, honesta y transparente”. Una línea perfecta para TikTok, aunque un tanto contradictoria si se toma en cuenta que su despedida costó lo que gana un mexicano promedio en veinte años. Pero eso no impidió que dedicara palabras sentidas a la presidenta Claudia Sheinbaum, asegurando compartir “el compromiso con el pueblo”. ¿Será que el pueblo es ese grupo selecto que se hospeda en hoteles boutique y bebe cortesía del presupuesto judicial?
HIJO del ministro salinista Sergio Valls Hernández, Guillermo no es ningún improvisado. Se formó en la Universidad Iberoamericana, perfeccionó su inglés jurídico en Boston, y adornó su currículum en Madrid. Pero más allá de sus títulos, su verdadero capital ha sido la red familiar y política que lo ha llevado del SAT a la PGR, de ahí al TFJA, y aunque se quedó con las ganas de ser ministro de la Suprema Corte se especula que busca alguna embajada de lujo. Porque talento hay, pero conexiones sobran.
¿Y CÓMO andan sus negativos? Varios medios han señalado cómo su carrera está tejida con hilos familiares: cargos estratégicos, favores cruzados y un historial que más parece árbol genealógico que currículum vitae. Desde revisar impuestos en el SAT hasta juzgar los actos de esa misma institución en el TFJA. Nada ilegal, claro, pero sí profundamente cuestionable, por el conflicto de intereses.
AL FINAL, Valls Esponda es el reflejo de una élite judicial que se resiste a morir. Que viste toga, pero aspira a esmoquin. Que habla de paridad y justicia digital, pero no suelta los privilegios de siempre. Su despedida es sólo un símbolo: del glamour que aún reina en ciertos pasillos del poder, del dinero que se escurre entre las manos mientras se aplaude a la 4T y se mira de reojo hacia la Corte. Porque en México, hay quienes predican austeridad… pero brindan con Moët.




