Migrantes echan raíces en la CDMX

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  • La CDMX, de hecho, se ubicó como la segunda entidad con mayor población migrante internacional, sólo por detrás de Baja California.
ALEJANDRO LEÓN / AGENCIA REFORMA

CIUDAD DE MÉXICO.- Durante las primeras caravanas migrantes registradas en 2018, México era, principalmente, una mera zona de tránsito en el camino hacia Estados Unidos y Canadá.

Sin embargo, en las más recientes oleadas, el país se ha convertido, tanto por fuerza mayor como por decisión propia, en un lugar de destino para cientos de personas que llegan de América Latina —de países como Venezuela y Honduras—, pero también de Irán y Afganistán.

México se ha convertido cada vez más en un país destino para personas migrante y, de acuerdo con cifras de la ONU, entre 2000 y 2020, la población inmigrante aumentó 123 por ciento.

La CDMX, de hecho, se ubicó como la segunda entidad con mayor población migrante internacional, sólo por detrás de Baja California.

LA NOSTALGIA DE UN CORTE DE CABELLO

Dominique trabaja en uno de los tantos talleres de reparación de electrodomésticos ubicados sobre Avenida Tláhuac. Asegura que desde que llegó de Haití el trabajo no le ha faltado, pero extraña cada vez más la comida, a su familia y tener un lugar donde cortarse el cabello.

Después de un par de intentos en peluquerías locales, donde los encargados no habían tratado con el cabello afro, encontró la barbería que Pachu Terisieu, de 28 años, atiende junto con un grupo de estilistas haitianos.

Es uno de los pocos negocios de la zona en donde saben trenzar y marcar un delineado perfecto; Dominique siente un poco de nostalgia y tranquilidad al saber que en Tláhuac existe un barbero que habla francés.

Pachu espera pacientemente a que caigan los clientes. Entre semana llegan a cuentagotas, pues la mayoría de los habituales son migrantes que trabajan por largas jornadas. Los sábados y domingos apenas hay tiempo para tomar aire.

Pachu asegura no saber nada de política. Hace cuatro años, huyó de Puerto Príncipe por la violencia que se vivía en Haití. Decidió huir y dejar a su familia atrás.

“Pasé dos años viviendo en la República Dominicana, dejé a mi país para encontrar trabajo, pero allí encontré más problema con policía y otros migrantes, tenía pasaporte y visa pero no importaba, tenía más problemas cada día con migración y yo por eso vine a México”, narra.

Pachu aprendió a cortar el pelo en Haití, en donde soñaba con ser un estilista profesional.

Cuando llegó a República Dominicana aprendió a hablar español y lo ha ido mejorando desde que está en Ciudad de México, donde también ha descubierto cómo usar el Metro y hasta regatear por la ropa en los mercados.

“En México nunca he tenido problemas con nadie, pero no sé qué voy a hacer si no tengo más trabajo para ayudar a mi familia, no me quiero mover a Estados Unidos, pero aún no se”, asegura.

El joven dejó a dos hermanos en Dominicana y a otra hermana en Haití, ya que no tenía el dinero suficiente para viajar con todos hasta México.

El atender la peluquería le ha facilitado conocer a más personas provenientes de Haití que viven en la misma colonia que él. Platicar con ellos le hace sentirse en casa.

“Cada que viene algún amigo a cortarse el pelo y platicamos, me siento de regreso en Haití, por una hora estoy de vuelta con mi familia, aunque esté lejos de ellos, al menos, estoy buscando la forma de que pronto estén conmigo”, dice.

UNA MEXICANA EN LA OLA MIGRANTE

Al medio día, la casa de campaña improvisada con cartón, lonas y plásticos se convierte en un horno que hace sudar a Digna Martínez, originaria de Honduras, y a su bebé, con 20 días de nacida y nacionalidad mexicana.

La criatura permanece con los ojos cerrados y balbucea. En sus muñecas cuelgan pulseras rojas de ‘ojo de venado’, mientras que su mamá la arrulla envuelta en una cobija.

En noviembre, Digna, su otra hija de tres años y su esposo Jeremías abandonaron Honduras debido a las amenazas de muerte que recibió el padre de familia por el trabajo de policía municipal que desempeñó por cinco años.

En diciembre llegaron a la Ciudad de México, cuando la joven de 23 años tenía aproximadamente siete meses de embarazo.

El camino hacia Estados Unidos lo interrumpieron luego de que el 6 de febrero Digna dio a luz mediante cesárea a una niña en el Hospital Materno Infantil Inguarán del gobierno local.

Para recuperarse de la cirugía, la mujer se recuesta en un sofá adaptado como cama en el campamento instalado en la Plaza de la Soledad, en el Centro Histórico.

A quienes entran al espacio, les pide formar una cruz con saliva en la frente de la bebé para que no le hagan ‘mal de ojo’.

La pareja busca que su nueva hija sea registrada en la Ciudad con el nombre de Alicia Caterine.

“Todo salió bien, gracias a Dios. Un poco difícil (vivir en la calle), a veces cuando siente calor, aguantarnos y de noche también hace bastante frío, pero ahí vamos, poco a poco, salir adelante”, cuenta Digna.

El nacimiento de la pequeña no cambiará los planes de llegar a Estados Unidos, pues una vez que se recupere, retomarán el camino.

La familia no tiene dinero para comprar alimentos. Jeremías trabajaba descargando mercancía en un rastro, en donde le pagaban de 120 a 200 pesos por cada camión. Pero ahora prioriza el cuidado de sus dos hijas y su esposa.

“En Honduras no hay garantía, allá todo es comprado (…) las autoridades del Ministerio Público lo citaron (a su agresor), pero no hicieron nada, al mismo rato el que me amenazó ya estaba libre, miré que todo es dinero.

“Queríamos que (el bebé) naciera en Estados Unidos, pero Dios permite todo lo que pase en esta vida”, reflexiona Jeremías.

Debido al peligro que corren las personas migrantes que llegan a pie o en ferrocarril a la frontera con Estados Unidos, el hombre planea ahorrar para comprar boletos de avión.

“Los migrantes peligramos que nos secuestren, que nos maten, por eso, como hay mucho alto riesgo en el camino y en buses, por eso mejor, platicando con los conocidos, con otros compañeros inmigrantes, que han llegado bien hasta la frontera para llegar a Estados Unidos, es más seguro por avión.

“Nosotros aquí no esperamos apoyo de nadie, si no que de pronto uno tiene que salir a luchar para sobrevivir”, comenta.

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