NIDO DE VÍBORAS

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Por KUKULKÁN

EN UN GIRO tan inesperado como encontrar un flamenco navegando en las aguas gélidas del Ártico, el Puente Vehicular sobre la laguna Nichupté en Cancún desafía las voces agoreras que lo condenaban al fracaso, avanzando con la determinación de un turista hacia el bar abierto del hotel. A medida que la administración del presidente Andrés Manuel López Obrador apura el paso para concluir la obra antes de que el reloj de su sexenio marque las doce, los críticos y los defensores del proyecto afilan sus argumentos.

LA OBRA, un coloso de concreto y acero que se extenderá por 8.8 kilómetros, promete ser la panacea a los males de movilidad que aquejan a Cancún, con su triple carril prometiendo reducir los embotellamientos a meros recuerdos de un pasado tortuoso. No obstante, el precio a pagar no se mide sólo en pesos —exactamente cuatro mil 335 millones 210 mil 490, antes de impuestos—, sino en más de 100 mil metros cuadrados de vegetación, manglar y selva, cuyos susurros quedan ahogados bajo el rugir de las máquinas. El impacto ambiental en este cuerpo de agua no es un mero subtexto en esta narrativa de progreso; es el clamor estridente que resuena con cada golpe de pico y cada tonelada de concreto vertida.

LA INSTALACIÓN de 660 pilotes, cada uno reclamando su porción de laguna y tierra, sin duda es un desafío a la ingeniería, pero también una afrenta al delicado equilibrio ecológico de Quintana Roo. El hecho de que la Manifestación de Impacto Ambiental prometa la rehabilitación de 306.6 hectáreas de humedales no silencia las preguntas sobre la verdadera sostenibilidad de este intercambio. En el frente económico, el puente se presenta como un titán de la infraestructura con una etiqueta de precio que sobrepasa los cuatro mil millones de pesos, una suma que se pretende justificar con la promesa de resolver la congestión vial y potenciar el desarrollo socioeconómico de Cancún.

SIN EMBARGO, detrás del brillo de las cifras, existe una ironía difícil de ignorar: la empresa ICA, adjudicataria del proyecto, emerge de un concurso mercantil como la elegida para liderar una de las obras más ambiciosas de la región. Este hecho podría leerse como una parábola del renacimiento o como una crónica de riesgos y rescates financieros, un recordatorio de que el camino hacia la renovación no siempre es lineal ni exento de controversias pasadas. Además, la transición de la obra del modelo de Asociación Público Privada (APP) a un financiamiento 100% gubernamental plantea interrogantes sobre la gestión de recursos y la priorización de proyectos en el marco de políticas públicas.

NO OBSTANTE la cancelación de la APP, junto con el aumento en el costo proyectado del puente, evidencia las fluctuaciones y reajustes inherentes a proyectos de esta magnitud. Bajo este contexto, la obra no sólo se erige como un puente físico sino también como un puente entre visiones de futuro, entre el desarrollo inmediato y la sostenibilidad a largo plazo, entre la de un Cancún que avanza a toda velocidad y la que reflexiona sobre el legado ambiental que desea dejar a generaciones futuras.

EN EL CRUCE de estas visiones, el Puente Vehicular sobre la laguna Nichupté se convierte en el escenario donde se negocia el balance entre el progreso y la preservación, un diálogo que, esperamos, conduzca a un destino que honre tanto nuestra ambición como nuestra responsabilidad con el planeta. Conforme la colosal obra avanza, los ojos críticos observan y los defensores aplauden. Las 306.6 hectáreas de humedales a rehabilitar son el bálsamo ofrecido a la herida abierta en el ecosistema. ¿Será suficiente?

SIN DUDA los beneficiarios de una movilidad fluida cantarán alabanzas, mientras los guardianes del manglar lamentarán cada centímetro perdido. La pregunta que flota en el aire, más persistente que la humedad de Cancún, es si estamos asistiendo a la construcción de un futuro prometedor o al epitafio de un paraíso perdido. La balanza se inclina, las opiniones se polarizan, pero una cosa es cierta: el Puente sobre la laguna Nichupté será, para bien o para mal, el legado de un sexenio que osó desafiar a la naturaleza en su propio juego.

@Nido_DeViboras