NIDO DE VÍBORAS

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Por KUKULKÁN

EN PLENO siglo XXI, cuando la humanidad ha sido testigo de avances tecnológicos que harían sonrojar al mismísimo Da Vinci, algunos españoles parecen anclados en una añeja nostalgia imperial. No es raro entonces que el Caribe mexicano, ese paraíso de palmeras y aguas turquesas, sea visto por algunos como la nueva Nueva España, donde no sólo se vacaciona sino también, al parecer, se revive una suerte de derecho de pernada disfrazado de “hospitalidad” hotelera. ¿Qué mejor lugar para desempolvar las viejas costumbres que aquellos vastos dominios tropicales donde la ley parece hacer la vista gorda?

ASÍ COMO Hernán Cortés se presentó ante Moctezuma con espejitos y palabras melosas, estos nuevos conquistadores llegan con contratos laborales y promesas de progreso. Pero a diferencia de las espadas y armaduras de antaño, ahora los instrumentos de dominio son cargos ejecutivos, pasaportes europeos y una impresionante red de complicidades. Uno de estos “nuevos señores feudales” es Ramón Hernández Cordero, cuyo apellido, tan castizo como cualquier hidalgo de la época, ahora resuena en las playas del Caribe no por sus logros empresariales, sino por las acusaciones de violación que penden sobre su nombre.

SEGÚN los testimonios de sus víctimas, Hernández Cordero, quien seguramente alguna vez citó en su carta de presentación su “intachable reputación”, tenía más en común con un “lobo” que con un gerente hotelero. La caza era su pasatiempo, y sus presas, jóvenes trabajadoras, vulnerables e inexpertas, que caían en sus garras no con la fuerza de la espada, sino bajo la amenaza del despido o el chantaje. La historia de una de estas jóvenes es particularmente escalofriante. En un relato que bien podría haber salido de los anales de la conquista, describe cómo su primer empleo en un hotel de una cadena española la llevó a un infierno de acoso y violación.

EN VEZ de venerar a la “amistad” el 13 de febrero, Hernández Cordero llevó a la chica a un bar, no para brindar, sino para consumar su abuso con total impunidad. Como en los días de la conquista, la fuerza bruta se impuso sobre la justicia. Pero aquí no hay caballos ni armaduras, sólo una aparente modernidad que oculta prácticas arcaicas. Las grandes cadenas hoteleras españolas, como las encomiendas de antaño, parecen hacerse de la vista gorda mientras sus “administradores” explotan los recursos humanos locales. La cuestión que queda es: ¿es esto una herencia cultural no reconocida, una especie de legado no escrito de la época colonial, o simplemente una manifestación contemporánea de la falta de escrúpulos?

EL PASADO 2 de agosto, la Interpol en México activó la alerta roja contra Ramón Hernández Cordero, que para entonces ya había volado a Madrid, lejos de las leyes mexicanas que ahora lo buscan. Ah, Madrid, ese refugio seguro para aquellos que buscan escapar de las consecuencias de sus actos en tierras lejanas. Es curioso cómo la historia se repite, pero ahora con aviones en lugar de galeones, y con hoteles de lujo en vez de fortines. Mientras tanto, la víctima, en su lucha por la justicia, se enfrenta a un sistema que parece más interesado en proteger inversiones extranjeras que en castigar a los abusadores.

¿CUÁNTAS más deberán caer en las garras del “Lobo” antes de que se imponga la justicia? ¿Cuántos españoles más cruzarán el océano creyendo que el derecho de pernada aún es válido en estas tierras? Lo cierto es que, como en los tiempos de la colonia, los verdaderos dueños del territorio siguen siendo los más vulnerables, aquellos que no tienen voz ni poder, aquellos a quienes los conquistadores modernos ven sólo como recursos a explotar. Y mientras eso no cambie, seguiremos siendo testigos de estas historias que, irónicamente, nos recuerdan que hay quienes siguen viviendo en el siglo XVI.

@Nido_DeViboras