POR KUKULKÁN
EL DESINTERÉS sistemático de la sociedad mexicana por los temas políticos tiene que ver con la falta de representación y defensa de los intereses ciudadanos tanto de parte de los gobiernos en turno como de los partidos, así como por la ausencia de auténticos líderes políticos, aglutinadores de masas, a los que la sociedad siga por convicción propia, por respeto o porque con su vida han dado ejemplo de ser personas de intachable probidad, cualidades de las que hoy adolecen la mayoría de los candidatos que participan en la contienda por las once presidencias municipales.
LO PATÉTICO es que hay algunos y algunas que en sus discursos de campaña se han venido manejando como líderes políticos o líderes sociales, sin reparar en la barbaridad conceptual en la que están incurriendo nada más por adoptar un papel que la sociedad no les ha dado; el liderazgo no siempre está ligado al desempeño de una función pública o partidista. Es muchas veces un atributo intrínseco de la persona, un ascendiente social. Aunque carezca de autoridad formal, es decir de un cargo directivo dentro del estado o del partido, al líder se le reconoce una situación de superioridad que obliga moralmente la voluntad del grupo y que alcanza la obediencia a sus mandatos y decisiones.
INTRÉPIDO para afrontar riesgos y peligros, el líder asume con serenidad los grandes honores y las grandes angustias de la vida pública. Mientras más graves son los problemas que deba afrontar mayores son su serenidad y su firmeza. Los pequeños problemas le molestan más que los grandes. Como dice el historiador italiano César Cantú, sufre las heridas de la flecha y las picaduras del alfiler, todavía más molestas.
ES UN HOMBRE o mujer de acción. No soporta la quietud. Siente la necesidad de crear, de hacer cosas, impulsivamente. Pero al mismo tiempo es hombre o mujer de pensamiento. No puede haber líder político sin esta simbiosis de acción y pensamiento. Normalmente son incompatibles la inclinación por el poder, propia del líder político, y la inclinación por el sosiego, que caracteriza al intelectual. Por naturaleza, son vocaciones no sólo diferentes sino contrarias entre sí.
PERO la personalidad del líder rompe la tipología bipolar de los seres humanos —hombres de acción y hombres de pensamiento— y funde en sí ambas naturalezas: la del intelectual, dueño de ideas trascendentales, con gran sentido de la historia, pero sin la actitud contemplativa de los intelectuales puros, y la del hombre de acción comprometido con los hechos bajo el vigor de su magnífica fisiología.
TRADICIONALMENTE, el líder fue siempre un elocuente orador de masas, con perfecto dominio del escenario y de los secretos de la oratoria de multitudes, y por supuesto también debe manejar la oratoria académica, usual en el Parlamento, en la sala de conferencias o en el foro.
EL LÍDER proyecta una imagen de seguridad en sí mismo, de arrogancia, de suficiencia, de fuerza, conocimiento y firmeza. La masa necesita psicológicamente un liderazgo y una conducción así. El líder brinda la seguridad que ella anhela. Por eso, la masa decide entregar sus destinos al líder y se somete a sus determinaciones.
EN LA ACTUALIDAD, con la irrupción de la televisión y las redes sociales en la vida política de los pueblos, las relaciones del líder con las masas han cambiado sustancialmente y la audiencia de sus discursos ya no siempre es la muchedumbre unida por el magnetismo aglutinante de la emoción sino el televidente o el ciudadano digital frío, individualizado, sentado en la sala o en la alcoba de su casa, con muchas mayores facultades de reflexión y de crítica que el exaltado integrante de una multitud en la plaza; las elecciones del domingo serán un referente para determinar quiénes serán los próximos líderes electos por el voto popular.