Por KUKULKÁN
BAJO la sombra de la magnificencia turística se oculta la voraz dentadura de Grupo Xcaret, una empresa que, con la elegancia de un depredador bien vestido, ha transformado el saqueo ambiental en un lucrativo negocio. En esta ocasión, Miguel Quintana Pali y su socio Carlos Constandse Madrazo, los titiriteros de este circo empresarial, han puesto sus ojos en la joya natural de Santa Elena, Yucatán. Un megaproyecto turístico que podría devorar, sin remordimientos, 160 hectáreas de la majestuosa Selva Maya.
LA TRAMPA está lista: 9 hoteles de 18 pisos cada uno, elevándose como gigantes grotescos sobre la naturaleza, prometen albergar a 16,200 huéspedes. Para ponerlo en perspectiva, eso es cuatro veces la población actual de la localidad. Pero, ¿a quién le importa la gente del lugar cuando los billetes verdes empiezan a llover? Claramente, no a los ejecutivos de Xcaret, quienes han demostrado ser expertos en transformar paisajes vírgenes públicos en parques turísticos privados con hoteles de lujo que les han permitido amasar enormes fortunas.
ESTA ocasión, Greenpeace México ha lanzado la voz de alarma. La Reserva Estatal Biocultural del Puuc, un santuario para especies como el pavo ocelado y el búho virginiano, está en peligro. Y no hablamos sólo de un par de aves despistadas: estamos ante una potencial catástrofe ambiental que podría borrar del mapa a miles de árboles y desplazar a la fauna crucial. Pero claro, la Manifestación de Impacto Ambiental presentada por Xcaret, con la desfachatez de quien pide perdón mientras sigue robando, pretende desarrollar “actividades de ahuyentamiento y rescate”.
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PORQUE, para ellos, el desmonte gradual suena mucho mejor que la destrucción a secas. La desvergüenza alcanza niveles históricos cuando se analizan las necesidades hídricas del proyecto: 6,500 metros cúbicos de agua al día. Para un municipio donde sólo la mitad de la población tiene acceso al agua potable, este es un golpe bajo. ¿Y qué más da si las comunidades locales deben lidiar con la escasez? Los turistas, esos clientes dorados de Xcaret, no pueden prescindir de sus piscinas y cascadas artificiales.
LO MÁS IRÓNICO es que Xcaret no se conforma con un sólo mordisco al pastel. El parque Xibalbá en Valladolid, otro de sus proyectos, fue clausurado en 2022 por la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente debido a los daños causados a los cenotes y ríos subterráneos. Pero, como el villano de una mala telenovela, siempre encuentran una forma de regresar al ruedo, listos para la próxima gran estafa bajo el disfraz de desarrollo turístico.
LAS CONEXIONES políticas de Quintana Pali y Constandse Madrazo son la clave de su impunidad. En un país donde las leyes ambientales son más flexibles que una liga elástica en manos de los poderosos, estos traficantes de influencias continúan operando con total desfachatez. Las voces que se alzan en su contra, desde organizaciones ambientalistas hasta comunidades locales, son ahogadas por la maquinaria de relaciones públicas de la empresa y el respaldo gubernamental.
AHORA la Semarnat tiene en sus manos la oportunidad de detener esta atrocidad. Greenpeace ha hecho un llamado para negar la autorización del cambio de suelo y proteger las áreas naturales en Yucatán. Es un grito desesperado por mantener a raya la avaricia desmedida de Xcaret. Los ciudadanos no podemos seguir siendo espectadores pasivos. La devastación ambiental y la corrupción son enemigos comunes.
LA SELVA, los cenotes y las especies protegidas no tienen voz en los altos círculos del poder, pero nosotros sí. Es momento de desenmascarar a estos depredadores modernos y exigir justicia para nuestro patrimonio natural. En el Nido de Víboras no descansaremos hasta ver a Xcaret enfrentar las consecuencias de su rapacidad. Porque, al final del día, la naturaleza no es un recurso infinito para los caprichos de unos pocos, sino el legado de muchos. Y ese, estimados lectores, es un terreno en el que no estamos dispuestos a ceder.